El terremoto de magnitud de 7,2 grados que sacudió a Haití hace una semana ha devastado el país; ha ocasionado la muerte de al menos 2189 personas y trastornado la vida de alrededor de 1,5 millones más al oeste de la capital, Puerto Príncipe. Estas comunidades no tienen acceso a servicios médicos, refugio, agua corriente ni alimentos. Como si esta catástrofe no hubiera sido suficiente, también han tenido que lidiar con inundaciones y deslaves causados por la tormenta tropical Grace y con la amenaza que supone la violencia de las pandillas para las caravanas que traen equipo y provisiones.
Para nosotros, los haitianos, este es otro doloroso episodio de déjà vu.
Nuestro país sigue recuperándose del terremoto de 2010, cuando la mala administración de la ayuda extranjera entorpeció los esfuerzos para ayudar a los haitianos. Ahora la pregunta es cuál es la mejor manera de utilizar la nueva ayuda que está empezando a llegar a fin de atender las necesidades de los sobrevivientes y evitar los graves errores del pasado.
Hay una respuesta: confiar en las redes comunitarias haitianas que están en contacto directo con las víctimas y tienen experiencia en la coordinación de labores de ayuda.
Este año, los haitianos se encuentran en una posición particularmente vulnerable. Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse el mes pasado, la situación política sigue siendo inestable y el gobierno de facto está batallando para garantizar que la ayuda se pueda transportar de manera segura desde la capital hacia la zona del desastre.
Pero muchas organizaciones en el terreno han estado atendiendo las necesidades locales, tal como lo han hecho durante años. Trabajan con grupos comunitarios enfocados en áreas de salud, educación y desarrollo que han continuado su misión desde el terremoto de 2010 y con agencias especializadas de la Organización de las Naciones Unidas. No aparecen en los titulares, pero estas pequeñas organizaciones haitianas realizan la labor crucial de brindar servicios básicos a los residentes tras el paso de desastres naturales.
Desde 2010, Haití ha enfrentado cuatro terremotos, cuatro huracanes y un brote de cólera devastador. Todos estos acontecimientos requirieron asistencia humanitaria urgente. Sin embargo, los intentos del gobierno haitiano y de varias organizaciones internacionales de asegurar que la ayuda realmente llegue a las manos de la gente desesperada en los poblados lejanos han fracasado en gran medida. Encontrar la manera de garantizarlo esta vez será esencial para la recuperación del país.
En los rostros de las personas afectadas por el terremoto del 14 de agosto, veo la misma valentía extraordinaria, el mismo espíritu indomable que vi hace 11 años después del terremoto que, según se estima, causó más de 230.000 muertes. Pero también veo la misma súplica de auxilio. En 2010, acababa de retirarme de mi cargo de vocera de las Naciones Unidas cuando me pidieron que volviera como asesora sénior de la misión de estabilización en Haití, conocida como Minustah.
Actué como enlace entre las Naciones Unidas y el gobierno haitiano en un periodo en que llegaban aviones cargados con ayuda internacional a un país que no estaba preparado para recibirla. La misión acababa de perder a 102 pacificadores y altos mandos en el sismo. El gobierno haitiano también estaba desorganizado tras la muerte de muchos de sus mejores funcionarios públicos. El terremoto destruyó partes del palacio nacional y edificios ministeriales.
En el caos posterior al sismo, muchas celebridades y donadores de grupos internacionales y religiosos con las mejores intenciones intentaban decidir cómo y dónde usar los fondos que habían recaudado. En muchas ocasiones, no les preguntaron a las organizaciones comunitarias cuáles eran las necesidades más urgentes de la gente, por lo que muchas de las iniciativas de ayuda derivaron en un despilfarro contraproducente e ineficaz.
El problema fue más allá de las donaciones privadas. La Cruz Roja estadounidense fue criticada por destinar más fondos de asistencia humanitaria a sus propios gastos generales que lo que había declarado. En otros casos, gran parte de la ayuda regresó a los países donantes en forma de contratos para el retiro de escombros.
Lo que presencié en aquel entonces nos obliga a preguntarnos qué podemos hacer mejor ahora. Si bien las Naciones Unidas coordinaron algunas iniciativas para proporcionar ayuda, habrían podido esforzarse más para apoyar a las redes comunitarias locales. En medio de la destrucción inconcebible, lo que destacó fue la dedicación de los muchos médicos, enfermeros y trabajadores humanitarios para salvar vidas.
Podemos aprender de los errores del pasado. Cuando las comunidades locales se involucraron en la respuesta al terremoto de 2010, la distribución de la ayuda mejoró. Podemos buscar y escuchar sus voces y dar dinero directamente a las familias, que conocen sus propias necesidades mejor que nadie. Al momento de comprar y distribuir alimentos para las poblaciones necesitadas, debemos tener cuidado de no afectar a los agricultores locales.
El simple acto de preguntarles a los residentes qué necesitan puede evitar muchos tropiezos. Todavía recuerdo los intentos caóticos de dejar caer desde helicópteros paquetes de alimentos y agua para los residentes de localidades cercanas a Puerto Príncipe. En los centros de distribución donde la gente canjeaba vales de alimentos, algunas personas trataban de quitarles a otras su lugar en la fila. Las organizaciones locales sugirieron que las mujeres recibieran los vales de alimentos primero. Con toda razón, asumieron que las mujeres se asegurarían de alimentar a los niños y de que la comida se repartiera de manera equitativa en sus hogares.
En otro caso del que fui testigo tras el paso del huracán Matthew en 2016, un grupo de donadores que se disponían a enviar materiales de construcción a agricultores en un poblado destruido fueron a hablar con uno de ellos. El granjero rechazó la oferta con amabilidad y explicó que él y sus vecinos ya habían reconstruido sus casas con escombros reciclados. En lugar de los materiales, pidió semillas para la siguiente cosecha y una vaca lechera para remplazar a la que había muerto en el desastre.
Ahora que las labores internacionales de recuperación están en una etapa inicial, podemos dar prioridad a estas voces y salir del ciclo de episodios de déjà vu en Haití reconsiderando la manera hacer llegar la ayuda a quienes la necesitan. Como dice un proverbio haitiano, men anpil chay pa lou: muchas manos juntas aligeran el trabajo.
Michèle Montas, periodista de radio, fue asesora sénior de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití de 2010 a 2011.