Cómo superar el complejo de inferioridad

Algunos expertos en cuestiones internacionales critican la política exterior española con un método curioso. Al parecer, existiría algún aparato de medir el prestigio en el mundo, y esos expertos, con acceso exclusivo a tal indicador, dictaminan que el de España ha descendido. ¿Por qué? Esos comentaristas no necesitan consultar datos económicos (que muestran lo contrario), ni encuestas de opinión sobre la imagen de España en otros países (que invalidan sus argumentos); lo que hacen es repetir hasta la saciedad que somos "mal vistos", que "nadie nos respeta", y que elegimos mal nuestras amistades. Con el bombardeo de una supuesta relación con líderes no recomendables, olvidan citar cuáles son las verdaderas prioridades de España. Para dar una muestra de los contactos más recientes, que ellos simplemente ignoran, habría que mencionar el sólido entendimiento con Francia e Italia, el ser anfitriones del Consejo de la OSCE, los encuentros mantenidos en la cumbre UE-África, y visitas de Estado de China y Filipinas. En septiembre, el presidente Luiz Inácio Lula, en visita oficial, subrayó el papel relevante de España en Brasil, donde somos los segundos inversores tras Estados Unidos, con una cifra acumulada de 30.000 millones de euros, siendo Telefónica la primera empresa extranjera en esa potencia emergente.

El criticar la política exterior española con simples frases hechas tiene la ventaja de que uno no tiene que ofrecer alternativas. Se grita: "lo que se ha hecho está mal", pero no hay propuestas sobre lo que debería hacerse en su lugar. Aquí, el problema es que, quizás, esos expertos tienen ideas poco confesables en su cabeza. Puede ser que lo que realmente quieran es participar a regañadientes en la Unión Europea, menospreciar a Naciones Unidas, y abandonar cualquier intento de tener una acción exterior propia en beneficio de la de otros países más poderosos. Si es así, que lo digan. Si no es así, que expliquen cuál es su proyecto.

Más allá, el valorar la política exterior española con el criterio de lo que piensan los demás de nosotros mismos tiene algo de complejo de inferioridad. No se evalúa esa política por sus propios méritos, ni se proponen iniciativas originales, más bien se está pendiente de los demás. Con actitud un tanto adolescente, las cuestiones que preocupan son: ¿qué pensarán de mí los otros? ¿Me mirará ésta o aquél?

Evidentemente, la mejor fórmula para superar ese complejo de inferioridad internacional de algunos es pensar y madurar. España tiene todos los ingredientes necesarios para diseñar una política internacional ambiciosa, que defienda sus intereses en el exterior, cada vez más diversos, y que, al mismo tiempo, le permita participar en la construcción de un mundo mejor. Esto puede hacerse de muchas maneras, y con orientaciones políticas diferentes, pero ante todo hace falta una voluntad de pensar por nosotros mismos y actuar en consecuencia. Una potencia moderna como España debería, en primer lugar, analizar el mundo cambiante del siglo XXI, y detectar los verdaderos problemas y las oportunidades de manera autónoma. El tener una capacidad propia de análisis permite comprender el mundo tal como es, y no tal como la historia nos dice que fue en el pasado, ni como algunos quieren que sea.

Después, hay que mirar hacia adentro y escuchar atentamente los latidos de la sociedad española. Nuestra política exterior debe basarse en la impresionante trayectoria de España, que ha sabido transformarse en las últimas décadas, convirtiéndose en una democracia vibrante, una economía saneada y una sociedad abierta y plural. Debemos huir de una política exterior hecha a espaldas de los ciudadanos.

Por último, sobre la base de un análisis objetivo del contexto internacional y teniendo en cuenta las expectativas de los españoles, debemos desarrollar una política exterior valiente, proactiva y no reactiva, y con los medios necesarios para su realización.

La política exterior es un difícil equilibrio entre defensa de intereses y de principios. Al Gobierno actual no puede acusársele de haber abandonado los intereses españoles. Algunos datos lo prueban: desde 2004 se han abierto 18 nuevas embajadas y 9 consulados, extendiendo la red de apoyo a empresas y particulares en el extranjero. Otro ejemplo: la contención de la inmigración ilegal ha supuesto un esfuerzo combinado de diversos departamentos ante este drama, con resultados estadísticamente comprobables.

Pero en el mundo de hoy ya no basta defender los intereses, por la sencilla razón de que vivimos en un mundo interdependiente e interconectado, donde el cálculo de ventajas no da suma cero. España proyecta también sus valores y principios más allá de sus fronteras, participando en las grandes cuestiones globales, desde el mantenimiento de la paz y la seguridad, a la lucha contra la miseria.

Con este planteamiento, no se entiende bien que algunos sigan aferrados a nociones antiguas y simplistas sobre las relaciones internacionales, como el prestigio y las demostraciones inútiles de poder. El debate interno en España sobre política exterior debería ser más maduro, presentar diversos argumentos y opciones, y dejar de lado viejos complejos de inferioridad de una España de otro tiempo.

Martín Ortega Carcelén, director del Gabinete de Análisis y Previsión de Política Exterior en el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación.