Cómo ser danés

A Dinamarca se la considera de un modo unánime en todo el mundo la sociedad solidaria e igualitaria por excelencia. La prosperidad, la falta de desempleo, la enseñanza generalizada, la redistribución de los ingresos y los servicios públicos, siempre han estado relacionados, según analistas, sociólogos y economistas, con la gran homogeneidad del pueblo danés, con una ética compartida que fue forjada inicialmente por la Iglesia luterana. La fe ha desaparecido y los daneses son agnósticos, pero la ética permanece. Está demostrado que los pueblos aceptan mejor ser solidarios cuanto más homogéneos son. Esta ley se cumple incluso en Estados Unidos, donde los estados que más redistribuyen, los del norte, son también los más homogéneos cultural y étnicamente. Pero resulta que Dinamarca cambia, igual que cambia el resto de Europa, y especialmente Europa del norte, bajo el impacto de la inmigración –de los refugiados políticos, sobre todo– procedente del África negra, de Siria, de Somalia y de Afganistán.

Cómo ser danésEstos recién llegados, a menudo musulmanes, acogidos generosamente por Dinamarca con alojamientos sociales y subsidios, tienden espontáneamente a reagruparse en viviendas públicas, en los mismos barrios que el Gobierno califica impropiamente de guetos. Para evitar concentrar a demasiados inmigrantes en estos barrios, intentan dispersarlos por todo el país, que tampoco es tan grande, lo que de hecho lleva a que se multipliquen los guetos. De ahí surgen las mismas disfunciones sociales que en cualquier otro lugar de Europa: la mitad de los niños procedentes de la inmigración son pobres, el 20 por ciento de los adolescentes no tienen formación ni trabajo, el tráfico de drogas y la violencia de las bandas prosperan y algunos daneses musulmanes se han unido a la guerra santa en Siria.

Como en todas partes, también aquí gana cada vez más votos un movimiento hostil a cualquier tipo de inmigración, el Partido Popular Danés, que pertenece a la gran constelación populista que ya cubre toda Europa. Pero aunque los daneses siguen siendo daneses, es decir, solidarios y proclives a las intervenciones públicas de esencia socialista, el Gobierno de Lars Lokke Rasmussen, aunque de cuño liberal, ha emprendido la tarea de transformar a todos los pequeños inmigrantes en auténticos pequeños daneses.

A partir de este otoño, los niños de los «guetos» (el Gobierno debería adoptar otra denominación, ya que Copenhague no es ni mucho menos la Varsovia de 1940), desde los dos años de edad, serán escolarizados obligatoriamente en escuelas infantiles, 25 horas a la semana, sin contar la siesta. Allí se les inculcarán la lengua y los valores «daneses», incluidas las fiestas de Pascua y Navidad, lo cual resulta paradójico en este país, que se ha convertido en el menos creyente de Europa y en el primero que legalizó el matrimonio homosexual. Además, el inglés se sustituye progresivamente por el danés. ¿No sería mejor enseñar el inglés o al menos favorecer el bilingüismo? Aún es muy pronto para saber si acabará bien o mal. Este proyecto de asimilación no cuenta con el apoyo unánime de los daneses de pura cepa; los defensores del multiculturalismo creen que los valores daneses son difusos y reaccionarios y que quizá los antiguos daneses deberían iniciarse en las costumbres somalíes o afganas.

Sea como sea, el Gobierno danés, como siempre pionero en Europa, tiene el mérito de tomar iniciativas y no dejarse llevar o limitarse a las fórmulas mágicas, como Francia, por ejemplo. La pasividad y la complacencia permanentes del Gobierno francés, el polo opuesto a Dinamarca, han salido a la luz a raíz de la victoria en el Mundial. Muchos analistas, sobre todo de fuera de Francia e incluso yo mismo en mi crónica de ABC de la semana pasada, han señalado que la mitad de los jugadores franceses, 14 de 23, eran de origen africano. La respuesta perentoria del Gobierno y de los intelectuales orgánicos fue recordar que cualquier ciudadano francés es solo un ciudadano francés, sin importar sus orígenes. Desde luego, es una bonita doctrina, pero desgraciadamente, no siempre se corresponde con la realidad social y, por añadidura, su dogmatismo impide la comprensión del problema.

Yo no creo que haya que seguir el modelo estadounidense, que reconoce la existencia de comunidades étnicas y culturales, ni tampoco que haya que adoptar obligatoriamente el nuevo modelo de asimilación forzada. Pero en Europa no nos podemos contentar con encerrarnos en un discurso pacifista: los nuevos inmigrantes están ahí y, evidentemente, la integración se está haciendo mal o demasiado lentamente. No decir nada y no hacer nada es dejar vía libre a los demagogos que quieren expulsar a los inmigrantes y echar a los refugiados, lo que es tan inadmisible como imposible de poner en práctica, excepto imitando a los nazis.

El modelo danés quizá no sea modélico, pero al menos es una experiencia que seguir y una invitación a pensar por nosotros mismos. Tampoco estaría mal preguntar a los inmigrantes y a sus descendientes cómo conciben el futuro en su país de adopción, que se convertirá en su residencia definitiva. ¿Quieren seguir siendo afganos o sirios, convertirse en daneses o en otra cosa, mestizos, multilingües o multiculturales? No lo sabemos, y parece que en Dinamarca, como en otros lugares, se les ha olvidado preguntar.

Guy Sorman

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