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"Con hierro y sangre": De cómo Sabino Arana invocó a ETA (5)

Toda la obra política de Sabino Arana podría encabezarse con esta frase que emplea en Bizkaitarra: “Esto no debe escribirse con tinta y pluma. Esto lo debiéramos escribir con hierro y sangre”. Porque, en efecto, el fundador del nacionalismo vasco, desde su primer libro Bizkaya por su independencia, de 1892, construye una apología del derramamiento de sangre de los antepasados de los vascos, que habrían obtenido así su independencia frente a los españoles. Y descartamos desde ahora el ascendiente carlista para explicar ese belicismo originario, ya que Sabino Arana siempre rechazó al carlismo por españolista: “lo maketófilo que es el carlismo”.

En ese su primer libro, el fundador del nacionalismo vasco se remonta a la Edad Media para mostrar cómo los vizcaínos se habrían librado del invasor español. Dejamos para otro artículo la superlativa tergiversación histórica en que se basa todo esto. Nos centramos ahora en que esta obra, que no llega a cincuenta páginas de sus obras completas, repite la palabra “sangre” en treinta ocasiones.

Derramar la sangre será la condición para obtener la libertad de los vascos, simbolizada en el Árbol de Guernica: “La libertad de Bizkaya bien vale la sangre de sus hijos. ¡Oh sangre bizkaina, que bulles en las venas y saltas copiosa al suelo, regándolo por sustentar al Roble de tus libertades! El Árbol de su libertad no tiene más savia que la sangre de sus hijos”.

En su primera empresa periodística, Bizkaitarra, aparecerá otras cincuenta veces el término “sangre” con el mismo significado: “Tengan presente de continuo el recuerdo de la sangre vertida por nuestros antepasados en defensa de la independencia patria”. Y en Baserritarra proporcionalmente lo mismo: “Pero dime, pueblo euskeriano, ¿has olvidado la tradición de tu independencia? ¿Has renegado de la tradición escrita con la sangre de tus antepasados?”.

Este motivo sangriento, central en su programa político, lo argumenta y apuntala comparando a los musulmanes, expulsados finalmente de la península tras ocho largos siglos de lucha, con los españoles que, según él, habrían invadido a los vascos: “Cuando el pueblo español se alzó en armas contra el agareno invasor, y regó su suelo con sangre musulmana para expulsarlo, obró en caridad. Pues el nacionalismo bizkaino se funda en la misma caridad”. La consecuencia de dicho paralelismo, para el fundador del nacionalismo vasco hace ahora 125 años, será esta sentencia lapidaria: “Los maketos. Esos son nuestros moros”.

Pero la declaración de guerra que encierra esta afirmación, Sabino Arana nunca la hará explícita. Esa será su táctica de siempre, con la que fabula unos antecedentes, señala al enemigo y que sea otro el que actúe.

Un ejemplo antológico es el siguiente: “Si a los bizkainos de aquellos tiempos de la antigüedad no se les ocurrió llamar maketos a los españoles, fue simplemente porque éstos no invadieron su territorio como hoy lo tienen invadido. Siempre que lo intentaron (que no fue pocas veces), los bizkainos emplearon un término mucho más elocuente y significativo que el mote de maketo, y fue el de las armas. Hoy nos contentamos con menos: en vez de recibirlos como nuestros padres los recibían, los llamamos maketos. Es que estamos españolizados, y así como del bizkaino de entonces decían los españoles que era corto en palabras pero en obras largo, hoy parece que se nos van las energías por la boca.” Esto es Sabino Arana en estado puro.

En el que pasa por ser su texto más explícito sobre el empleo de la violencia, el fundador del nacionalismo vasco ejemplifica de nuevo ese refrán castellano que dice es costumbre de villanos tirar la piedra y esconder la mano: “Me cuidaré bien, en las circunstancias actuales, de llamar a los bizkainos a las armas para rechazar la dominación española; porque ni hoy, gracias a la interna división, está Bizkaya, ni aun Euskeria entera, en disposición de hacer la guerra a nación alguna, ni nunca el dictamen natural de la razón nos permite hacerla más que en último caso. Por lo tanto, sufriremos, ya que no de buen grado, por fuerza, el yugo de la esclavitud, trabajando (dentro de lo lícito y legal) por el bien de nuestra Patria. Si llega día en que se les haga justicia a los bizkainos, éstos se ahorrarán sangre y dinero”.

Empieza con lo de “me cuidaré bien de llamar a las armas”, cuando ya sabemos que lo suyo era sembrar el odio a España y esperar a recoger la cosecha. Las armas no son convenientes “en las circunstancias actuales”, dice, como quitándose de en medio, pero sí lo fueron en las pasadas. Y en cuanto a las futuras, Sabino Arana vuelve a cubrirse con lo del “dictamen natural de la razón” y lo del “último caso”, pero todo dependerá de si se hace “justicia a los bizkainos”, es decir si se les da la independencia, ya que entonces “estos se ahorrarán sangre y dinero”. El pronóstico no admite dudas: si no se vislumbra la independencia habrá que emplear “sangre y dinero”, que es lo que luego ETA tradujo por asesinatos y secuestros.

Invocar, según la primera acepción del diccionario de la RAE es “llamar en solicitud de ayuda de manera formal o ritual”. Sabino Arana le dejó al PNV el legado y la marca de la hipocresía y el ventajismo, de manera que, justificando una violencia independentista imaginaria en el pasado, eso le permitía invocar una posible y real en el futuro: “Sospecho como historiador que puede llegar época en que esta antigua República se fortalezca suficientemente para romper las cadenas que la oprimen”. Cuando la violencia apareció, en forma de ETA, el PNV no tuvo nada que reprocharse a sí mismo y encima se erigió en su principal beneficiario.

ETA fue el resultado de décadas de manipulación de la historia y de odio a España, a partir de los escritos del fundador del nacionalismo vasco, a quien se debe también el acomplejamiento inculcado por no tener apellidos eusquéricos, que hizo del tercio largo de maquetos y otro tanto de mestizos que tomaron entonces las armas, un colectivo fanatizado en extremo contra España, erigida en culpable de todo.

La violencia de ETA fue debidamente justificada y contextualizada por un PNV que, mientras tanto, siguió “trabajando dentro de lo lícito y legal”, cubriéndose con la careta victimista del “yugo de la esclavitud” y sacando todos los réditos que pudo del Estado.

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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