Cómo recuperar el control de verdad

El Reino Unido esta cada vez más peligrosamente cerca del Brexit. Nadie sabe lo que sucederá en los próximos meses. Pero alrededor de un tercio de los votantes británicos apoyan una salida “sin acuerdo” de la Unión Europea, que podría provocarle un desastre económico al país.

Muchos de estos partidarios de un Brexit “sin acuerdo” son personas mayores, de nivel educativo limitado, que viven en comunidades semiurbanas y pequeñas ciudades, económicamente deprimidas, concentradas sobre todo en el norte de Inglaterra. Aunque están angustiadas por el deterioro sostenido de sus perspectivas económicas, algunos estudios sugieren que tienen otras preocupaciones además del comercio internacional o la inmigración. Los partidarios del Brexit también lamentan la pérdida de control sobre las decisiones políticas; primero ante una capital nacional poblada por élites globales educadas, y luego en años recientes ante una UE todavía más remota.

Las normas migratorias impuestas por la UE son sólo la señal más obvia de su impotencia. Los partidarios del Brexit votaron por abandonar la UE con el objetivo de “recuperar el control”. Por desgracia, es posible que el Brexit, en cualquier forma que adopte, no les dé lo que quieren y terminen más resentidos. ¿Hay algo que pueda hacerse para calmar su furia?

El desempoderamiento de las comunidades locales no es un fenómeno exclusivamente británico. La expansión de los mercados por encima de las demarcaciones políticas lleva a sus participantes a desear una estructura de gobernanza única que elimine gravosas diferencias normativas y costos de transacción. Antes esa integración se daba dentro de cada país: al aumentar el comercio y el flujo de capitales entre regiones, se intensificó el pedido de fronteras regionales fluidas y armonización de normas nacionales. Así pues, los gobiernos nacionales aumentaron sus poderes y funciones, quitándoselos a las regiones y comunidades locales.

A su vez, al acelerarse la globalización en las últimas décadas, los gobiernos nacionales accedieron a firmar acuerdos y tratados internacionales que limitaron algunos de sus poderes soberanos, y cedieron otros a organismos internacionales. Por ejemplo, la armonización paneuropea de normas económicas por parte de la Comisión Europea limita la discrecionalidad regulatoria de los estados miembros individuales. Esto fue un catalizador para el surgimiento de movimientos que buscan recuperar la soberanía nacional, por ejemplo los partidarios del Brexit.

Pero a la par del traspaso del poder (y a menudo de los fondos) del nivel local al nacional y luego al internacional, la globalización de los mercados y el cambio tecnológico tuvieron efectos muy dispares, y desconcertantes: mientras las megaciudades prosperaron, las comunidades semirrurales experimentaron una pérdida de actividades económicas y oportunidades. Y la Gran Recesión que comenzó en 2008 acentuó esta tendencia: las ciudades se recuperaron en poco tiempo, pero las áreas semirrurales languidecieron. Esta disparidad de efectos demanda respuestas adaptadas a las necesidades y condiciones locales. Pero es mucho más difícil formular esas respuestas cuando las comunidades locales están desempoderadas.

Y no es este el único perjuicio del desempoderamiento. Cuando las comunidades económicamente marginadas se quedan sin oportunidades, suelen aparecer la desesperación y la disfunción social. Aumenta la cantidad de familias rotas, lo mismo que los índices de abuso de sustancias y delitos, y los que pueden se van a otra parte. En vez de ser fuente de orgullo y cohesión social, la comunidad se convierte en un foco de malestar colectivo, y a veces hasta de vergüenza. Y sus miembros buscan otras fuentes de identidad y de solidaridad social, incluido el nacionalismo.

Los líderes nacionalpopulistas prometen hacer a su país “grande otra vez”, librándolo de las limitaciones impuestas por acuerdos y organismos internacionales. Pero tras recuperar poderes de la esfera internacional, puede que no estén dispuestos a devolver competencias y fondos a las regiones y comunidades locales, y que elijan en cambio el peligroso camino de ahondar el enfrentamiento con el sistema internacional, presentando a sus partidarios un desfile incesante de villanos extranjeros a quienes culpar por sus padecimientos. Es un camino que no termina nada bien.

Es verdad que el nacionalismo adopta muchas formas; por ejemplo, muchos partidarios del Brexit quieren que el RU mantenga la apertura comercial pero con estrictos límites a la inmigración. Sin embargo, con la desaceleración del crecimiento y el envejecimiento poblacional, los países desarrollados necesitarán mercados para sus exportaciones y cierto nivel de inmigración: lo primero para sostener la demanda, y lo segundo para financiar los sistemas de salud y pensiones para sus poblaciones senescentes. Balcanizar el mundo levantando barreras es una receta infalible para convertir la prosperidad desigual de hoy en la pobreza colectiva del mañana.

Pero los nacionalistas no se equivocan en que hemos ido demasiado lejos con la estandarización y armonización internacional de leyes y regulaciones. En tiempos de inteligencia artificial, bien pueden las empresas y los operadores bursátiles manejar algunas diferencias normativas. ¿No podríamos devolver algunos poderes al nivel nacional, con la condición de mantener los mercados globales abiertos? ¿Por qué tienen que decidir las normas tecnócratas a los que nadie eligió, a puertas cerradas, en lugares distantes? Puede que la globalización de la gobernanza haya sido demasiado para el bien de la globalización misma.

Pero que los partidarios del Brexit tomen nota: la devolución de poderes no se detendrá en el nivel nacional (pueden dar fe los murmullos que se oyen en Escocia y Gales). Las decadentes comunidades locales necesitan desesperadamente atraer nuevas actividades económicas, mientras que sus residentes tienen que volverse más adaptables a la globalización y al cambio tecnológico. A menudo esto demandará participación y soluciones en el nivel local, con la colaboración de los gobiernos nacionales allí donde sea necesario. Y los partidos políticos pueden tener un papel constructivo en la recuperación de poderes, fondos y (a menudo) buen funcionamiento en muchas comunidades.

Es probable que recrear un fuerte sentido de identidad comunitaria positiva reste atractivos al nacionalismo combativo. Al menos, cuando las personas tienen más poder sobre su futuro, es más difícil que las convenzan de que la culpa de sus padecimientos es de otros. En la medida en que debilite el apoyo al nacionalismo virulento, la devolución de poderes puede crear un mundo un poco más próspero, y mucho más seguro.

Raghuram G. Rajan, Governor of the Reserve Bank of India from 2013 to 2016, is Professor of Finance at the University of Chicago Booth School of Business and the author, most recently, of The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind. Traducción: Esteban Flamini.

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