Cómo Seattle puede combatir la tuberculosis

Un informe relevante publicado recientemente por la revista médica The Lancet revela que un mundo sin tuberculosis es posible. Si bien la TB no es un tema que preocupe demasiado en Seattle, muchas de las principales instituciones de la ciudad hoy, en verdad, están realizando un enorme trabajo para reducir las 4.400 muertes por tuberculosis que se producen cada día.

La TB es una enfermedad infecciosa contagiosa y potencialmente letal que destruye el tejido del organismo, afectando particularmente a los pulmones. Por ser una enfermedad de transmisión oral, se puede propagar cuando un individuo infectado tose, estornuda o inclusive habla. Si bien la TB se cura con antibióticos, si el medicamento no se toma de manera adecuada, surge una cepa de la enfermedad resistente a las drogas y mucho más peligrosa –que algunos llaman “Ébola con alas”.

A pesar de la magnitud de la amenaza de la TB, los financiadores de la investigación y la industria farmacéutica en gran medida han ignorado la enfermedad en los últimos 50 años. La razón es tan simple como indefendible: la TB afecta desproporcionadamente a los pobres y a los desfavorecidos, que por lo general no pueden pagar el tratamiento.

Dada la falta de inversión en la lucha contra la TB, el progreso se ha detenido y la prevención siguió centrada en una vacuna de 80 años con una eficacia limitada. El diagnóstico siguió dependiendo de una prueba que tiene 125 años y que no logra detectar la enfermedad en la mitad de los casos. Y el tratamiento siguió girando en torno de un régimen de medicación que dura seis meses y que prácticamente no ha cambiado en 60 años.

Como resultado de ello, la TB continúa matando a una persona cada 20 segundos. En 2017, mató a un total de 1,6 millones de personas –el número de víctimas mortales más alto de cualquier enfermedad infecciosa.

Sin embargo, en los últimos diez años, la TB ha comenzado a recibir la atención que merece, especialmente entre las organizaciones de salud radicadas en Seattle. Científicos de la Universidad de Washington, el Instituto de Biología de Sistemas y el Instituto de Investigación Infantil de Seattle están haciendo mucho para que entendamos mejor la biología de la TB. El Instituto de Modelos de Enfermedades y el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud están mejorando el seguimiento de la enfermedad. El Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas, Global Good, y el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson están desarrollando mejores pruebas, drogas y vacunas. Y PATH es líder en cuanto a ofrecer mejores maneras de suministrar atención contra la TB en los ambientes más difíciles del mundo.

Gracias al trabajo de estas organizaciones –así como a la generosidad y a la habilidad técnica de la Fundación Bill & Melinda Gates-, los médicos hoy tienen una prueba nueva y más precisa para diagnosticar la TB, drogas más potentes para curar las cepas resistentes a las drogas y una vacuna candidata prometedora. Pero desarrollar estas herramientas es sólo el primer paso. También se necesita innovación para permitir que lleguen a quienes más las necesitan. Y, en ese frente, el progreso ha sido mucho más lento.

Según el informe de Lancet, los futuros logros en la lucha contra la TB están supeditados a ofrecer servicios a los diez millones de personas que desarrollarán la enfermedad el próximo año. Esto no puede dejarse en manos sólo de la comunidad de la salud. Las compañías tecnológicas de Seattle –que ya están cambiando la manera en que la gente convive con tecnologías disruptivas, se conecta con ellas y las consume- también deben aportar su experiencia y visión.

Imaginemos un mundo en el cual las autoridades de salud pública en los entornos más pobres pudieran sacar provecho de las habilidades de marketing de Amazon, del poder analítico de Tableau y del conocimiento de los comportamientos de salud de PEMCO. Imaginemos si pudieran sacar ventaja de los servicios radicados en la nube de Microsoft, de los canales de datos de Google, del alcance de Facebook y de la capacidad de entrega de Uber.

En un mundo así, la divulgación a través de las redes sociales podría ayudar a garantizar atención para los cuatro millones de personas que no se diagnostican cada año. Los pastilleros inteligentes podrían ayudar a los pacientes con TB a tomar sus medicamentos. Un monitoreo de la tos mediante el teléfono celular podría ayudar a los proveedores de atención médica a garantizar que los pacientes respondan correctamente al tratamiento.

Es más, los algoritmos basados en inteligencia artificial podrían ayudar a los trabajadores de la salud a ofrecer una atención óptima a los pacientes y datos en tiempo real sobre la carga de la TB para los funcionarios de salud pública. Sistemas basados en la cadena de bloques (Blockchain) podrían permitir que los pacientes controlen quién tiene acceso a su información médica. Y, cuando fuera necesario, la fuerza laboral “temporaria” podría aportar transporte y respaldo logístico.

Antes de que pase mucho tiempo, ese mundo sería libre de TB. Para materializar esta visión, los líderes del área de salud de Seattle deben colaborar con las compañías tecnológicas de la región. Los ejecutivos corporativos podrían formar alianzas con organismos de salud pública para identificar oportunidades para cumplir con sus promesas repetidas de utilizar la tecnología en pos del bien común. Sus empleados luego podrían colaborar con los investigadores de TB para desarrollar proyectos y productos efectivos.

El primer paso consiste en crear una estrategia abarcadora para integrar la investigación biomédica y las tecnologías digitales en las próximas décadas. De lo contrario, de acá a 2030, la TB podría cobrarse otros 15 millones de vidas. Éste no es un mundo donde ninguno de nosotros quiera vivir.

Peter M. Small is a fellow at the Rockefeller Foundation and a member of the Lancet Commission on Tuberculosis. Gabrielle Fitzgerald is the founder and CEO of Panorama, a Seattle-based action tank, and Chair of the board of the Washington Global Health Alliance.

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