Cómo vender buenas historias sobre África

En cualquier parte del mundo, el periodismo autónomo o freelance es una profesión arriesgada, que implica soportar rechazos contundentes, preguntas sin responder, el robo de ideas para artículos y retrasos en la paga. Significa aceptar la precariedad económica de tener poca o ninguna ventaja en las negociaciones salariales. Pero para los que se desempeñan en África, cubrir el continente tiene su propio conjunto de retos específicos.

Por ejemplo, en Nigeria la mayoría de los medios de comunicación necesitan editores diligentes, rara vez publican análisis y reportajes incisivos, y hacen esfuerzos por compensar a su personal debido a la falta de financiación. Zain Verjee, empresario keniata de medios y ex ancla de CNN, lamentó hace poco la reticencia de los multimillonarios y los gobiernos africanos para financiar a empresas informativas emergentes africanas, incluso si se someten a una cobertura mediática occidental que a menudo viene sesgada. Y, en los casos en que se puede vender y comprar cobertura positiva, y el periodismo se ve como una glorificación de las relaciones públicas, los freelancers africanos solo pueden soñar con una remuneración justa.

Piénsese en un reciente artículo de 800 palabras que escribí para uno de los mayores periódicos del país; se publicó con poquísimas modificaciones y me reportó unos escuálidos 10.000 naira (cerca de USD 30). Y eso después de regatear con el editor para subirlo desde los 5000 naira que ofrecían inicialmente. En Occidente, por un artículo de longitud similar habría recibido USD 200 o más. Tal vez no es sorprender que muchos freelancers nigerianos (incluyéndome) graviten hacia los medios occidentales.

Pero eso conduce a otros problemas, como un exceso de énfasis en las crisis, conflictos y otros asuntos que el público occidental considera relevantes. Lo he vivido de primera mano. Una vez escribí un artículo sobre un deportista paralímpico nigeriano para un sitio web noticioso estadounidense que publica con frecuencia a redactores africanos. El editor lo rechazó porque era demasiado “optimista”. En otra ocasión, una revista occidental intentó modificar mi borrador inicial para sugerir que los padres fallecidos de un refugiado habían sido asesinados por milicias armadas, cuando de hecho no se había divulgado la causa de la muerte de su padre y su madre había fallecido por una enfermedad.

Como lo señalara Karen Rothmyer hace ocho años en la revista Columbia Journalism Review, los medios extranjeros parecen obsesionados con la idea de que África está en un caos perpetuo. Rothmyer, que vivió en Kenia varios años, rastreó el origen del interminable flujo de malas noticias al uso de datos por parte de organizaciones no gubernamentales para justificar su propia existencia, lo que su vez daba forma a los “marcos de referencia” de los reporteros occidentales incluso antes de llegar al continente. Ocho años después, esos puntos de referencia no han cambiado realmente.

Esta tendencia a acentuar lo negativo hace más que reducir a África a una serie de estereotipos: también alimenta una narrativa unidimensional del continente como un infierno de guerras, enfermedades y pobreza en que muere toda esperanza. Esta inclinación a ajustar a la gente y los acontecimientos a líneas simples lleva a lo que la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie llama el “peligro de una sola historia”. Si se repite una y otra vez, un punto de vista limitado puede enmarcar toda la cobertura y surgir como la única verdad.

Y, sin embargo, el sesgo editorial no es el único reto para los periodistas freelance africanos. Otro problema común es la relegación a coautor o “apañador” cuando se ayuda a medios occidentales. La fotoperiodista nigeriana Fati Abubakar, que suele ser una fuente para reporteros extranjeros que escriben sobre Nigeria del Norte, describe la situación actual como una suerte de “drenaje cerebral”, señalando que sus servicios de consultoría deberían reconocerse monetariamente, aunque rara vez lo son. Obviamente, cambiar este estado de cosas beneficiaría a los periodistas locales y les ahorraría a los medios extranjeros cometer pasos en falso vergonzantes y peligrosos por desconocimiento de la cultura del lugar, como revelar las identidades de las víctimas de ataques o fotografiar cadáveres.

Luego está el problema de la discrepancia salarial entre periodistas africanos y occidentales. Muchas publicaciones esperan que los profesionales que contratan localmente cobren menos que sus contrapartes extranjeras. Cuando Abubakar estaba recién comenzando, aceptaba lo que se le ofreciera. Ahora, como una fotógrafa establecida y requerida, puede rechazar los trabajos que pagan demasiado poco. Pero la mayoría de los periodistas freelance en África no tienen tanta suerte, lo que deja a muchos de ellos vulnerables a los caprichos de los editores a cargo.

La cobertura internacional de África puede sentirse a veces como condescendiente, ya sea por falta de conocimiento local o por pura dejadez. Un reciente ensayo fotográfico publicado en The New Yorker acerca de algunos de los mejores músicos nigerianos de afrobeats no tuvo mucha repercusión en los propios nigerianos, algunos de los cuales criticaron su superficialidad y la ausencia de citas de los artistas cubiertos. Contratar a un crítico musical nigeriano experimentado (sí, existen) casi con certeza lo habría convertido en una pieza más profunda y atractiva.

Además de encargar a periodistas africanos que aporten su conocimiento del tema –lo mínimo que deberíamos esperar-, las publicaciones occidentales podrían mejorar su cobertura africana consultando las opiniones de sus colaboradores freelancer. También sería beneficioso que los medios extranjeros contrataran “mesas” sólidas y especializadas en África, con periodistas locales y editores africanos que posean la capacidad de percibir matices y la experiencia para identificar los temas y perspectivas más útiles para los lectores.

Pero, sobre todo, los gobiernos africanos y las organizaciones filantrópicas deben ayudar a los medios emergentes de África, y las compañías mediáticas deben pagar mejor a sus periodistas, capacitar adecuadamente a sus equipos editoriales y resistirse a la tentación de aceptar dinero por cobertura. Solo entonces las historias africanas recibirán la atención que se merecen y serán narradas por periodistas que no tengan la carga de las preferencias sesgadas de las audiencias y los medios occidentales.

Shayera Dark is a freelance writer based in Lagos. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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