¿Cómo salvar al Partido Popular?

En las democracias modernas, todo el juego político se desarrolla en las relaciones entre las instituciones y los partidos.

Las instituciones son duraderas, formales y, en cierto modo, rígidas.

Los partidos pueden tener una vida incierta, tienden al desorden y están obligados a una flexibilidad extrema. Flexibilidad consecuencia de que no hay otra forma de articular la relación entre su función representativa, que es la que les da valor y fuerza, y su capacidad de acción, que nunca da para satisfacer a todos en la misma manera.

En España se ha repetido con insistencia que hemos experimentado una crisis del bipartidismo, como si hubiese existido una fractura sistémica.

Pero lo que ha sucedido es que uno de los dos grandes partidos nacionales ha entrado en una larga crisis de la que no parece poder salir con facilidad.

En la izquierda existen los dos mismos partidos de siempre. Pero en la derecha, el PP no ha sabido mantener sus dominios. La llamada crisis del bipartidismo se reduce a que, en el amplio sector del voto liberal, moderado, reformista y/o conservador, ya no hay una única opción, sino tres.

Con el agravante de que, al menos en algún momento, los dos nuevos partidos (Ciudadanos y Vox) se han sentido capaces de llegar a hacerse con el todo.

No es necesario ser un historiador de campanillas para recordar que Mariano Rajoy consideró oportuno que los liberales y los conservadores abandonasen el barco bajo su mando. Es probable que pensara algo parecido a lo de “¡a mí Sabino, que los arrollo!”.

Pero aquello no fue ningún acierto.

Visto desde fuera, lo que esa expulsión significó es que el partido, en lugar de fortalecerse desde la raíz, entendió que su éxito iba a llegar confiando su tarea a los mejores. Que la tecnocracia estaría al frente de la gestión y que no se necesitaba la participación de nadie. ¡Con el ruido y el jaleo que arman a nada que se les deja hablar un poquito!

Un amigo me contó que en la planta noble del partido, uno de esos personajes poco menos que se mesaba los cabellos preguntándose: “¿Cómo es posible que no nos voten, con lo estupendos que somos?”.

El partido es un náufrago que bracea desesperadamente mientras su rival histórico parece atisbar una nueva década socialista y supera sin despeinarse episodios de suyo tremendos.

Algunos suponen que los errores del equipo contrario van a ser de tal magnitud que no habrá otra salida que llamar al PP de nuevo al gobierno. Una esperanza no muy razonable que, además, olvida que el presidente del Gobierno puede convocar elecciones en cualquier momento, sin dar tan largo plazo a nadie. Aunque puede que prefiera la política del pájaro en mano, que tiene una duración cierta nada desdeñable.

Los partidos se desfondan cuando dejan de ser útiles a los ciudadanos y sus votantes los perciben como un instrumento no a su servicio, sino al de sus dirigentes.

En épocas de mayor distancia ideológica, la derecha podría recuperarse gracias a su voto cautivo. Pero otro de los errores del PP es que no ha convencido a su electorado de que sus políticas hayan sido preferibles a las del rival. Porque, pese a ser fiero en la crítica a este (al menos desde 2012), el partido se ha limitado a hacer lo mismo. Eso sí, con la pretensión de hacerlo mejor.

En política, casi todo es discutible y hasta las opciones más inverosímiles pueden resultar certeras. Pero en el caso del que nos ocupamos, hay pocas dudas de que la única solución consiste en dejar de pensar en términos de fichajes y fusiones, y llevar a cabo una auténtica reconversión o refundación.

Por razones históricas nada misteriosas, la derecha española es tan caudillista como la izquierda. Pero ese caudillismo no le sienta igual de bien que a sus adversarios porque su electorado es más plural y menos comprometido.

Lo que le pasa a un partido que en algún momento aglutinó todo lo que no era la izquierda es que se ha quedado sin base y sin raíces. Que todo lo que hace se ve como una maniobra desesperada para salvar a sus dirigentes y no como una operación con un interés real para los que no dependen del éxito electoral.

Hay que abrir el círculo y edificar sobre una base realista, sólida y porosa, de modo que las cosas que se piensan, se sienten y se consideran normales en la calle lleguen al partido con facilidad, rapidez y claridad.

Así, será posible debatir abiertamente las cuestiones que preocupan a los ciudadanos para acertar con soluciones que, sin ser perfectas ni las únicas posibles, permitan recrear y articular una política en verdad representativa y que pueda servir de escabel a una nueva mayoría.

Una nueva victoria electoral no llegará hasta que muchos ciudadanos puedan volver a votar al PP por buenas razones, con convicción y con ganas, y no por miedo, utilidad o rutina.

José Luis González Quirós es filósofo y analista político.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *