Comparaciones

Kepa Aulestia (LA VANGUARDIA, 31/05/05).

Hace tan sólo unas semanas se anunciaba poco menos que el inicio de un proceso de paz en Euskadi. Los acontecimientos nos han devuelto a una realidad ni tan eufórica ni tan alarmista como ésa. Sin embargo, los equívocos siguen operando, especialmente entre quienes se muestran convencidos de que todo cuanto ocurre obedece fielmente a las indicaciones de un guión previamente redactado. "Todos los procesos de paz comienzan así -se dice-, en todos ellos se da un preámbulo de tanteo mutuo que, a la postre, se convierte en reconocimiento mutuo". Es la versión que fomentan los especialistas más convencionales en resolución de conflictos. Para avalar sus pronósticos siempre encuentran ejemplos adecuados, olvidándose de que todos y cada uno de ellos sirven también para poner en solfa dicha tesis. Además, se da la crucial circunstancia de que los denominados procesos de paz por lo general dirimen conflictos que se desarrollan en situaciones de fuertes carencias de libertad y de graves vacíos constitucionales.

Por el contrario, en el caso vasco quienes suscitan el problema, quienes hacen uso del terror como elemento central de su estrategia, pretenden sustituir el sistema constitucional actual, siempre perfectible, por otro cuyos perfiles resultan claramente antidemocráticos.

Cuando, en un plano más prosaico, se compara la situación presente con las ocasiones en las que el gobierno de turno ha establecido contacto con ETA, se alega que esta vez es más difícil que un eventual intento de diálogo se frustre porque la banda terrorista está extremadamente débil. Esto último es cierto. Pero también es cierto que, incluso durante la tregua de finales de 1998 y 1999 y los tiempos de la declaración de Estella, los antecedentes de diálogo han tenido lugar en momentos de mayor estabilidad constitucional que los actuales. ETA está más débil que nunca. Pero nunca antes se había puesto tan en cuestión aquello que ETA ha tratado de echar abajo: la organización autonómica del Estado constitucional. La presencia fáctica de una organización terrorista que fiscaliza los resultados del debate y la revisión general sobre el funcionamiento de un Estado complejo como el español se convierte, por tanto, en un riesgo incluso para el caso de que esa organización rebaje ostensiblemente su acción violenta. Porque es precisamente gracias a esa coincidencia -coincidencia que de hecho ETA busca- entre el debate político sobre el futuro de los autogobiernos y un eventual inicio de contactos con la banda terrorista como el Estado puede verse enredado y la citada banda lograr su rehabilitación política y su propia recuperación orgánica.

Las otras comparaciones que han aflorado en estas semanas han hecho mención del caso norirlandés e incluso de la experiencia palestina-israelí. Son espejos en los que los vascos no deberíamos mirarnos con tanto afán de emulación. En ocasiones es la resolución ampulosa de un determinado conflicto lo que contribuye a engrandecer a éste y a perpetuarlo. Ocurre cuando la solución multiplica en volumen el problema. Es lo que tradicionalmente han buscado los obstinados en comparar la violencia en Euskadi con otros conflictos de mayor eco internacional. Al establecer tales analogías se incurre, por lo general, en la terrible injusticia de asimilar el caso vasco a las vicisitudes que viven colectividades que se hallan a una distancia sideral de nuestro marco de libertades, convivencia y bienestar. El proceso de paz en Irlanda del Norte hasta la fecha no ha supuesto avance alguno para la integración de la comunidad católica y la comunidad protestante en una misma sociedad. Incluso hay quien considera que todo lo contrario. Tanto la escolarización como el hábitat y las costumbres siguen mostrándose tan segregadas como antes. El IRA y los paramilitares unionistas han vuelto contra sus propias comunidades el poder coactivo que empleaban sobre todo para abatir a los enemigos de la otra comunidad. El proceso de paz mismo se ha convertido en un modus vivendi. Por su parte, la comparación de la peripecia vasca con lo que ocurre en Oriente Próximo resulta tan banal que sólo podría deberse a la necesidad de velar con sufrimiento ajeno la incomprensible perpetuación de la amenaza terrorista aquí y desde aquí.

Resulta paradójico que, a la vez que nos esmeramos en mostrarnos originales respecto a cuanto nos rodea, busquemos ejemplos remotos para hacer didáctica del conflicto y, de paso, asegurarnos de que cada vez se nos entienda menos. La incomprensión que muestran los demás hacia el laberinto vasco se convierte para algunos ciudadanos de Euskadi en motivo de orgullo y estímulo para perseverar en el intento de parecer cada día más extraños, más distintos, más lejanos. De ahí que la formulación sincrética de un modelo plagiado de unos cuantos ejemplos de referencia se convertiría en el camino más largo hacia la paz. Porque ha de tenerse en cuenta que los terroristas no buscan un atajo -no quieren fijar hoy un precio definitivo a la paz-, sino prolongar el recorrido de su propia existencia. Para ello, nada mejor que unas cuantas comparaciones adecuadas.