Compromiso político con el pueblo saharaui

Desconozco, cuando escribo estas líneas, cuál será el final de la historia protagonizada por Aminatu Haidar, convertida en símbolo de la causa saharaui, pero comparto las palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando se refiere a esta activista de los derechos humanos como «una de esas personas que nos ayudan a confirmar que la lucha por otro mundo, el otro mundo posible, nunca será una pasión inútil». Mantengo opiniones encontradas sobre el desarrollo de una huelga de hambre, que, como en este caso, amenaza la vida de una mujer que es un referente para quienes reivindicamos el derecho a la libre determinación del pueblo saharaui.

Por un lado, considero prioritario respetar su voluntad porque se trata de una decisión libre, conscientemente adoptada, que ni puede ni debe ser vulnerada. Sin embargo, al mismo tiempo, me preocupa el desenlace de una iniciativa legítima como es la adoptada por Aminatu Haidar, a quien necesitamos viva para continuar trabajando por una causa justa, que ella representa con entereza y convicción ante la incapacidad manifiesta de todos los gobiernos implicados para encontrar una respuesta válida a una demanda tan razonable como es la descolonización del Sáhara Occidental. Y en este punto el Gobierno Zapatero no puede permanecer callado, y menos aún sumiso ante la actitud desafiante de Marruecos.

El problema no es sólo Aminatu Haidar ni tampoco la huelga de hambre. El problema real es la prepotencia del Gobierno de Mohamed VI, que se ampara en la complicidad de Francia y EE UU, y en la cobardía de España, para ejercer una política dictatorial con el pueblo saharaui. La violación de los derechos humanos constituye una práctica habitual contra quienes defienden sus propuestas por vías exclusivamente pacíficas. El Frente Polisario abandonó las armas hace más de veinte años, cumpliendo el Plan de Paz elaborado por Naciones Unidas y la Organización para la Unidad Africana, que implicaba el alto el fuego y el control del territorio por la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum (Minurso).

Sólo he visitado en una ocasión los campamentos saharauis en Tinduf (Argelia), en 2003, pero fue suficiente para constatar la gravedad de un conflicto que no tiene resolución a corto plazo. Las personas de más edad todavía esperaban, ya entonces sin esperanza, pero la juventud, en gran parte formada en universidades de países amigos, se debatía entre el deseo de emprender el camino del exilio o retomar la violencia como reacción ante la pérdida de confianza en el futuro. Tuve la oportunidad de conversar sobre todo esto con el presidente Abdelaziz y no pude por menos que comprender su preocupación por la supervivencia del pueblo saharaui y el riesgo latente que supone la tentación de recurrir a la lucha armada contra Marruecos.

El devenir de la huelga de hambre de Aminatu Haidar marcará un antes y un después en la lucha por la libre determinación del Sáhara. El objetivo de la activista es poder regresar a El Aaiún, donde tiene su casa, pero se niega, con toda la razón, a reconocer que el Sáhara es territorio marroquí. Aminatu Haidar ha logrado situar la causa del pueblo saharaui en primera página de la actualidad, demostrando que una demanda justa puede eclipsar en los medios la hipocresía de quien recibe el Premio Nobel de la Paz apelando a la guerra o el cinismo de quienes en Copenhague hacen bandera de la sostenibilidad mientras habilitan nuevas centrales térmicas y nucleares en sus países.

Zapatero tiene que asumir que Aminatu Haidar no es el único frente abierto a resolver en esta crisis; es sólo una expresión más de un conflicto histórico, al que el Estado español ha dado siempre la espalda por temor a despertar las iras del Ejecutivo marroquí. Todas las personas que viven en el Sáhara ocupado o en los campamentos de Tinduf son víctimas de esta dejación, que apunta directamente a Madrid. El pasado noviembre el rey de Marruecos, en el discurso pronunciado con motivo del 34 aniversario de la Marcha Verde, demostró que hay razones fundadas por las cuales en 2006 Amnistía Internacional ya presentó una querella por genocidio contra gobernantes y militares responsables del mantenimiento del orden en El Aaiún.

Cuando Marruecos reafirma su «soberanía sobre este territorio», la población sabe que nuevos presos políticos se sumarán a una larga lista de personas desaparecidas y encarceladas. El drama de Aminatu Haidar es el de todo un pueblo, y su cruzada no terminará hasta que los gobiernos de Zapatero, Sarkozy y Obama exijan a Mohamed VI la aplicación inmediata del Plan de Arreglo, que contemplaba un referéndum en diciembre de 1998, retrasado a julio de 2000. Mientras no se cumplan los compromisos pactados habrá otros activistas que tomen el relevo de Haidar. La cooperación y la solidaridad son imprescindibles, pero no pueden ser una coartada para eludir otras responsabilidades. «La solución -dice Hadamin Moulud, jurista saharaui- no es el kilo de arroz, sino el compromiso político».

Iniciaba este artículo admitiendo opiniones encontradas sobre el desarrollo de la huelga de hambre de Aminatu Haidar, pero la termino con la convicción plena de que todos los pasos que dé a partir de este momento deben ser respetados. Su fortaleza ante las presiones que está recibiendo nos ha permitido al resto recuperar la conciencia sobre la suerte de un pueblo hermano, que languidece entre la impotencia y la frustración de saberse olvidado. Todavía hay espacio para la rebeldía y es posible plantar cara a un mundo que se arrodilla ante quienes tienen el poder, pero mira hacia otro lado cuando se trata de ayudar al más débil. Por ello, Eduardo Galeano, en un escrito de apoyo, llama compañera a Aminatu Haidar y le da las gracias. «Te amamos muchos -le dice el escritor uruguayo- y yo soy uno de esos muchos».

Javier Madrazo Lavín, presidente honorífico de Ezker Batua.