¿Cómo sabemos que Irán está produciendo bombas nucleares?

Desde el descubrimiento del programa nuclear de Irán, muchos han apostado por el engagement ("acuerdo") para prevenir que el régimen de los ayatolás alcance sus objetivos. Figuras como Javier Solana, Barack Obama o más recientemente Josep Borrell han abogado por la negociación con Teherán como vía para gestionar sus ambiciones nucleares.

Es cierto que desde los tiempos del sha, Irán aspira al desarrollo de la energía nuclear para poder usar todos sus recursos energéticos fósiles en la exportación. Pero no es menos cierto que las señales que nos llegan desde Irán apuntan a que las intenciones de Teherán respecto a la energía nuclear son más bélicas que civiles.

¿Cuáles son esas señales?

En primer lugar, la existencia de instalaciones nucleares secretas. En 2002, el disidente iraní Alireza Jafarzadeh desveló la existencia de un programa nuclear secreto y subterráneo en la ciudad de Natanz, donde Irán estaba enriqueciendo (al 3,5%) uranio al margen de los ojos de la AIEA.

El shock internacional fue mayúsculo. Hasta esa fecha, la comunidad internacional no se había planteado que Irán pudiera tener un programa nuclear secreto.

Aunque para algunos este hecho fue anecdótico, en 2011 la realidad volvió a poner en evidencia la buena voluntad de Irán al descubrirse una instalación en Fordow donde se enriquecía uranio al 20%.

Las sorpresas se siguieron sucediendo durante los siguientes años. En 2013, en Lashkar Abad, se descubrió una planta (no comunicada a la AIEA) de separación de isótopos, así como un reactor de agua pesada en la ciudad de Arak.

Irán aglutina instalaciones secretas no comunicadas que en su conjunto conforman un programa nuclear estructurado y planificado cuyas intenciones son, cuando menos, poco claras.

En segundo lugar, la existencia de un programa de misiles asociado que cuestiona el carácter civil de su desarrollo nuclear. Desde hace años, Irán viene desarrollando un ambicioso programa de misiles de corto, medio y largo alcance. Alguno de esos desarrollos está siendo usado por Rusia en su devastadora campaña en Ucrania. Otros, como el Farj 3 o 5, han sido transferidos a organizaciones como Hamás o Hezbollah para ser lanzados contra la población israelí.

Aunque es cierto que estos artilugios son mortíferos, la principal preocupación es el prototipo Safir. Un misil de varias fases que, si llegara a desarrollarse con éxito, podría albergar cabezas nucleares. Este desarrollo no tendría sentido si Irán no tuviera en mente el uso de este tipo de armas.

Tercera señal. Con la única excepción de Busher, Bandar Abbas y Darkovin, el resto de las instalaciones nucleares iraníes están enclavadas en el corazón de los Montes Elburz, de la cordillera Central o de los Montes Zagros. Además, todas las instalaciones están protegidas por baterías antiaéreas, algo que nos da una idea de la naturaleza de lo que allí se oculta.

En cuarto lugar, el pacto nuclear de 2015 sólo sirvió para que Irán avanzara en sus desarrollos nucleares. El acuerdo fue presentado como la normalización de una realidad no violenta.

Pero permitió a Irán blanquear su programa y avanzar hacia la construcción de armas nucleares, tal y como quedó patente tras el descubrimiento del Programa Amad. Un plan para el desarrollo de ojivas nucleares adaptables a los misiles que Teherán desarrolla desde hace más de veinte años y que complementan el desarrollo del misil Safir.

En quinto y último lugar, basta con analizar la política exterior de Irán de los últimos ocho años para darse cuenta de sus verdaderas intenciones. Durante este periodo de tiempo, Irán no sólo se ha posicionado como un actor influyente en Siria, Yemen, Gaza o Venezuela, sino que ha atacado con misiles refinerías en Arabia Saudí y petroleros occidentales en aguas emiratíes en el golfo Pérsico.

Teherán se ha convertido, además, en socio necesario de Rusia en la comisión de atrocidades contra la población civil en Ucrania. Todos estos datos nos hacen pensar que su actitud, al igual que su programa nuclear, no es pacífica.

Con todos estos elementos, se hace difícil pensar que una nueva negociación con Irán pueda servir para frenar sus ambiciones nucleares. O, al menos, para lograr que esas ambiciones sean exclusivamente civiles. Por ello, y pese a la buena voluntad de la UE, un pacto con Irán en materia nuclear no debería hacerse sin que se haya producido previamente un cambio de régimen.

Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

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