¿Con Cambó o con Carod?

Por Carlos Seco Serrano, de la Real Academia de la Historia (ABC, 24/05/04):

Parece que el famoso Forum barcelonés, que tantas expectativas había despertado, no está respondiendo en las mismas proporciones en cuanto a la afluencia de visitantes. No lo he visto más que en televisión, y opino que -en el conjunto de instalaciones y de propuestas arquitectónicas- es más bien decepcionante: nada que ver con lo que fueron, como oportunidades bien aprovechadas para el ornato y desarrollo de la ciudad, las memorables Exposiciones de 1888 y de 1929.

Pero no es a esto a lo que quiero referirme hoy, sino a dos episodios que jalonaron la solemne inauguración del Forum. El primero, la supresión del Himno Nacional, imprescindible sobre todo hallándose presente el Rey. Se salvó, al menos, la bandera de España -en cuya ausencia también se había pensado en principio-: pero el Himno Nacional no debió excluirse nunca. No entiendo la excusa de que se trataba de un neutro «encuentro de culturas». Ese encuentro se producía en un ámbito perfectamente definido como una de las grandes entidades nacionales de Europa: España, que les brindaba acogida y escenario; en funciones de máximo anfitrión, estaba allí nuestro Rey. Creo finalmente que, habida cuenta de este desaire -que desaire premeditado fue-, Don Juan Carlos hubiera hecho muy bien en no hacerse presente en el acto inaugural.

En cambio, el segundo episodio a que voy a referirme -y que suscitó censura y repulsa por parte de determinados medios informativos-, esto es, el descubrimiento de la lápida conmemorativa del «evento» (como ahora se dice), que, redactada en catalán, transcribía también en catalán el nombre del Rey: «Joan Carles», no justifica la indignación de los castellanistas a ultranza; desde mi punto de vista, se trataba de una muestra de aproximación cordial al Rey de todos: de «apropiación cariñosa» del Monarca, Conde de Barcelona por más señas. ¿No es el catalán un hermoso idioma español, como lo es el castellano? ¿Por qué esa reacción contra la catalanización del nombre del Rey?

Decía Cambó (¡hace ya setenta años!): «Lo que nosotros queremos en definitiva es que todo español se acostumbre a dejar de considerar lo catalán como hostil; que lo considere como auténticamente español; que ya de una vez para siempre se sepa y se acepte que la manera que tenemos nosotros de ser españoles es conservándonos catalanes; que no nos desespañolizamos ni un ápice manteniéndonos muy catalanes; que la garantía de ser nosotros muy españoles, consiste en ser muy catalanes. Y por lo tanto, debe acostumbrarse la gente a considerar ese fenómeno del catalanismo, no como un fenómeno antiespañol, sino como un fenómeno españolísimo».

Ya sé que no es esa la versión catalanista de Carod Rovira. Pero me parece del género tonto sumarse a su versión (la de Carod Rovira) en la interpretación de la afirmación catalana como un hecho antiespañol, en lugar de verla como un hecho españolísimo (según la nítida definición de Cambó). Creo que alguna vez he referido una anécdota personal muy significativa. Formaba yo parte de una breve cola ante las taquillas del teatro de la Zarzuela, cuando se me acercó una señora con un gran libro abierto entre las manos: iba solicitando una firma de cada uno de los allí reunidos. Supe entonces -según sus palabras- que buscaba adhesiones a su petición de que en Cataluña se hablase en español. Le negué mi firma interrogándola: «¿El catalán es un idioma español o es un idioma exótico?» «No, claro, es español» -se vio obligada a responder la señora en cuestión-. «Pues si es español -remaché yo- ¿porqué he de firmar?»

Se trata de uno de los temas que siempre han provocado mayores enfrentamientos entre los castellanistas a ultranza y los catalanistas «enragés»:esto es, entre separadores y separatistas. Viví en Barcelona en los tiempos en que los inefables falangistas al uso, cuando sorprendían -por ejemplo, en el tranvía- una conversación en catalán, imprecaban a los dialogantes con este estúpido requerimiento: «¡Hablad la lengua del Imperio!» Esa imprecación causó muchas más bajas en el sentimiento españolista de los catalanes, incluso de los que agradecían a Franco que les hubiese liberado de la tiranía de la CNT, que el hecho en sí de aquella dictadura prolongada durante medio siglo.

Ahora nos encontramos con un nuevo motivo de desencuentro, a propósito de la reclamación -de nuevo- por parte de Cataluña, de los documentos de procedencia catalana relativos a la guerra incivil. Para empezar, se trata de una cuestión que en nuestro tiempo queda minimizada por el hecho de que no hay dificultad ninguna para la fotocopia o la filmación de todo ese acervo documental (y de hecho, tengo entendido que de las copias dispone ya hace tiempo la Generalitat). Sin duda, para ser depositarios de los originales hay argumentos atendibles tanto de una como de la otra parte (del Ministerio de Cultura y de la Generalitat). Pero quisiera recordar que una documentación interesantísima, por su procedencia, para los investigadores de aquella dolorosa etapa de nuestra historia, se halla en poder del Ejército, y el Ejército se ha negado siempre a entregarla al archivo de Salamanca. ¿Por qué en este caso no se esgrimen los mismo argumentos utilizados para «centralizar» en un solo punto la documentación relativa a nuestra última y lamentable confrontación cainita?De otra parte, todos los investigadores de nuestro pasado común, saben que el Archivo de la Corona de Aragón, radicado en Barcelona, guarda mucha documentación cuya propiedad (¿aragonesa? ¿catalana? ¿valenciana?) sería, cuando menos, discutible.

Es muy de desear que un mínimo sentido de solidaridad, de mesura (seny en catalán) logre alguna vez sobreponerse a las sinrazonesde separadores y de separatistas. Porque pienso que la mayor parte de las veces, los enfrentamientos entre unos y otros proceden, más que de razones objetivas que los justifiquen, del afán -tan carpetovetónico- de llegar al enfrentamiento: ni más ni menos.

Cuando llegue la hora de la verdad, y se plantee la posibilidad, o no, de encajar en la ordenación constitucional española las pretensiones del maximalismo catalanista -en realidad, secesionismo- enarbolado por Carod Rovira, ¿cómo se las arreglará Rodríguez Zapatero -un leonés de pro- para conciliar extremos que, nos pongamos como nos pongamos, son manifiestamente inconciliables? ¿Será posible el soñado ideal de un Prat de la Riba, de un Cambó, de lograr la «Catalunya lliure dins l´Espanya gran»? Yo, que desde hace mucho tiempo me considero un español a medias toledano, a medias barcelonés, lo estimaría como un logro histórico definitivo, a fuerza de basarse en la realidad. La realidad que en los días del Imperio se hizo carne en la amistad -el hermanamiento- de dos grandes poetas, Boscán -catalán- y Garcilaso-toledano-.