Cómo salvar a Europa

La Unión Europea está atrapada en una crisis existencial. Todo lo que podía salir mal en los últimos diez años, ha salido mal. ¿Cómo es posible que un proyecto político que sostuvo la paz y la prosperidad de Europa durante la posguerra haya llegado a este punto?

Cuando yo era joven, una pequeña banda de visionarios liderados por Jean Monnet transformó la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, para convertirla primero en el Mercado Común Europeo y después en la UE. La gente de mi generación apoyó con entusiasmo el proceso.

Personalmente consideré que la UE era la encarnación de la idea de sociedad abierta. Una asociación voluntaria de Estados iguales que se congregaron y sacrificaron una parte de su soberanía en aras del bien común. Esa idea de Europa como sociedad abierta sigue inspirándome.

Pero desde la crisis financiera de 2008, parece que la UE hubiera perdido el rumbo. Adoptó un programa de ajuste fiscal que condujo a la crisis del euro y convirtió la eurozona en una relación entre acreedores y deudores. Los primeros impusieron a los segundos condiciones de cumplimiento obligatorio (pero imposible). Esto creó una relación que no era ni voluntaria ni igualitaria: todo lo opuesto al credo en el que se basó la UE.

Por eso, hoy muchos jóvenes ven la UE como un enemigo que los dejó sin empleo y sin un futuro seguro y promisorio; y los políticos populistas han explotado este resentimiento y creado partidos y movimientos antieuropeos.

Entonces se produjo el ingreso masivo de refugiados de 2015. Al principio, la mayoría de los europeos se compadecieron del sufrimiento de esas personas obligadas a huir de la represión política o la guerra civil, pero no querían que su vida normal fuera alterada por un colapso de los servicios sociales. Y pronto, la incapacidad de las autoridades para hacer frente a la crisis les decepcionó.

En Alemania eso llevó a un veloz fortalecimiento de la ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD), que ahora es el principal partido de oposición del país. Italia sufrió hace poco una experiencia similar, y las repercusiones políticas han sido todavía más desastrosas: el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga, ambos antieuropeos, estuvieron a punto de formar Gobierno. Italia se enfrenta ahora a elecciones en medio del caos político.

De hecho, la crisis de los refugiados ha alterado toda Europa. Los líderes sin escrúpulos la han explotado, también en países donde no llegaron casi refugiados. En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán basó su campaña para la reelección en acusarme falsamente de tener un plan para inundar con refugiados musulmanes toda Europa (incluida Hungría).

Orbán ahora se presenta como defensor de su propia versión de una Europa cristiana, que cuestiona los valores fundacionales de la UE. Está intentando asumir el liderazgo de los partidos democristianos que forman la mayoría en el Parlamento Europeo.

Estados Unidos, por su parte, empeoró los problemas de la UE. Con la retirada unilateral del acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear iraní, el presidente Donald Trump destruyó en la práctica la alianza transatlántica y generó más presión sobre una Europa que ya tiene suficientes problemas. Decir que Europa corre peligro existencial dejó de ser una figura retórica: ahora es la cruda realidad.

¿Qué puede hacerse?

La UE enfrenta tres problemas: la crisis de refugiados; la política de austeridad que puso trabas al desarrollo económico de Europa; y la desintegración territorial, representada por el Brexit. Tal vez el mejor punto de partida sea poner bajo control la crisis de los refugiados.

Siempre defendí que la distribución de refugiados dentro de Europa fuera enteramente voluntaria. No hay que obligar a los Estados miembros a aceptar refugiados que no quieren, ni obligar a los refugiados a asentarse en países a los que no quieren ir.

Este principio fundamental debe guiar la política migratoria de Europa. También es urgente que Europa reforme o derogue la Convención de Dublín, que generó una carga inequitativa sobre Italia y otros países del Mediterráneo, con consecuencias políticas desastrosas.

La UE debe proteger sus fronteras externas, pero mantenerlas abiertas a las migraciones legales. Los Estados miembros, por su parte, no deben cerrar las fronteras internas. La idea de una Europa fortificada, cerrada al ingreso de refugiados políticos y migrantes económicos, no sólo viola el derecho europeo e internacional, sino que además, está totalmente reñida con la realidad.

Europa quiere ofrecer asistencia sustancial a regímenes de orientación democrática en África y otras partes del mundo en desarrollo. Es una estrategia acertada, ya que permitiría a esos gobiernos dar educación y empleo a sus ciudadanos, que entonces tendrán menos motivos para iniciar el viaje, a menudo peligroso, hacia Europa.

Al fortalecer los regímenes democráticos de los países en desarrollo, un Plan Marshall para África dirigido por la UE también ayudaría a reducir la cantidad de refugiados políticos. Europa podrá entonces aceptar migrantes venidos de estos y otros países, y satisfacer sus necesidades económicas a través de un proceso ordenado. Así, las migraciones serán voluntarias tanto para los migrantes cuanto para los Estados receptores.

Pero la realidad actual está muy lejos de ese ideal. Primero y principal, la UE todavía no tiene una política migratoria unificada. Cada Estado miembro tiene una política propia, a menudo incompatible con los intereses de otros Estados.

El segundo problema es que el objetivo principal de la mayoría de los países europeos no es fomentar el desarrollo democrático en África y otras partes, sino cortar el flujo de migrantes. Esto implica el desvío de una gran parte de los fondos disponibles hacia sucios acuerdos con dictadores, a quienes se soborna para que no dejen pasar migrantes por el territorio de sus países o para que empleen métodos represivos contra los ciudadanos que quieran emigrar. A largo plazo, esto sólo puede generar más refugiados políticos.

En tercer lugar, hay una escasez tremenda de recursos financieros. Para funcionar, un Plan Marshall para África necesita al menos 30.000 millones de euros (35.400 millones de dólares) al año, durante varios años. Los Estados miembros de la UE sólo pueden contribuir una pequeña fracción de esta cifra. ¿De dónde saldrá el resto del dinero?

Es importante entender que la crisis de refugiados es un problema europeo que demanda una solución europea. La UE tiene muy buena calificación crediticia, y la mayor parte de su capacidad de endeudamiento está sin utilizar. ¿Qué mejor momento para usarla que en una crisis existencial? Históricamente, los países siempre se han endeudado en tiempos de guerra. Es verdad que aumentar las deudas nacionales va contramano de la ortodoxia imperante que promueve la austeridad; pero la austeridad es en sí misma un factor que contribuye a la crisis en la que se encuentra Europa.

Hasta hace poco podía argumentarse que la austeridad funciona, que lentamente la economía europea está mejorando y sólo es necesario perseverar. Pero ahora Europa se enfrenta al fracaso del acuerdo sobre el programa nuclear iraní y a la destrucción de la alianza transatlántica, y eso tendrá necesariamente un efecto negativo sobre la economía europea, además de provocar otras alteraciones.

El fortalecimiento del dólar ya comenzó a generar una huida de capitales de los mercados emergentes; es posible que vayamos rumbo a otra crisis financiera importante. Un Plan Marshall para África y otras partes del mundo en desarrollo puede proveer un estímulo económico en el momento justo, y tengo una propuesta inmediatamente aplicable para su financiación.

Sin entrar en detalles, quiero señalar que mi propuesta contiene un mecanismo ingenioso (un instrumento especial) que permitiría a la UE aprovechar la financiación de los mercados a tasas muy ventajosas, sin incurrir en obligaciones directas para sí misma o para sus Estados miembros; además, ofrece importantes beneficios contables. Aunque es una idea innovadora, ya se usó con éxito en otros contextos: en concreto, los bonos municipales garantizados con ingresos en Estados Unidos y las intervenciones de provisión masiva de fondos (“surge funding”) al combate de enfermedades infecciosas.

Pero la cuestión principal que deseo recalcar es que para sobrevivir a esta crisis existencial, Europa tiene que hacer algo drástico. En síntesis, la UE debe reinventarse.

Tiene que ser una iniciativa surgida realmente de las bases. La transformación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero en la Unión Europea fue una iniciativa dirigida desde arriba (y generó resultados espectaculares). Pero corren otros tiempos. La gente de a pie se siente excluida e ignorada. Ahora se necesita un esfuerzo colaborativo que combine la estrategia de las instituciones europeas con las iniciativas de base necesarias para involucrar al electorado.

De los tres problemas acuciantes ya me referí a dos. Me falta hablar de la desintegración territorial, representada por el Brexit. Es un proceso inmensamente nocivo que perjudica a ambas partes. Pero es posible convertir esta situación mutuamente dañina en otra mutuamente ventajosa.

El divorcio será un largo proceso, que probablemente llevará más de cinco años; eso parece una eternidad en política, especialmente en tiempos revolucionarios como el presente. En última instancia, la decisión depende del pueblo británico, pero sería mejor si llegara a ella más temprano que tarde. Tal es el objetivo de una iniciativa que apoyo, llamada Best for Britain [Lo mejor para Gran Bretaña]. Esta iniciativa promovió y ayudó a conseguir que el parlamento británico vote una medida que incluye la opción de cancelar el Brexit antes de que se concrete.

Reino Unido haría un gran servicio a Europa rescindiendo el Brexit, y evitando así que su salida de la UE genere en el presupuesto europeo un faltante difícil de cubrir. Pero los ciudadanos británicos deben expresar su apoyo a esta idea por un margen suficientemente convincente para que Europa los tome en serio, y Best for Britain está tratando de movilizar al electorado en pos de ese objetivo.

Los argumentos económicos para permanecer en la UE son contundentes, pero sólo se han hecho evidentes en los últimos meses, y tardarán un tiempo en arraigarse. Mientras tanto, para reforzar los argumentos políticos, es necesario que la UE se transforme en una organización a la que países como Reino Unido quieran unirse.

La nueva Europa tendría dos diferencias fundamentales respecto del sistema actual. En primer lugar, habría una distinción clara entre la UE y la eurozona. En segundo lugar, se reconocería que todavía hay muchos problemas sin resolver en relación con el euro, y que es preciso impedir que destruyan el proyecto europeo.

La eurozona se rige por tratados obsoletos que prevén que todos los Estados miembros de la UE adoptarán el euro cuando estén listos para eso. Esto creó una situación absurda en la que países como Suecia, Polonia y la República Checa, que han expresado claramente que no tienen intención de adoptar la moneda común, siguen siendo descritos y tratados como “pre-ins” (candidatos a ingresar a la eurozona).

El efecto no es meramente cosmético. El marco actual convirtió la UE en una organización centrada en la eurozona, donde los otros Estados miembros quedan relegados a una posición inferior. El supuesto implícito en esto es que aunque los diversos Estados miembros pueden ir a diferentes velocidades, todos se dirigen al mismo lugar. Esto implica ignorar la realidad de que varios Estados miembros de la UE han rechazado explícitamente el objetivo de una “unión cada vez más estrecha”.

Es necesario abandonar ese objetivo. En vez de una Europa de varias velocidades, hay que apuntar a una “Europa de varios carriles”, que ofrezca a los Estados miembros una variedad más amplia de opciones. Esto traería amplios beneficios. En la actualidad, hay una actitud negativa hacia la idea de cooperación: los Estados miembros quieren reafirmar su soberanía, no entregar una cuota mayor de ella. Pero si la cooperación produjera resultados positivos, tal vez eso cambiaría, y se lograría participación universal en algunas cuestiones (por ejemplo, la defensa) que ahora están a cargo de coaliciones voluntarias.

Es posible que la realidad obligue a los Estados miembros a dejar de lado sus intereses nacionales en aras de preservar la UE. Es lo que el presidente francés Emmanuel Macron enfatizó en el discurso que pronunció en Aquisgrán al recibir el Premio Carlomagno; y su propuesta obtuvo un cauto aval de la canciller alemana Angela Merkel (que conoce muy bien la oposición que enfrenta en su país). Si a pesar de todos los obstáculos, Macron y Merkel tuvieran éxito, serían los continuadores de Monnet y su pequeña banda de visionarios. Pero en vez de ese reducido grupo de promotores, se necesita una oleada de iniciativas proeuropeas surgidas de las bases. Quien escribe y la red de instituciones de la Open Society Foundations haremos todo lo que sea posible para colaborar con esas iniciativas.

Felizmente, Macron (al menos) es muy consciente de la necesidad de ampliar el apoyo popular a la reforma europea y la participación en ella, como deja bien sentado su propuesta de “consultas ciudadanas”. Entre el 31 de mayo y el 3 de junio tendrá lugar el Festival Económico de Trento, una gran reunión que organizaron agrupaciones civiles cuando Italia todavía no tenía Gobierno. Espero que sea un éxito y siente un buen ejemplo para otras iniciativas similares de la sociedad civil.

George Soros, presidente de Soros Fund Management y de Open Society Foundations, es autor de The Tragedy of the European Union: Disintegration or Revival? [La tragedia de la Unión Europea: ¿desintegración o renacimiento?].

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