Con censura no hay democracia

Es frecuente oír últimamente que nuestras democracias, las europeas por ejemplo, están en peligro. Compartimos esa alarma, pero la entendemos como que están fragilizándose por dentro y por sus valores esenciales, no por las formas ni las apariencias. Se empieza a considerar democracia cualquier cosa y se es absolutamente tolerante con el deterioro del Estado de Derecho, verbigracia, con tal de que haya partidos, muy poco democráticos, que se presenten cada cuatro años a elecciones muy «manipuladas» y con la falta de intervención de unas Instituciones claves, escasamente independientes, como la Justicia, las juntas electorales o las fuerzas de seguridad debidamente «neutralizadas» o «adoctrinadas». Esta vez nos vamos a centrar en una raíz muy importante de la Democracia Liberal (las mayúsculas son a propósito), como es la libertad de expresión, y dentro de ella, en un factor de erosión creciente de esa libertad, con un ejemplo reciente.

No somos unos talibanes de la libertad de expresión, ni pensamos que todo vale, como el insulto, la calumnia, la inoculación de la mentira con medios poderosos u otros abusos. La libertad de expresión tiene sus límites, como todas, que básicamente se alcanzan cuando se atenta contra el bien común democrático. Somos partidarios de una democracia militante con toda la obligación de defenderse, como sistema frágil que es, y debe hacerlo, esencialmente, a través de una Justicia independiente pero implacable con los enemigos de la libertad y de los valores, primero democráticos, y segundo, constitucionales, que nos hemos dado. Una buena ley anti libelo parece deseable. Pero la Democracia Liberal es, entre otras cosas, poder elegir libremente y bien informado (si es posible, incluso, formado) entre la mayor pluralidad posible que permita el marco constitucional. Si no es posible elegir, si la opción única es el pensamiento único, en cualquier tema que no sea delictivo, hemos llegado al totalitarismo, el enemigo mortal de la Democracia Liberal.

Ese peligro está acechando y erosionando recientemente a las democracias, tal vez de forma subrepticia, pero subiendo. Si aún es controlable, no le dejemos crecer. Eso ha entendido, por ejemplo, el Ministro de Educación galo, M. Blanquer, gran luchador contra la ideología woke, tan totalitaria y mentirosa. Pero descendamos a un nivel más concreto y «eficaz» de ese peligro. Se llama censura y con ese monstruo sólo cabe un aforismo: con censura no hay democracia. Recordemos, contra el abuso, el delito (de ofensa por ejemplo) o el atentado al bien común, las leyes democráticas y la Justicia. Pero la decisión arbitraria y/o sectaria de impedir, desde el »Poder» o desde cualquier poder fáctico, la libre expresión o la difusión de las ideas de cualquier ciudadano, sobre todo si suponen disenso, es lo que se llama censura, y es atentar dolosa y gravísimamente contra la democracia.

Dicho esto, tenemos que ser conscientes de que nuestras libertades y nuestras sociedades están en permanente evolución y adaptación a los avances científicos y tecnológicos que el ser humano produce, cada vez de manera más acelerada. Se impone una evidencia. Hoy en día se ha creado un potentísimo vehículo de difusión de información, de ideas y de opiniones, que hemos dado en llamar redes sociales. Su potencial como fuente de comunicación libre y como caja de resonancia de posiciones grupales o individuales sobre cualquier tema es gigantesco y su capacidad actual de llegar a las capas más jóvenes de los votantes es ya importantísima. Las «redes» se han convertido en un fenomenal medio de participación y de influencia para la sociedad civil. Por lo tanto, digámoslo claro, para las democracias, estas plataformas de apoyo y difusión de la libertad de expresión gestionan un bien público crucial.

El problema surge cuando esas plataformas  son empresas privadas que constituyen un monopolio, o muy reducido oligopolio, con fortísimas barreras de entrada a la competencia, y cuando esas empresas se otorgan un derecho de censura sobre quién puede utilizar sus plataformas y sobre qué mensajes pueden ser lanzados, sin intervención ni recurso legal. Es decir, tienen patente de corso para decidir quién puede utilizar ese bien público, y único utilizable «de facto», en función de los intereses económicos, o ideológicos, o caprichosos de sus dueños o gestores. El símil es muy fácil, estaríamos en el caso de una compañía eléctrica, única de la región, que hubiese decidido no surtir una villa remota porque su alcalde no es del gusto del Presidente de la eléctrica. Eso, en España y en Europa es imposible porque lo prohíben las leyes, y estamos llegando al meollo de este modesto artículo. Creemos urgente e indispensable que se desarrollen normas, a nivel europeo y nacional, que impidan y castiguen la censura arbitraria en las redes sociales. Igual que ya se han desarrollado disposiciones sobre las noticias falsas o sobre los whistle blowers (denunciantes internos de corrupción) nos parece urgente legislar contra la censura en redes sociales para proteger la libertad de expresión. Si traemos a colación esta propuesta ahora es porque acaba de suceder un hecho muy preocupante en nuestra Nación, como lo fue la censura al Presidente Trump en la suya. Y es que el oligopolio «redes sociales» ha decidido impedir la difusión de una intervención parlamentaria oficial totalmente legal y normal, y a petición e invitación de parlamentarios del Gobierno, de un profesor universitario. Poco importa si Uds., o nosotros, estamos lejos de las formas y del pensamiento del Sr. Trump o de las formas y la opinión del interviniente en Cortes sobre la vacunación contra la COVID. Si Uds. o nosotros, somos demócratas y queremos seguir siéndolo,  tenemos que valorar que censurar, en un «bien público monopolio», una normal intervención en Cortes es intolerable y altamente preocupante. No debería volver a suceder impunemente por el bien del tipo de sociedad libre que hemos decidido construir. A lo mejor estiman Uds. que son hechos infrecuentes y que no es (aún) tan preocupante. Puede, pero la censura es el camino abierto hacia el totalitarismo orwelliano, el del pensamiento único y, parafraseando a Zweig, es más fácil acabar con la serpiente cuando se ve su embrión en el huevo. Escucharemos con atención las propuestas de los distintos Partidos sobre cómo combatir la censura  en redes, en cualquier elección venidera.

Por Enrique Calvet Chambon, exeuroparlamentario y Presidente de ULIS. Publicado en THEOBJECTIVE.

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