Cómo tratar con China después de la COVID-19

En momentos en que el coronavirus sigue haciendo estragos por el mundo, hace falta una clase particular de genio maligno para conseguir que Estados Unidos esté en el banquillo de los acusados, mientras crece la cifra de muertos y se extiende la devastación económica. Y sin embargo, es lo que está haciendo el presidente Donald Trump.

Pero primero lo primero. En todos los países, trabajadores médicos y personal de apoyo han estado en la primera línea del combate a la pandemia en beneficio de todos nosotros. Comenzando por los valientes médicos y enfermeros chinos que arriesgaron sus vidas y fueron silenciados por los mandos políticos locales cuando trataron de hacer sonar la alarma, hemos visto ejemplos similares de coraje profesional en todas partes. Y también debemos felicitar a los que tratan de mantener la normalidad proveyéndonos comida, operando el transporte público y limpiando las calles.

En mitad de un incendio, no tiene sentido señalar con el dedo al incendiario principal. La prioridad debe ser poner a funcionar las mangueras y apagar el incendio. Pero saber de qué modo empezó la pandemia de COVID‑19 es esencial para aprender a prevenir desastres similares en el futuro.

En primer lugar, el brote (igual que el SARS en 2002) comenzó en China, probablemente en un «mercado húmedo» en Wuhan, aunque algunos señalaron una presunta laxitud en la aplicación de normas de bioseguridad en un centro de investigación virológica cercano. (Estas sospechas han sido ampliamente refutadas, pero la destrucción sistemática de resultados publicados de investigaciones realizadas allí y en otros lugares de China aumenta su credibilidad a ojos de algunas personas.)

En segundo lugar, al principio el Partido Comunista de China (PCCh) no sólo no informó sobre el brote, sino tampoco sobre la facilidad con que el nuevo coronavirus podía transmitirse entre humanos.

En tercer lugar, algunos críticos creen que a la Organización Mundial de la Salud se le ocultó lo que estaba sucediendo en China. Sostienen que como mínimo, fue excesivamente indulgente con la posibilidad de que el secretismo del PCCh estuviera limitando la transparencia de China y su voluntad de cumplir con la obligación de informar.

En cuarto lugar, la vida en Wuhan siguió aparentemente como si nada en las primeras etapas del brote. Y durante los festejos del Año Nuevo Chino, miles de personas salieron de la provincia de Hubei (de la que Wuhan es la principal ciudad) hacia otras partes de China o el extranjero.

Pronto algunos de estos temas empezaron a dominar la agenda internacional, y el PCCh fue blanco de intensas críticas por las consecuencias letales de su secretismo. En respuesta, los funcionarios chinos atacaron a los críticos y atribuyeron el brote de COVID‑19 al ejército estadounidense e incluso a Italia.

Todo esto tendrá un efecto inevitable sobre las actitudes de otros países hacia China (o más bien, hacia el comunismo chino) y las futuras prácticas para la prevención de catástrofes globales similares. Pero los hechos recientes no pueden ni deben ser los únicos factores que determinen la postura del mundo exterior.

Esto es así porque ahora mismo China es el país más poblado del mundo y una importante potencia económica, más allá de la naturaleza inmoral y peligrosa de su régimen. Para recuperarnos de estos horrores y de sus consecuencias, debemos conseguir la colaboración de China y fortalecer las instituciones esenciales para una cooperación internacional efectiva.

Pero a Trump siempre le molestaron las prácticas económicas y comerciales de China, y respondió a ellas con proteccionismo y duras críticas. Al mismo tiempo, se buscó pelea con la mayoría de los socios comerciales importantes de Estados Unidos (todos los cuales también critican a China por razones similares). Con su preferencia por el aislacionismo bravucón antes que la construcción de alianzas, Trump perjudicó los intereses estadounidenses y alentó el prejuicio nacionalista en China.

Y ahora hizo lo mismo con la COVID‑19.

Es verdad que las democracias liberales occidentales deben pedir a China honestidad y apertura en lo referido al combate a la pandemia y su aporte a la prevención de episodios similares. Y bajo ninguna circunstancia deben las sociedades abiertas renunciar a sus valores para congraciarse con China. Ni tampoco ceder a las lisonjas de la dirigencia china, cuya agenda es hostil a lo que la mayor parte del mundo defiende.

Además, los demócratas liberales no deben nunca dejar de denunciar a China cuando se equivoca, por ejemplo, al usar la crisis sanitaria actual como tapadera para arrestar a algunos de los principales activistas prodemocracia de Hong Kong. Y Occidente debe seguir oponiéndose al aislamiento internacional de Taiwán, una política de la que la OMS, para su oprobio, ha sido parte.

Pero las acciones de Trump (que no ha perdido ocasión de atacar a China y ahora anunció la suspensión de la financiación estadounidense a la OMS) parecen poner a Estados Unidos del lado equivocado a ojos de muchos que deberían ser sus amigos. Al fin y al cabo, necesitamos una OMS mejor y más eficaz, no en bancarrota e inerme.

Por ejemplo, el liderazgo de la OMS será esencial para evitar que la resistencia a antibióticos provoque hasta diez millones de muertes al año de aquí a 2050, como advirtió en 2016 un estudio encargado por el gobierno del Reino Unido que fue dirigido por el prestigioso economista Jim O’Neill. Además, China es uno de los mayores productores y usuarios de antibióticos en el mundo, de modo que para responder a esta amenaza también tendremos que trabajar con el presidente Xi Jinping mientras siga en el poder.

Pero cooperar con China no quiere decir servilismo. Más bien, es algo que exige criterio y determinación.

Por el momento, el comunismo chino es una realidad y un desafío, y la construcción que el régimen está haciendo de un estado de vigilancia sumamente eficaz puede afirmarlo todavía más en el poder. Pero como cualquier otra forma de ideología autoritaria a lo largo de la historia, en algún momento dará paso a algo mejor, tanto para el pueblo chino (que se merece un sistema político que encarne lo mejor de la gran civilización china) cuanto para el resto de la humanidad.

Chris Patten, the last British governor of Hong Kong and a former EU commissioner for external affairs, is Chancellor of the University of Oxford. Traducción: Esteban Flamini.

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