Comunismo y capital humano

Hacía falta mucha ceguera ideológica para haber pensado, hace dos años, que algo bueno podía resultar del entonces recién formado Gobierno Frankenstein, monstruo macrocéfalo compuesto por dos partidos previamente declarados incompatibles y apoyado por un abigarrado mosaico de partidillos cuyo principal punto en común era, y es, su intención de despiezar España. A mitad de legislatura podemos comprobar que, efectivamente, la ejecutoria de monstruo ha sido catastrófica. Y la prueba más simple de ello (hay muchas otras, a algunas de las cuales luego nos referiremos) es precisamente aquello de lo que alardeó hace poco el presidente: su aparente estabilidad y previsible duración. Y es que ésta viene derivada de la seguridad que tienen sus componentes internos y externos de que, de celebrarse ahora elecciones, saldrían derrotados, por lo cual, pese a la mutua repulsión, se aferran unos a otros en espera de tiempos mejores, cuando, gracias a las dádivas europeas administradas sólo por ellos, puedan quizá sobornar y engatusar a un número de votantes suficiente para mejorar los resultados electorales.

Otra prueba irrefutable de fracaso se encuentra en el primer número de este año del semanario The Economist, donde se comparan las ejecutorias de 23 países desarrollados tras el impacto de la pandemia. A la cola, con los peores indicadores en todos los campos (PIB, renta familiar, que refleja, entre otras cosas, el desempleo), cotizaciones de Bolsa (que refleja, entre otras cosas, las expectativas no sólo empresariales), la inversión y el endeudamiento estatal, está España. Este desastre no se puede achacar a los gobiernos anteriores, ya que se inició precisamente al tiempo de estrenarse el actual; ni a la pandemia, ya que ésta afectó de manera parecida a los 23 países; ni siquiera puede alegarse una supuesta inquina de The Economist, ya que, por razones arcanas, el semanario muestra desde hace años una extraña simpatía por la deriva populista del socialismo español.

Pero hay otros aspectos de la política de Frankenstein al menos tan alarmantes como los recogidos por The Economist. Entre éstos destacan las iniciativas educativas. Hay que reconocer que, en general, los gobiernos de la democracia han mostrado una indiferencia hacia la calidad educativa en España que ha defraudado a muchos ingenuos como nosotros, que creímos que la democracia traería consigo un interés por la educación en consonancia, por ejemplo, con los principios de la Institución Libre de Enseñanza, a la que tantas referencias hueras y reverencias vanas hacen en la España actual tanto la izquierda como la derecha. Esta indiferencia se debe a la proverbial miopía de los gobiernos democráticos, su escaso interés por las políticas cuyos efectos sólo se hacen sentir a largo plazo. La educación es un clásico ejemplo. En la España democrática la única política con visión de futuro ha sido, por desgracia, la de Jordi Pujol, que empezó a sembrar la semilla nacionalista en 1980, cuyos amargos frutos políticos se han recogido ya en nuestro siglo. Y ahora resulta difícil desarraigar la ponzoña. Resulta triste que el único político con visión de futuro en materia educativa haya sido un cacique y demagogo separatista.

La indiferencia de nuestros políticos hacia los temas educativos nos ha costado muy cara. España arrastra problemas de desempleo y baja productividad desde hace décadas, problemas que lastran a la economía y son consecuencia de un sistema educativo e investigador disfuncional, anticuado y caduco. Pero la política educativa de Frankenstein no sólo peca de indiferencia; peca más bien de incompetencia. O quizá, peor aún, de una cínica demagogia electoralista administrada por un Gobierno de malos estudiantes para quienes los exámenes y el estudio son torturas insoportables de las que hay que liberar a los alumnos, cuya misión no es aprender humanidades y ciencias, sino pasar buenos ratos en el colegio. Para nuestros variopintos ministros de Educación la escuela es una guardería para nenes mayores que van a entretenerse en clases amenas, dejando en paz a sus padres que, dedicados al trabajo en la oficina, se ganan la vida y, sobre todo, pagan impuestos.

El contraste con otros países que, con problemas de atraso mucho mayores en el siglo XX, nos han superado holgadamente gracias a sistemas educativos superiores, como Corea o Finlandia, son bien conocidos, sin que nadie en nuestras esferas políticas se haya aplicado el cuento. Y, sin embargo, el poder de la educación y la investigación para fomentar el desarrollo económico es algo bien conocido desde hace mucho tiempo, y demostrado de manera rigurosa desde hace más de medio siglo. Y no sólo se trata de contrastes macroeconómicos, mostrando la correlación entre las variables educativas y las magnitudes económicas.

Recientemente se han hecho estudios microeconómicos que muestran el valor seminal de la educación: las concentraciones locales de individuos altamente capacitados son capaces de producir brotes aislados de desarrollo económico en zonas atrasadas. Una serie de investigaciones muestran que en aquellas regiones de la antigua URSS donde se establecieron los temidos Gulags, los campos de trabajo a donde eran enviados los enemigos del régimen soviético (frecuentemente víctimas de arrestos arbitrarios) a cumplir largas condenas de trabajos forzados en condiciones infrahumanas, gozan hoy de niveles de desarrollo notablemente más altos que en otras zonas parecidas donde no había tales campos. Los llamados enemigos del pueblo en la Unión Soviética tenían niveles educativos considerablemente más altos que la población. Los que no murieron en el Gulag fueron obligados por la tiranía estalinista a permanecer en la misma región a la que habían sido deportados. Muchos tuvieron allí descendencia a la que transmitieron su tesoro más valioso, el único que ni el destierro ni la prisión había logrado quitarles: su educación, su pasión por aprender, leer, entender el mundo, disfrutar de la lectura de los grandes clásicos de la literatura rusa y universal. De ahí el dinamismo cultural y económico de estas regiones hoy, una vez recobraron ellos su libertad. Tal acumulación de capital humano ha producido a través de generaciones un florecimiento de empresas e investigación que ha elevado los indicadores económicos (PIB, consumo de electricidad, formación de empresas, niveles de empleo, altos salarios) precisamente en regiones que en el pasado fueron tristemente célebres por la reclusión de prisioneros políticos y las consecuentes tragedias humanas.

También es elocuente el hecho de que en esas regiones predominase el voto liberal en las elecciones que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética. Algo parecido se ha detectado en la China comunista con las deportaciones de jóvenes urbanos de alto nivel educativo a las zonas rurales para su reeducación en tiempos de Mao Zedong. Resultó que los reeducados fueron los jóvenes rurales que colaboraron con los urbanos. Volviendo a la Unión Soviética, otros estudios han puesto de manifiesto el empobrecimiento de las regiones de donde fueron expulsadas minorías cultas, como los judíos. En España sabemos de eso: la expulsión de judíos a finales del siglo XV y principios del XVI fue algo más grave que un crimen; fue un error garrafal, cuyo coste es posible que aun hoy lo sigamos arrostrando. Valdría la penar ahondar en el tema.

Lo que, sin la menor duda, seguiremos arrostrando en el futuro son las consecuencias de las demenciales reformas educativas de la segunda enseñanza de Isabel Celaá, que tan excelentes parecen a su sucesora, Pilar Alegría. Y nuestras universidades seguirán siendo, con pocas excepciones, cunas de mediocridad y endogamia, cuyos defectos subsistirán, si no se agravan, con las políticas, confusas pero letales, del escasamente añorado Manuel Castells (sobre su lamentable legado, ver la Tribuna de Fernando Lostao en estas páginas, 31/12/2021), políticas que, según confesión propia, van a ser reverencialmente continuadas por el sustituto entrante, Joan Subirats. ¿Qué puede esperarse de un ministerio dirigido sucesivamente por dos acólitos de Inmaculada Colau, la alcaldesa ex rumbera que tan calamitosamente regenta Barcelona?

La moderna historia muestra que las instituciones perviven, para bien o para mal, mucho más largamente de lo que comúnmente se piensa. Hoy a Stalin sólo lo recordamos como un tirano sanguinario, cuya propia hija se exilió de la URSS y renegó del comunismo y de su padre; pero el espíritu de sus víctimas perduró y actualmente enriquece a Rusia. Nos tememos que los disparates de Frankenstein también perduren, pero que será para empobrecer y hundir a España.

Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez son economistas e historiadores, miembro del Colegio Libre de Eméritos y catedrática de la UNED respectivamente. Son coautores de varios libros, entre ellos El desarrollo de la España contemporánea (Alianza).

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