Cómo nadar en la mierda

Se está poniendo cada día más difícil el oficio de periodista. Estamos anegados entre los que llevan “la alcachofa” como arma de combate informativo y se la meten por el morro al golfo de turno, y los del periodismo de tendencia para quienes la diferencia entre Agamenón, su porquero y la verdad carece de secretos.

Me confieso incapaz de soportar esas sesiones erótico-festivas de actores; con sus alfombras rojas, sus comentaristas, sus lágrimas de macramé, sus vestidos inverosímiles y los rituales de las estatuillas, impuestos por esa máquina de ganar dinero que es el cine de Hollywood. Y lo que allá tiene empaque de superproducción con efectos especiales, trasladado a Madrid ya es una patochada ridícula y pasado a Barcelona alcanza el malestar de la vergüenza ajena.

Aseguran los expertos que todos esos espectáculos gustan mucho a la gente, porque se sienten “protagonistas por un día” de algo que jamás volverán a vivir... hasta el año que viene. Emociona, dicen, esa plastilina social moldeada por los promotores. Todos los presentes con posibilidades de subir al escenario a recoger el chupete en forma de estatuilla, que babearán hasta cansarse, deberán tener preparada una frase aguda y brillante. Se admiten desviaciones en el recuerdo de su santa madre o de la abuela. En Hollywood eso ya no se hace porque han superado el grado cero de la inteligencia actoral y llevan años vendiendo la moto a precios de escándalo. Pero aquí seguimos erre que erre con la misma mierda pegada al mismo culo.

Ahora bien, hay algo que tanto allá como aquí les saca de quicio a los egregios comentaristas y al buen pueblo atento y servil. Que alguien se salga del guión; es decir, de las convenciones sociales, del buen rollito y de las lágrimas de Swarovski. Quizá porque en el fondo late la conciencia de que un actor en fiestas es una forma sofisticada del payaso que nos debe alegrar las noches de tedio y los días de angustia. Empecé a pensar que nuestro problema mayor es el de cómo nadar en la mierda no cuando supe lo del restaurante La Camarga, Método 3 y las historias de “Anacleto agente secreto”, ni siquiera la peineta castiza de Bárcenas el impune –¿para cuándo un club de los impunes imputados?–. Tampoco me conmocionó el descubrimiento de la cantidad de piratas que lleva ese barco que decían iba a Ítaca. Yo llegué a conocer a un empresario catalán del franquismo que aseguraba que su yate le servía para ir a Suiza, y nosotros –idiotas, ya entonces– pensábamos que se trataba de un ignorante, y no de un visionario.

Lo que me hizo entender que tratábamos de nadar entre la mierda fueron las reacciones mediáticas a una actriz, de la que apenas sé nada, Candela Peña, que tuvo el valor de decir aquello que más duele: la verdad. “He visto morir a mi padre en un hospital público donde no había ni mantas para taparlo y al que le teníamos que llevar el agua... También he tenido un hijo y no sé qué enseñanza va a recibir”. Cerró su intervención pidiendo trabajo. Cosa tan común que parecía una persona, no una actriz.

Y aquí empieza la basura esa en la que tenemos que habituarnos a nadar. ¿De dónde es la Candela? De Gavà, provincia de Barcelona. ¿Y el hospital? Nuestro, está en Viladecans. ¿Y el niño, dónde lo matriculan? En Catalunya, probablemente. Es decir, que esta malnacida de Gavà denuncia nuestros hospitales y nuestra enseñanza. ¡A por ella! Y además, pide trabajo. Un carajo, va a tener. Todo eso lo he oído y leído, no me lo invento. Incluso se ha recordado que en unos premios catalanes habló en castellano. La mierda flota.

He escuchado el testimonio de empleados del hospital de Viladecans que aseguran que faltan mantas y que el agua suplementaria la debe pagar la familia. ¡Hay que ser un tipo despreciable para poner en duda a la hija del muerto y dar por correcta la opinión del director del hospital! Esto era el signo que distinguía al periodismo de los años del cólera. Elogios de los padrinos y patronos. Lo llamábamos, cuando teníamos un día fino y elegante, “estilo Victoriano Fernández Asís”, gallego, entrevistador inveterado y preferido de los ministros y altos cargos del franquismo. “Perdone que le moleste con una pregunta, señor ministro...”.

Estamos a punto de perder, si no lo hemos perdido ya, el sentido y el orgullo de la crítica. Parece como si el sueño del periodismo presente y futuro fuera el de asesorar al presidente de la Generalitat, a los banqueros –vuelven como hace cincuenta años los elogios lacayunos a los líderes de la banca–, y a los partidos políticos existentes que tienen necesidad de orientaciones.

No es verdad que estemos al borde del abismo, estamos metidos en él. Nos empujaron y aquí estamos. Una profesión que empieza a codearse con los asesores financieros, en su desprestigio, quiero decir. Por debajo de la prostitución, por supuesto. Esas chicas dan placer a quien paga, mientras que el periodismo que nosotros hacemos no produce ningún placer ni siquiera a quien lo subvenciona. Son insaciables, todo les parece poco. Lo he oído y lo repito. “No se pueden leer los periódicos, están llenos de malas noticias”.

Donde no hay sociedad civil, no hay democracia sino una parodia, un trampantojo que se decía antiguamente. En Asturias se está viviendo uno de los procesos más alucinantes de corrupción institucional. Veteranos comunistas, pasados al PSOE, se convirtieron en auténticos chorizos. Estoy hablando de Tini Areces y su grupo. Ni una línea. La mierda en la que nadamos. ¿Pero saben lo más llamativo? Todo empezó por un anónimo. ¡Alguien mandó un anónimo! Y se abrió una investigación. Luego, apareció otro anónimo. Y se amplió la investigación. Ahora, acaba de llegar el tercer anónimo, que ilumina las investigaciones anteriores. ¿Y hay alguien que tenga el valor de criticar a Candela Peña por decir que su padre no tenía manta en el hospital público donde falleció y que debía comprar los botellines de agua?

Ya sé que a esto los banqueros y sus secuaces del natatorio en la mierda lo llaman demagogia. Añoro la demagogia que hubiera podido permitir que el señor Millet y el señor Bárcenas estuvieran en la cárcel; imputados, altamente peligrosos, susceptibles de huidas y destrucción de pruebas. Mientras esto no ocurra se irá cargando la ira popular y acabaremos mal, muy mal. ¿Alguien se imagina en España un fenómeno como el de Beppe Grillo en Italia? Los nadadores en la mierda deberíamos irlo pensando.

Han sido detenidos dos dirigentes de la mafia calabresa en Barcelona. Llevaban conviviendo conmigo y con ustedes desde hace cinco años. Vivían en la parte alta de la ciudad y llevaban a sus hijos a los mejores colegios. Lo entiendo, lo explicó Francis Ford Coppola en unas películas memorables. Se llamaban, según unos: Gerardo G. y su sobrino R. O lo que es lo mismo, Guglielmo di Giovine, y el sobrino, Rosario di Giovine. Por cierto se dedicaban especialmente a lavar dinero de la droga y la extorsión, y para ello disponían de cuatro pizzerías en la ciudad. ¿No sería un buen servicio público decir qué cuatro pizzerías de Barcelona han sido hasta ahora tapaderas mafiosas? Cuando pasó por acá Roberto Saviano ya cantó los cuatro restaurantes, que nadie se atrevió a poner en papel.

Me siento perdido. No sólo no sé nadar en agua sino que me pilla mayor aprender a moverme en la charca de mierda en que se convertido esta sociedad desnortada; en Catalunya y fuera de ella. Los diarios corren el riesgo de irse al carajo, pero no será por la ofensiva digital, sino por la invasión de mierda que nos atenaza. El inefable defensor de la libertad de prensa en España, responsable de nuestro honesto comportamiento, un personaje que llegó a senador por Soria tras un pasado de pelota irremisible, primero en el PSP y luego en el PSOE, y que responde al nombre de Núñez Encabo, sostiene que nuestro sistema de control de la verdad periodística y de su rigor, supera al de los países anglosajones, incluso a los nórdicos. Ahí lo tienen.

Gregorio Morán

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