Con Azorín en Almería (1907)

En la primavera de 1907 José Martínez Ruiz Azorín fue elegido diputado a Cortes por el distrito de Purchena (Almería) en las listas del partido conservador de Maura. Semanas antes el escritor y redactor de ABC se estableció en su circunscripción para hacer campaña y darse a conocer en la comarca del Almanzora. Azorín no había pisado jamás Almería por lo que en principio se negaba a tal posibilidad, pero las presiones de sus amigos mauristas y la tentación periodística por conocer desde dentro la vida política, resolvieron sus dudas y finalmente aceptó el 22 de febrero de 1907 para ser elegido el 21 de abril siguiente. Poco se sabe de los servicios prestados por el diputado Martínez Ruiz a Purchena y se subrayan por el contrario algunos sonados fracasos, sobre todo en materia ferroviaria. Los políticos locales encargaron al joven padre de la patria intensificase las negociaciones ante el Ministerio de Fomento para llevar a cabo el viejo sueño de una salida en tren de Almería hacia Levante, con los consiguientes beneficios a la exportación de la uva y de la extracción de mineral.

En sus viajes a la capital de la provincia, cuyo único medio posible desde Madrid era el ferrocarril, Azorín soportaba más de quince horas de viaje y dos transbordos de convoy: en la estación de Linares-Baeza y otro en la de Moreda, ya en tierras de Granada. Pese al guardapolvos, la gorra y otros adminículos para guarecerse de la carbonilla que entraba a raudales por las ventanillas, el autor de La Voluntad llegaba a la estación término hecho un cromo en negro, como siguió ocurriendo incluso en nuestros machadianos años estudiantiles, siempre sobre la madera de mi vagón de tercera. De entonces –época de la Restauración– datan las reivindicaciones de los almerienses por unos servicios de ferrocarril adecuados sobre todo a los tiempos actuales, pues en los de Azorín tenía cierta lógica aquel tren de película del viejo Oeste que utilizaría a mediados del siglo XX Sergio Leone en sus películas. Y luego, en diligencia para ganar los noventa intransitables kilómetros desde la capital hasta Purchena, que debían de dejar a nuestro eximio colega cual unos zorros. Si bien al término de su segundo viaje en abril de 1907, los correligionarios de Murcia lo rescataron en el Valle del Almanzora en el Packard de ocho plazas de que disponía don Juan de La Cierva y Peñafiel para los viajes en su provincia de la que era indiscutido jefe político. Mediados los años sesenta del siglo pasado tuve ocasión de preguntarle a don José Martínez Ruiz por aquella experiencia política almeriense, durante una vista que nos concedió en su domicilio de la madrileña calle Zorrila, justo detrás de las Cortes, a un reducido grupo de estudiantes de la Escuela de Periodismo. Nada amable, hierático, tan serio como en el famoso cuadro de Zuloaga, me contestó: «Joven, nada grato que recordar». Lo cierto es que cuando dejó el acta por Purchena sólo le faltó exclamar como Santa Teresa: «De Almería, ni el polvo».

Escritores posteriores han seguido constatando, al igual que el maestro Azorín, el auténtico aislamiento de la provincia de Almería por ferrocarril cuando media España dispone ya de AVE, o cuando menos de velocidad alta. Incluso la red prevista para Andalucía, acometida en buena parte, solo deja sin este formidable medio de transporte a la ciudad de la Alcazaba. Ninguno de los partidos turnantes hasta ahora en el Gobierno de España ni el único y permanente en la Junta de Andalucía desde hace treinta y cinco años, ha sido capaz de remover la contumaz inercia de los sucesivos Ministerios de Fomento de mantener a Almería en un tercer mundo del transporte que le hace perder el tren de la prosperidad y del progreso. El llamado milagro almeriense, la agricultura de invernadero y su proyección mundial, ha sido levantado a pulso por emprendedores de una tierra antes mísera y subdesarrollada que sin protección oficial ni otras dádivas europeas sitúa hoy la renta agrícola de la provincia en el cuadro de honor de la riqueza del campo español. Inexplicable la reiterada actitud de los gobiernos con esta provincia e incomprensible la indolencia de los almerienses ante semejante y prolongado agravio. A finales de octubre la denominada Mesa por el Ferrocarril reunió en una protesta ciudadana a la centésima parte de la gente que suele ir a los conciertos de David Bisbal. Nada se podrá hacer mientras los políticos causantes del problema sigan siendo absueltos y premiados en las urnas. O lo que es más grave, en el caso del PP, justificando la falta de renglones presupuestarios para tal menester.

Azorín no hizo nada por Almería, como tantos próceres y diputados por Almería que le han sucedido en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Al menos, el viejo maestro nos legó una obra literaria imperecedera y nos enseñó a escribir en los periódicos. Pero si hoy volviera a la abandonada antigua estación de Almería, una joya de la arquitectura obra de Laurent Farge, discípulo de Gustave Eiffel, dejada en brazos de la incuria de Adif, tendría la misma sensación de abatimiento que en 1907. Todavía el viaje en tren de Almería a Sevilla (con transbordo en autocar de Granada a Antequera) tarda tres veces más del tiempo que emplean los dichosos viajeros del AVE en ir de la capital de Andalucía a Madrid. Y eso que los españoles somos iguales ante la Ley, no se sabe si la del embudo, pero ley, aunque solo sobre el papel constitucional.

Estos días se suceden en Almería manifestaciones de protesta por la paralización de las obras del único y escuálido tramo de Ave (11 kilómetros) de Pulpí a Cuevas del Almanzora, y en general por el atraso de las infraestructuras ferroviarias en la provincia que mantiene el esquema de principios del XX. El nuevo ministro De La Serna acaba de manifestar a los periodistas que visitará cuanto antes la provincia con este fin. Es lo mismo que en 1907 le respondió a Azorín el entonces titular de Fomento, Augusto González-Besada. Y todavía lo están esperando.

Por Francisco Giménez-Alemán, periodista.

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