Cómo sobrevivir a la revolución digital en el mercado laboral

Cómo sobrevivir a la revolución digital en el mercado laboral

Muchos son los factores que intervienen y conforman el mercado de trabajo. Algunos de los más importantes son la demografía y su dinámica, las leyes que regulan el mercado, el modelo de crecimiento económico y los niveles de educación de la población. Sin embargo, históricamente, el elemento que en mayor medida ha influido sobre el desarrollo del mercado de trabajo ha sido la evolución tecnológica que, desde siempre, ha traído consigo la reducción de la carga de trabajo y facilitado la ejecución de muchas tareas. Los avances tecnológicos, desde las primeras cosechadoras mecánicas hasta el ordenador cuántico de Google, buscan acelerar la producción, facilitar las labores repetitivas y reducir las penalidades derivadas del trabajo físico.

Cabe pensar que si las máquinas reducen la carga de trabajo de los hombres, cuantas más máquinas empleemos menos trabajadores necesitaremos. De aquí se coligen las siguientes preguntas obvias: ¿quedarán trabajos para los hombres al introducir cada vez más tecnología? ¿Qué ocupaciones desaparecerán? En un escenario de escalada tecnológica que contribuye al rápido nacimiento y desaparición de ocupaciones ¿qué habilidades es más probable que desaparezcan en el mercado de trabajo futuro?

La introducción de una nueva tecnología tiene un efecto negativo inmediato sobre el empleo al prescindir de los trabajadores que realizaban dichas tareas. Sin embargo, la teoría económica muestra que la reducción de costes consiguiente se transforma en beneficios y, si las empresas operan en mercados competitivos, en una reducción de precios. En el primer caso se podrán reinvertir los beneficios; en el segundo, la bajada de precios aumentará la demanda total. En ambos casos tendremos un efecto positivo sobre el empleo: se necesitarán más trabajadores para desarrollar los nuevos proyectos de inversión o para dar respuesta a las nuevas demandas.

¿Cuál de los dos efectos será dominante? ¿El negativo inicial o el positivo posterior? A lo largo de la historia la introducción de nuevas tecnologías contribuyó a crear a largo plazo más puestos de trabajo de los que inicialmente se destruyeron. Desde que las primeras máquinas de vapor empezaron a utilizarse en los telares ingleses, los sectores donde se implantaron innovaciones disruptivas tendieron por lo general a crecer en empleo.

Más allá del saldo neto, la introducción de tecnología siempre ha sido un proceso con perdedores y ganadores. El profesor del MIT David Autor describe cómo la tecnología suele sustituir tareas (y a los trabajadores que las realizan) de carácter rutinario, tanto físicas (por ejemplo, mover mercancías en un almacén) cómo cognitivas (por ejemplo, realizar la contabilidad de una empresa). Pero además, la tecnología suele complementar tareas de tipo no rutinario; y así, ayuda al empresario a organizar sus comunicaciones, al médico a realizar mejores diagnósticos y al mecánico a arreglar la maquinaria.

Los procesos de sustitución y complementariedad han hecho que cada vez se demanden más los trabajos asistidos por la tecnología. Trabajos que suelen ser de dos tipos: o muy intensivos en conocimiento -el directivo y el médico anteriores- o de baja cualificación -el asistente doméstico o quién atiende a los ancianos dependientes-. Asimismo, van desapareciendo trabajos de media calificación que constituían el esqueleto tradicional de las clases trabajadora y media: se demandan menos obreros y administrativos de media cualificación. El desarrollo tecnológico está, pues, trayendo consigo un proceso de polarización del mercado de trabajo.

Hasta ahora, a los trabajadores de media cualificación y a los nuevos entrantes en el mercado de trabajo se les recomendaba, para no ser los perdedores de esta carrera sistemática contra las máquinas, invertir en educación y preferiblemente en habilidades de tipo cognitivo, que difícilmente podían ser encomendadas a máquinas y ordenadores. Sin embargo, los desarrollos digitales recientes hacen que las reglas de esta carrera vayan cambiando.

El exponencialmente creciente poder de computación, la facilidad de almacenamiento y transmisión de grandes cantidades de datos y el desarrollo de la inteligencia artificial hacen que las máquinas puedan realizar cada vez más tareas cognitivas. Los robots actuales, que no son máquinas antropomórficas sino programas de ordenador, han transformado drásticamente la realización de este tipo de tareas.

Los también profesores del MIT Brynjolfsson y McAfee explican que hasta hace una década, para que una máquina realizara una tarea, había que descomponer la tarea en subtareas y escribir las reglas de ejecución para cada una de ellas, de forma que el ordenador supiese siempre qué hacer en cada ocasión. Los bancos podían así, por ejemplo, programar un ordenador para que, después de codificar las reglas y parámetros de evaluación de riesgo, estimara el riesgo financiero de un potencial prestatario. Consecuentemente, tareas poco codificables debido a su complejidad -tanto aquellas de carácter cognitivo que requieren formación avanzada, como algunas manuales- no podían ser ejecutadas por ordenadores.

Hasta hace poco no había ordenadores que pudiesen tener en cuenta y seleccionar la información necesaria para conducir un coche, al igual que no había programas que pudiesen detectar un tumor en una radiografía. En la actualidad, sin embargo, si proporcionamos a una máquina el suficiente número de ejemplos y casos posibles respecto a una tarea, aquella es capaz de escribir por sí misma las reglas de ejecución que debe seguir. Es decir, las tareas poco codificables empiezan a estar al alcance de los robots: conducen coches, realizan diagnósticos, escriben notas de prensa sobre la Bolsa y ayudan a los estudiantes a preparar los exámenes.

¿Qué ocupaciones corren el mayor riesgo de desaparecer en este escenario? Frey y Osborne, de la Universidad de Oxford, argumentan que los próximos trabajos en desaparecer serán los de carácter administrativo: contabilidad, secretaría, gestión financiera... por nombrar algunos. También desaparecerán los teleoperadores, cajeros, supervisores de calidad y conductores. Por contra, las ocupaciones menos amenazadas serán las profesiones especializadas: desde el psicólogo hasta el biólogo, pasando por los ingenieros especializados y los distintos terapeutas.

También sobrevivirán otros trabajos que requieren alta formación, como los relacionados con la gestión, así como -en el otro extremo de la distribución de calificaciones- profesiones de baja calificación como servicio doméstico, cuidadores y otros proveedores de atención personalizada. De hecho, por los principios expuestos anteriormente, es probable que el incremento de empleos en todas estas ocupaciones compense con creces los que desaparecerán en otras áreas. Otra cosa bien distinta en este escenario será la posible polarización de los ingresos.

En este contexto, para que el mayor número de ciudadanos salga ganador -o cuando menos no perdedor- en esta transformación del mercado, sigue siendo pertinente educar a los trabajadores en aquellas habilidades que se complementan con los avances tecnológicos y en aquellos trabajos donde el ser humano sigue teniendo ventajas comparativas respecto de las máquinas y los robots.

Los hombres somos todavía mejores que las máquinas en distintos ámbitos; por ejemplo, para manipular objetos con destreza, especialmente en ambientes no estructurados. Y arreglar los mecanismos de un coche o hacer una cama siguen siendo tareas difíciles para los robots. No obstante, estos estrangulamientos del desarrollo tecnológico se superarán relativamente pronto.

Donde no se espera a corto plazo la aparición de programas sustitutivos es en el ámbito de la inteligencia creativa -aquella relacionada con razonamientos abstractos y saltos de imaginación- en los que hay que aplicar conocimientos específicos de una materia a nuevos escenarios. Ciertamente somos todavía -y lo seremos durante muchísimo tiempo- mejores que las máquinas para tratar con otras personas. Tenemos ventaja en todas las tareas que prevén contacto humano, empatía y comunicación. Eventuales robots negociadores, jefes de prensa o enseñantes capaces de organizar clases y ponencias interactuando con la audiencia no compiten, de momento, con las personas. En todas ellas, la tecnología es un complemento que mejora la calidad del servicio.

En este contexto, las capacidades que se le pedirán a los trabajadores del futuro serán un cruce entre las habilidades cognitivas -la especialización técnica con conocimientos específicos de un ámbito- y las llamadas soft skills -conjunto de rasgos de personalidad que caracterizan las relaciones entre personas-. Ambas habilidades tendrán que complementarse con el progreso de la automatización, de modo que la tecnología amplifique y no sustituya las cualidades que nos diferencian como humanos. Cuanto antes comencemos como sociedad a incursionar en esta senda educativa menos traumática será la transición.

José Luis Curbelo es investigador en el CSIC. Stefano Visintin es profesor en la Universidad Camilo José Cela.

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