La crisis que nuestro país ha sufrido ha expuesto con toda crudeza las debilidades de un modelo que había quedado obsoleto. La incipiente recuperación económica nos plantea la necesidad de definir qué nuevo modelo aspiramos a desarrollar, pues la vuelta al pasado ni es posible ni es deseable.
España se quedó estancada en un modelo productivo que se basaba, en gran medida, en empleos de baja cualificación. Mientras este modelo generó riqueza, no se percibió la necesidad de evolucionar. Pero este modelo se derrumbó y lo hizo de forma estrepitosa. Durante el mismo periodo el mundo ha cambiado radicalmente a un ritmo vertiginoso, y los países más prósperos y estables son aquellos que han apostado por el conocimiento y la innovación. El reconocimiento de que estos son los valores más importantes en el contexto actual ha creado una competición intensa entre diferentes países por ocupar un espacio relevante en ese ámbito. Por tanto, si España aspira a jugar un papel en la arena internacional, tiene que superar el retraso acumulado. Para ello, el elemento más importante es apostar por la formación del capital humano. Es nuestro bien más preciado, pero aún no hemos desplegado todo su potencial.
Nos encontramos en un punto de inflexión que requiere de una toma de decisiones respecto a las competencias que jóvenes y adultos necesitan para mejorar la empleabilidad, fomentar el desarrollo económico y contribuir a la cohesión social. El colapso del modelo anterior genera incertidumbre respecto al futuro, pero también permite un mayor margen de maniobra en relación con los objetivos que se planteen. Todo ello requiere una reflexión conjunta entre todos los sectores implicados, que permita desarrollar una estrategia común. Esta conversación ya se ha iniciado.
El Gobierno aprobó antes del verano un proyecto de colaboración con la OCDE denominado «Construyendo una estrategia de competencias eficaz para España», en el que también participa la Comisión Europea. La colaboración de siete ministerios ha permitido la puesta en común de políticas de empleo, innovación, económicas y educativas, para articular una estrategia integrada y alinear las diferentes iniciativas. Hace unas semanas tuvo lugar un taller para analizar la diversidad de situaciones en las comunidades autónomas. En breve tendrá lugar otro abierto a todos los sectores implicados, tales como agentes sociales, empresarios, asociaciones profesionales y expertos, a quienes se solicitará su contribución. Finalmente, este amplio abanico de opiniones se contrastará con la información objetiva disponible, para poder elaborar una propuesta de estrategia de competencias nacional.
Algunas de las mayores debilidades a las que nos enfrentamos tienen sus raíces en deficiencias del modelo educativo que se han mantenido durante más de dos décadas.
Es de sobra conocido que las personas que adquieren un mejor nivel educativo disfrutan de niveles mayores de empleabilidad, acceden a puestos de trabajo de mayor cualificación con mejores salarios, y participan de forma más activa en sociedades democráticas. Sin embargo, en España las ventajas de conseguir un mejor nivel educativo son comparativamente menores que en otros países de nuestro entorno.
La mayor lacra del anterior modelo educativo es el abandono temprano que generó. Durante décadas los niveles de abandono han permanecido elevados en España (alrededor de uno de cada tres alumnos), pero, antes de la crisis, estos jóvenes tenían probabilidades de obtener empleos de baja cualificación en sectores como el de la construcción. A pesar de que la tasa de abandono ha descendido (22,3%), las consecuencias son más devastadoras, pues hoy en día estos jóvenes están condenados a sufrir el desempleo a lo largo de su vida. Puesto que los jóvenes de entornos socioeconómicos desfavorecidos tienen más probabilidades de abandonar prematuramente los estudios, el modelo educativo anterior representa una de las peores formas de injusticia social.
A lo largo de esta legislatura, los esfuerzos realizados desde el primer día por prestigiar la formación profesional y transmitir su enorme valor como vía práctica que facilita el acceso al mercado laboral, incluyendo iniciativas como el desarrollo de la formación profesional dual, han conseguido incrementar el número de alumnos que escogen esta vía y disminuir en paralelo la tasa de abandono.
Las comparaciones internacionales ponen de manifiesto que nuestros alumnos tienen un bajo rendimiento. Además, el rendimiento mediocre es generalizado en todo el sistema, lo que se ha manipulado de forma torticera para concluir que el modelo era «equitativo». Esto ha conducido a que la adquisición de competencias básicas se haya estancado en los últimos veinte años, convirtiéndonos en uno de los países donde la generación de 25-34 años muestra un avance menor respecto a la de 55-64 años.
En el ámbito universitario, los beneficios derivados de conseguir un título son aún menores. Mientras que los que abandonan los estudios duplican la probabilidad de estar desempleados comparados con otros países de la OCDE, los que obtienen un título universitario la triplican. Más de la mitad de los estudiantes universitarios cursan estudios en la rama de Ciencias Sociales y Jurídicas, y al año de obtener el título menos de la mitad han obtenido un empleo, mientras que a los cuatro años uno de cada tres tiene un empleo de baja cualificación (trabajos manuales). En el otro extremo, menos del 6% de los estudiantes cursan grados de Ciencias, y la cifra sigue disminuyendo. Estos datos ponen de manifiesto un desajuste enorme entre la oferta del mercado laboral y las elecciones de los estudiantes, pero también revelan el bajo nivel de formación. Nuestros egresados universitarios adquieren un nivel de competencias comparable a la de los estudiantes de formación profesional de grado medio de países con un mejor rendimiento académico.
La reforma educativa que ha comenzado este curso su andadura, y la reforma universitaria en marcha, tienen como objetivo superar estas deficiencias. Para implementarlas es necesario superar la falta de autocrítica y la autocomplacencia con resultados mediocres, que permitió el mantenimiento de un modelo educativo desactualizado. La educación debe convertirse en el principal motor de movilidad social, permitiendo a cada persona desarrollar su potencial independientemente del entorno familiar del que proceda. En eso consiste la verdadera equidad y la única estrategia que desarrolle el talento latente en nuestra sociedad.
Montse Gomendio, secretaria de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades.