Cómo se ‘suicida’ la verdad en Argentina

Los “suicidios” políticos son tan comunes en Argentina que se les ha inventado una palabra especial.

Pregúnteles a varias personas en Buenos Aires y quizá no estén de acuerdo si el fiscal militante Alberto Nisman fue asesinado o si se quitó la vida. Pero la mayoría estará de acuerdo en que Nisman “fue suicidado”, la víctima más reciente de una centrifugadora oscura que con siniestra regularidad escupe cadáveres en esta dividida nación.

El registro histórico no es de buen augurio para esclarecer el caso de Nisman. Juan Duarte, el hermano mayor de la santa política de Argentina, Eva Perón, “se suicidó” en 1953, nueve meses después de que la prematura muerte de su hermana, a causa del cáncer a los 33 años de edad, lanzara al país en un paroxismo de dolor.

Enmarañado en escándalos de corrupción y sospechoso de haber desempeñado un papel importante en el contrabando de fondos nazis a Argentina, Duarte fue encontrado solo con una bala en la cabeza, al igual que Nisman. A la fecha, los historiadores siguen debatiendo la verdadera causa de la muerte de Duarte.

Cómo se ‘suicida’ la verdad en ArgentinaPero también hay incertidumbre en torno a muertes misteriosas y recientes. Héctor Febres, oficial a cargo del llamado “pabellón de maternidad” en la infame Escuela de Mecánica de la Armada en Buenos Aires, que fue convertida en campo de la muerte para miles de prisioneros políticos durante la dictadura militar de 1976 a 1983, fue encontrado muerto en su celda, envenenado con cianuro en 2007.

Al parecer fue un suicidio, pero muchos pensaron que había sido asesinado para que no hablara sobre los crímenes contra los derechos humanos por los que estaba siendo juzgado.

El caso de Febres tiene resonancias hoy en día. Nisman murió un día antes de presentarse ante el Congreso para respaldar sus acusaciones contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por conspirar con Irán. La juez que investigó la muerte de Febres, Sandra Arroyo Salgado, estaba casada con Nisman en ese tiempo.

Arroyo Salgado llegó a la conclusión de que Febres había sido asesinado por sus ex compañeros, que temían que hablara de uno de los crímenes más abominables de la junta militar: mantener vivas a las prisioneras políticas embarazadas hasta que daban a luz para matarlas después del parto y entregar al recién nacido a familias de militares “buenos”, para que los criaran como propios.

Un tribunal superior desestimó el intento de la juez Arroyo Salgado por encausar a los oficiales que ella sospechaba responsables de la muerte de Febres. Otro “suicidio” no resuelto.

A veces, una sola muerte no basta para cubrir la corrupción y la criminalidad en el tenebroso sistema político argentino. Los"mecánicos” invisibles que silencian a testigos incómodos no se arredraron para arrasar manzanas enteras de la ciudad. El 3 de noviembre de 1965, una enorme explosión sacudió Río Tercero en la provincia de Córdoba, matando a siete personas, lesionando a cientos y devastando una enorme área de esa pequeña ciudad.

La explosión, cuyo epicentro fue una fábrica de armamento, supuestamente tuvo el designio de encubrir las armas faltantes que el gobierno vendió en secreto a Ecuador y Croacia, en violación de acuerdos internacionales. En 2013, el ex presidente Carlos Menem fue condenado por el contrabando de armas y, en diciembre pasado, cuatro oficiales militares fueron condenados por la explosión. (Las dos sentencias están pendientes de apelación.)

La intimidación de funcionarios judiciales es cosa de rutina. Apenas el mes pasado, el juez Claudio Bonadío, que maneja las acusaciones contra la presidenta respecto de irregularidades en un hotel que posee, recibió una amenaza de muerte formada con letras recortadas.

“Argentina es monótona y repite sus tragedias”, asegura Santiago Kovadloff, filósofo de 72 años de edad que, a raíz de la muerte de Nisman, ha surgido como brújula moral del país. “Hay una larga cadena de evidencias que ponen de relieve el predominio de crímenes abominables sobre la legalidad.”

Fue en el contexto de corrupción que invade todas las capas de la vida política en que Nisman presentó sus explosivas acusaciones contra la presidenta, el 14 de enero ante un tribunal. Las incontables horas de conversaciones telefónicas interceptadas en que fundamentó sus acusaciones revelan un inframundo de conspiraciones como ningún fiscal se había atrevido a revelar jamás.

Entre las grabaciones hay una llamada de alguien allegado a la presidenta que habla desde el interior del palacio presidencial, supuestamente para trasmitir un mensaje secreto a Irán. Nisman aseguraba que la presidenta planeaba proteger de persecuciones judiciales a cinco iraníes, acusados del atentado con bomba contra un centro comunitario judío en Buenos Aires en 1994, que causó 95 muertos.

En los escasos cuatro días que ahora sabemos le quedaban de vida, Nisman se entregó a una audaz campaña de medios en la que, con su característica estilo de hablar, describió un mundo de subterfugios gubernamentales que nunca antes había sido expuesto con tanto detalle.

“Ya sé que podrían matarme por esto”, decía mientras realizaba una vertiginosa gira de revelaciones tras revelaciones.

El fiscal estaba arrojando luz en un sistema corrupto de influencias secretas y agentes encubiertos por todo el gobierno. “Es una estructura que se repite en todas partes”, señala Kovadloff.

Y entonces, en medio del pasmo y la indignación, Nisman murió. O “fue suicidado” para darle un toque final de misterio incomprensible a la mezcla. El efecto que tiene todo esto en Argentina no se parece a nada que haya sucedido en los tiempos modernos. Nisman era solo un fiscal, pero su muerte está rodeada de la estupefacción azorada de un evento como el asesinato de Kennedy.

Uki Goñi, escritor y periodista, es autor de La Autentica Odessa: La Fuga Nazi a la Argentina de Perón.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *