Cómo Obama podría conseguir la paz

El decía que a Obama le sería difícil lograr la paz en Oriente Próximo porque el problema se ha vuelto muy complicado. Yo le respondí que no, que el problema es muy sencillo, el mundo entero conoce la solución, casi da vergüenza repetirla: la paz a cambio de los territorios, dos Estados que convivan uno junto a otro.

Me dijo: "Sí, pero ¿y Jerusalén, los refugiados palestinos de 1948, los asentamientos, el trazado de las fronteras?" Me quedé de una pieza. Le respondí que todo, absolutamente todo, se había discutido mil veces, párrafo por párrafo, con los mapas en la mano; los negociadores llegaron a hacer horas extraordinarias en Ginebra y todos los documentos están listos. Si se quisiera, se podrían firmar de aquí a tres meses.

"¿Pero quieren?", preguntó. Yo respondí: "Ésa es la cuestión, efectivamente". "¿Quién no quiere?", exclamó; y yo vi que esperaba que colocase a los extremistas de las dos partes espalda contra espalda (como en un duelo de pistolas), pero, no señor, lo que le dije fue: "¡Son los israelíes los que no quieren!" Él protestó: "¡Pero si una mayoría se pronuncia por la solución de dos Estados en todos los sondeos!" "Sí", contesté, "pero son esquizofrénicos: quieren la paz pero no interrumpen los asentamientos ni un solo día, da igual que su gobierno sea de izquierdas o de derechas. Siempre es igual, el sol se levanta, el sol se pone, y un nuevo pedazo de tierra palestino pasa por sus manos".

Afirmó que yo tenía mala fe, que se me olvidaba decir que Hamás no quiere la paz, ni Siria, ni mucho menos Irán. Le respondí: "Es verdad. Pero que les den una verdadera Palestina a los palestinos, y la influencia de las ideas de Hamás se fundirá como la nieve al sol. Es lo que pasó cuando se anunciaron los acuerdos de Oslo, hace 15 años. Y, si los palestinos están satisfechos, el mundo árabe, incluida Siria, aplicaría el plan saudí de paz ya aceptado, que prevé la normalización de todas las relaciones con Israel a cambio de la retirada de todos los territorios que se ocuparon en 1967, entre ellos el Golán sirio".

"¡Siempre quedará Irán", objetó, "Irán, que está preparando su bomba atómica, financia a Hezbolá y quiere borrar Israel del mapa!" "Por supuesto", respondí. "Pero ¿qué peso tendría Irán (y Hezbolá) si Israel y el mundo árabe dieran el paso histórico, apoyados por Estados Unidos, Europa, el mundo entero, con cientos de miles de millones de dólares para sostenerlo? ¡Muy poco! No obstante, incluso en ese caso, sería prudente no provocar el enfado de nadie: habrá que otorgar a Irán un premio de consolación, reconocer su importancia regional, por ejemplo. Estoy seguro de que a ese país, que tenía buenas relaciones con Israel antes de los mulás, no le importaría acudir a apoyar la victoria y participar en la fiesta. ¡Y qué fiesta habría!"

Reflexionó un instante y dijo: "Todo eso supone que todavía es posible una solución de dos Estados. Pero la multiplicación de los asentamientos ha hecho que los dos países estén inextricablemente unidos. ¿Cómo separarlos?" "Lo más lógico", contesté, "habría sido no hacerlo, sino orientarse hacia un Estado binacional, con el que, por otra parte, sueñan cada vez más palestinos. Pero no es buena idea: los israelíes no aceptarían así como así el gobierno de la mayoría, que, a fin de cuentas, haría que el país perdiese su carácter judío. Por ahora, los dos Estados sigue siendo la solución más segura, con Israel y Palestina unidos por todo tipo de acuerdos, irrigados por los mismos recursos hidráulicos e integrados en un mercado común regional".

Me preguntó: "¿Y usted cree que Obama va a conseguirlo? ¿Es que acaso cree que es un mago?" Le respondí que no (una verdad a medias), pero que tiene una oportunidad. "¿Cuál?" "Para empezar, sería preciso que Tzipi Livni, la dirigente del partido Kadima, ganase las elecciones del próximo mes de febrero en Israel. Recordemos lo que ha sucedido: Livni rompió las conversaciones con el partido ultrarreligioso Shas porque éste le exigía, entre otras cosas, que, en las negociaciones con los palestinos, no se aborde la división de Jerusalén. Dicha ruptura la obligó a aceptar elecciones anticipadas, pese a saber que su rival de la derecha, Netanyahu, le sacaba ventaja en los sondeos. Pero precisamente esa ruptura hizo que, de la noche a la mañana, se pusiera a su altura. Desde entonces, la campaña, muy abierta, se ha convertido en una elección entre los que están a favor de negociar la paz (con Livni) o en contra (con Netanyahu). Es decir, la cuestión está en manos del pueblo israelí, que ha visto, con la elección de Obama, en qué dirección sopla el viento de la historia".

"¿Bastaría, pues, que Israel vote a Livni?", preguntó, incrédulo. "No es tan sencillo", repliqué. "El sistema electoral israelí hace que los partidos religiosos se encuentren siempre en posición de ser los árbitros, y eso bloquea todo. En realidad, haría falta un maremoto que permitiera a Livni eludir a los religiosos".

Me miró y dijo: "Lo que haría falta es un milagro". Respondí: "Sí, prácticamente". Él preguntó: "Después de todo lo que ha pasado en Oriente Próximo -y lo que no ha pasado-, ¿todavía tiene fe?". Asentí con la cabeza.

Él se encogió de hombros: "En el fondo, usted es un optimista incorregible". Yo respondí en inglés: "Hope dies last (La esperanza es lo último que se pierde)".

Sélim Nassib, escritor y periodista libanés. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.