¿Cómo será la Cuba del futuro?

Un presidente de Estados Unidos en el corazón de La Habana confesándole a los cubanos que por años su gobierno se equivocó de estrategia y que la confrontación no es el camino, que a partir de ese momento podrán caminar juntos hacia un futuro mejor. Muere el jefe supremo, el artífice del régimen cubano, de la congelación en el tiempo de la isla. Unas reformas socioeconómicas, de la mano del nuevo jefe supremo —hermano del anterior—, generan que la propiedad privada florezca y gane espacio por primera vez en el país. El internet llega y empodera a la ciudadanía y produce una sociedad civil que quiere cambiar el statu quo de la nación. Otro presidente de Estados Unidos destruye el acercamiento entre los dos países y decide retomar la vía de la confrontación. El nuevo jefe supremo sale del poder y, por primera vez en seis décadas, la isla tiene un presidente que no lleva su apellido. La isla regresa a la precariedad histórica. La sociedad civil pone el cuerpo para que se produzcan los cambios. Una pandemia. El gobierno apresa en sus cárceles a parte de la sociedad civil y, a los que no encierra, los expulsa al exilio. El éxodo masivo más grande de la historia del país.

El compendio anterior resume la última década en Cuba. Una montaña rusa que por momentos ilusionó, que nos hizo pensar a muchos que, por fin, las cosas en la isla iban a tomar un rumbo diferente. Pero lamentablemente todas esas sensaciones de ensueño, sustentadas por acontecimientos históricos, desembocaron no solo en la desolación provocada por esas desilusiones, sino que el régimen, para evitar los cambios y la pérdida del poder, llevó al país a un pantano, a un presente nefasto del que no se sabe cómo se puede salir. Entonces: ¿Cuál es el futuro de Cuba? ¿Cuántos años más durará el castrismo? ¿Con la extinción del régimen llegará finalmente la democracia a la isla? ¿El capitalismo se apoderará completamente del archipiélago? Soñemos ahora, pues.

No hay dudas de que el momento bisagra, para lo que viene en Cuba, será la muerte de Raúl Castro. Raúl, a sus 91 años y sin cargos políticos, sigue siendo el jefe supremo del país, aunque la presidencia y la dirección del Partido Comunista —única organización política permitida por ley— estén en los hombros de Miguel Díaz-Canel, quien ha dejado claro su absoluta condición de peón de Castro. Esa muerte cambiará de manera inevitable los entresijos del castrismo, como no los cambió la muerte de Fidel Castro. Porque para suplir a Fidel, estaba Raúl. Pero para sustituir a Raúl, no hay nadie. Porque la inmensa mayoría de los generales con verdadero poder político son también unos ancianos que viven sus últimos días. Por lo tanto, el poder lo tendrán que asumir los civiles que han podido treparse en la cúspide del gobierno.

Esos civiles son hombres ensamblados en el Partido Comunista, personas igual de encorsetadas que la élite militar. La diferencia radica en que son más jóvenes, pertenecen a otra generación y ya no tendrán encima los dedos decisores y los ojos vigilantes de sus mentores. De esa manera, se producirá una pugna al interior del establishment entre los civiles comunistas y los militares. Por dos razones. La primera: los militares controlan hoy ya entre 70% y 80% de la economía del país, y obviamente no querrán disminuir esa influencia. La segunda: los civiles comunistas no solo intentarán disputar la economía del país para tener algo de peso en sus manos, sino que, siendo más jóvenes y estando más pendientes del pueblo —sin llegar a importarles mucho— querrán reformar el sistema cubano sin que esos retoques lleguen a cambiar la aparente fisionomía del régimen. Modificaciones que se producirán en una estructura sistémica dañada y frágil, por lo que podría desplomarse completa o parcialmente.

Sin percatarse —los gobernantes—, darán paso a una suerte de Perestroika —salvando las distancias históricas—. ¿En qué plazo puede suceder esto? Yo digo que cinco años después de la muerte de Raúl Castro.

Creo que este será el hipotético camino de Cuba. Y no llegará a producirse, entonces, lo que más deseo en la vida: que la ciudadanía desbanque al gobierno. La oposición, los activistas, la sociedad civil en general, tienen toda la fuerza que se puede tener para intentar cambiar el orden institucional cubano, pero no lo podrán lograr. Cuba es un país maniatado de punta a cabo por el totalitarismo impuesto de un régimen militar. La represión, que llega hasta los resquicios más insospechados, asfixia todo brote de libertad. Además, por un lado, dentro de Cuba queda muy poca gente forzando esos cambios y, por otro, la incidencia dentro de la isla de las acciones del exilio son insignificantes.

Este desenlace nos llevaría a responder la pregunta clásica sobre Cuba: ¿qué pasará con el socialismo, el capitalismo llegará? Para responder esa pregunta no hay que viajar al futuro: Cuba es un capitalismo de Estado desde hace años, aunque su gobierno siga vendiendo una idea distinta. Un país donde el Estado y sus instituciones son dueños de casi todo y se enriquecen por día a expensas de las penurias de su ciudadanía para quien un rollo de papel sanitario, un huevo o un blíster de aspirinas, son un lujo. Pero algo peor sucederá: el capitalismo desembocará en la isla en todas sus variantes y con todo su arsenal. Y Cuba mutará: pasará de ser ese supuesto reducto socialista aún anclado al siglo XX, a ser un destino turístico exclusivo para quienes quieran disfrutar de una isla en el Caribe con sus playas, sus mojitos y su buena música.

¿A dónde irá a parar lo que el régimen llama “las conquistas de la revolución”, la salud, la educación, el deporte? Pues, a donde mismo fue el socialismo. Ninguna de esas “conquistas” existen ya, se esfumaron, forman parte del pasado nostálgico de la isla.

La gran incertidumbre está en saber la deriva política de quienes se hagan con el poder. De ello dependerá que aterrice o no en la isla, lo que hace décadas llevamos esperando, la democracia.

Abraham Jiménez Enoa es periodista en Cuba y cofundador de la revista ‘El Estornudo’.

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