Con acento catalán

Últimamente se alzan voces que reclaman una presencia catalana en el compromiso para afrontar e intentar superar la actual coyuntura de crisis. Son voces que se oyen sobre todo en Madrid y también, con menor intensidad, en Barcelona. Vuelve a proliferar esa expresión conocida de "sería muy conveniente que en la política española hubiera un acento catalán", o esa otra que señala la conveniencia de una "pincelada catalana a España".

Estas indicaciones y propuestas surgen tras un período --prolongado en el tiempo, y que todavía dura-- en que la falta de respeto, la profunda incomprensión y un modo de hacer muy torpe estaban en el trasfondo de la actitud mostrada desde España hacia Catalunya, su gente y sus iniciativas legítimas. Por todo ello, que políticos, articulistas y medios de comunicación lancen ahora estos cantos de sirena resulta, como mínimo, chocante.

Podríamos entender que cuando se planteó la propuesta de reforma del Estatut este no fuera aceptado íntegramente por el conjunto de España, o que hubiera una discusión a fondo. Incluso podían considerarse poco acertados algunos planteamientos hechos desde Catalunya, así como algunas actitudes. Podíamos y podemos admitirlo, dado que en todas partes se cometen errores, y uno de ellos puede ser caer en un radicalismo fácil y poco constructivo. Pero también debe admitirse --y España debería haberlo considerado-- que el conjunto de la propuesta catalana y la forma de defenderla habían sido correctas y constructivas. Contrariamente a esto, la reacción en España --de derecha a izquierda-- fue del radicalismo vociferante a la tergiversación grosera y el engaño.

En ese momento publiqué un artículo en Madrid titulado Es la hora de España. Venía a decir "aquí tienen una propuesta catalana que quizá, en algún aspecto, les sorprenderá, o no les gustará, pero hecha con voluntad de diálogo, con respeto a las normas democráticas y con el espíritu constructivo con el que Catalunya ha actuado en la política española durante los últimos 30 años. Mírenselo y discutámoslo en el Congreso de los Diputados. Pero no se dejen dominar, de entrada, por viejos reflejos negativos". Y también venía a decir que sería ideal que esta propuesta sirviera para que España se interrogara sobre sí misma. Que Catalunya hiciera un planteamiento como este puede indicar que en la construcción de la España moderna hay algo inacabado, alguna pieza que chirría. Por lo tanto, puede ser una invitación a la reflexión positiva. Antes de afilar las tijeras unos, de preparar el cepillo los otros, de lanzar campañas todos de indignado patriotismo y llamadas a una falseada solidaridad y de verter un sinfín de insidias y calumnias, no sería mejor, decíamos, que "España se interrogue sobre todo sobre sí misma"?
Titulábamos Es la hora de España. La hora de hacer esta reflexión. "Sinceramente, y honesta y serenamente. Y en algún caso juntos. España, es decir, el resto de España y la propia Catalunya."

Pero la reacción española fue radicalmente contraria. No se quiso considerar ese Estatut votado por el 89% de los diputados catalanes y hacer una reflexión sobre lo que eso representaba. El resultado ha sido claro: un clima de gran desafección --palabras del propio president Montilla-- domina actualmente la relación entre Catalunya y España. Con el agravante de que no se ha dado solo un desacuerdo profundo, sino unas actitudes de rechazo, de engaño y de desprecio hacia Catalunya. Y con la sensación de que la confrontación actual tiene como objetivo no solo el Estatut, no solo la financiación, sino hechos básicos de identidad como la lengua y todo lo que signifique reconocimiento como país.

Ahora se nos dice que convendría un plus de estabilidad, de seriedad y de capacidad de generar confianza en la política española. "Sería bueno --dicen-- un acento catalán" o "una pincelada catalana". Pero no hablan ni de desencallar el Estatut, ni de ninguna promesa de buena financiación o de rebaja del déficit fiscal --pese a que las finalmente publicadas balanzas fiscales son bastante elocuentes--, ni asegurar la inmersión lingüística, ni el compromiso de no seguir recortando competencias (como ha ocurrido en el caso de la ley de dependencia), ni afrontar con compromisos reales la inversión en infraestructuras, etcétera. Nada de esto. Simplemente piden "un acento catalán, una pincelada".

Y se nos pidió que votáramos los presupuestos --que ellos mismos dicen que son malos porque están hechos en otra coyuntura económica y social-- y que no recogen compromisos respecto a Catalunya asumidos una vez, dos y tres por el Gobierno. Y dicen que iría bien una colaboración estable. Y apelan a nuestro sentido de la responsabilidad. "Vosotros, que habéis sido siempre responsables". Y es verdad que lo hemos sido. Y que hemos tenido sentido de Estado. Como el que más.

Pero ahora las cosas han llegado a un punto de desconsideración e incumplimiento tan grave que debemos responder que, primero, un país tiene que hacerse respetar. Un máxima que vale para todo el mundo. Aquí, en Catalunya, y en Madrid. Hemos sido objeto de un persistente maltrato económico, de infraestructuras y de creación de una opinión pública muy adversa a través de un bombardeo mediático.

Por todo ello, no basta con invocar, ahora, "un acento catalán, una pincelada". Es el momento de hacernos respetar por todos los que no han tenido ningún tipo de miramiento en ubicarnos fuera del terreno de juego.

Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat.