Con la belleza de los Pujol y la inteligencia de la CUP

Podría pensarse que sólo alguien con la cara más dura que el cemento armado es capaz de asumir la actitud de expectante dignidad institucional que exhibió Artur Mas en su mensaje televisado de Fin de Año, pocas horas después de la imputación penal por blanqueo de capitales de su mentor y padre político Jordi Pujol. Pero lo que tensaba la faz de quien acaba de ser descrito por el cupero dimisionario Monge como "el mayor cadáver político del momento", era el rigor mortis.

Siempre he procurado rodearme de los mejores periodistas de investigación y tribunales y eso me ha deparado la dicha de ver pasar por mis manos las tres principales exclusivas hasta hoy publicadas sobre la banda de los Pujol. Empezando por el llamado "borrador de la UDEF" con el que Inda y Urreiztieta destaparon el escándalo, hace tres años en El Mundo.

Debo reconocer que fue uno de esos momentos en los que un director se la juega. Era un documento exuberante en contenido pero de carácter oficioso y filiación esquiva -en la propia redacción hubo opiniones contrarias a su publicación- y eso facilitó el anuncio de querella de la fiscalía de Cataluña, en inteligencia con un juez instructor y la propia Generalitat. Si no hubieran intervenido dos hombres íntegros como el entonces fiscal general Torres Dulce, que paró la iniciativa de su amigo Rodríguez Sol, y el entonces líder del SUP Sánchez Fornet, que avaló la autenticidad del documento, habríamos sido empitonados y los Pujol seguirían haciéndose los agraviados.

Con la belleza de los Pujol y la inteligencia de la CUPHoy no sólo han quedado acreditados buena parte de los hechos incluidos en aquel relato, sino que hemos sabido que lo primero que hizo la ex de Jordi Pujol Ferrusola la misma mañana de la publicación, el 16 de noviembre de 2012, fue vaciar la caja de seguridad que tenía en el BBVA de la Diagonal. Mercè Girones sabía mejor que nadie que lo divulgado sobre el trasiego de dinero a Andorra era verdad.

También lo intuía gran parte de la sociedad catalana y por eso Mas perdió 12 de los 62 escaños que tenía como líder de CiU en aquellas autonómicas que había convocado de manera anticipada en noviembre de 2012, en pos de un mandato reforzado para emprender el camino de lo que de momento sólo era el "derecho a decidir". Su ridículo de entonces fue el episodio germinal de cuanto de tremendo sucede hoy.

Teníamos encuestas de los últimos días de campaña que la ley nos impedía publicar que demostraban que la corrupción sí era un asunto que importara a los catalanes y sí iba a incidir en el resultado porque la intención de voto de CiU experimentaba una brusca caída. Por eso publiqué aquel tuit que tanto escandalizó a los separatistas: "¿Quién nos iba a decir en la redacción que íbamos a ganar las elecciones catalanas?".

Las "ganó" el derecho a saber de los ciudadanos que los medios de comunicación materializamos. A partir de ahí comenzó el inexorable declive del pujolismo político, encarnado por su "hereu". De hecho Mas tuvo que echarse al monte del radicalismo independentista y camuflarse en el cuarto puesto de la lista de Junts pel Sí para sobrevivir a la implosión de la coalición que había ocupado durante treinta años la centralidad catalana y al descrédito público de todo cuanto él representaba.

La ecuación es bien sencilla: fue la divulgación de ese "borrador de la UDEF" lo que aceleró la huida hacia adelante de Convergencia por la senda separatista. Los Pujol buscaban así la impunidad penal; Mas, el indulto político. El monstruo se volvió peligroso cuando se hizo ridículo: "ya que no me aman, tendrán que temerme".

El siguiente hito en el desenmascaramiento del clan fue la revelación por EL ESPAÑOL el mismo día de su aparición como web, el miércoles 14 de octubre de 2015, de la existencia de un documento autógrafo del patriarca, reivindicando ante el Andbank la propiedad del dinero depositado en las cuentas gestionadas por su hijo Jordi. Eso suponía nada menos que poner en evidencia que el que fuera 23 años presidente de la Generalitat, el padre y forjador de la Cataluña que ahora reclama la independencia, era en todo caso un redomado mentiroso, pues saltaba por los aires la patraña de la herencia, y muy probablemente un ladrón contumaz, pues a falta de otra explicación quedaba apuntalada la tesis del cobro sistemático de comisiones ilegales.

Esa segunda exclusiva fue fruto de la colaboración entre Carlota Guindal, adscrita al equipo de tribunales que lidera María Peral, y el formidable tándem de investigación que Esteban Urreiztieta ha formado con Daniel Montero. Pero como no hay dos sin tres, quedaba la apoteosis, el rasgado definitivo del velo: la publicación de todos los movimientos, apunte por apunte, rapiña por rapiña, de las ocho cuentas andorranas controladas por los Pujol desde el año 90 hasta el 2012. De nuevo Urreiztieta -menudo hat trick el suyo- y Montero, con ayuda del Departamento de Datos de EL ESPAÑOL que encabeza Antonio Delgado, han puesto esa documentación a disposición del público, precipitando sin duda la, en todo caso insoslayable, decisión del juez de citar como imputados a Jordi Pujol y Marta Ferrusola.

La correlación entre la cadencia de los ingresos en metálico en las cuentas andorranas del clan y el control de la Generalitat, es decir de su maquinaria de adjudicaciones y contratos, por parte de Pujol resulta estremecedora. Cuando mandaban, robaban a espuertas; cuando dejaron de mandar, robaron mucho menos.

Todo cuanto ha sucedido en Cataluña durante los años de Pujol, el sistema educativo, la política cultural, el código de relaciones sociales, queda así entintado por la mancha indeleble de la cleptocracia de la cúpula, de la misma manera que todo lo que sucedió en el País Vasco durante los años de ETA, el sistema educativo, la política cultural, el código de relaciones sociales, quedó impregnado por la sangre derramada con la connivencia, al menos pasiva, de los jelkides nacionalistas.

Pero en el caso de Artur Mas no estamos simplemente ante uno de los dirigentes que pasaban por ahí, contrayendo una responsabilidad in vigilando. Estamos ante el Tom Hagen de la deleznable saga-fuga del Padrino catalán. Su papel ha sido exactamente el de aquel personaje que en las películas de Coppola encarnaba Robert Duvall: el hijo adoptivo del clan que pronto demuestra ser más Corleone que los Corleone -recuérdese el episodio de la cabeza del caballo degollado- y termina convirtiéndose en el "consigliere" o estratega político al servicio del Don.

No se trata de una metáfora sino de la ajustada descripción de la biografía política de quien ocupó las consejerías clave de Obras Públicas y Economía, o sea las que controlaban la inversión pública, para acabar siendo Conseller en Cap, durante los años en que se produjo el saqueo, sí, de Cataluña por los Pujol, pues no otra cosa supuso el sistemático sobrecoste de las adjudicaciones, repercutido sobre el contribuyente.

Dejando de momento a un lado el lucro personal obtenido por Mas a través de los millones de origen desconocido que escondía su padre en Liechtenstein, su responsabilidad como administrador público resulta insoslayable. ¿Cuánto sabía Mas? ¿Cómo lo sabía? ¿Desde cuándo lo sabía? La única alternativa a la complicidad en la corrupción es que fuera un necio que no se enteraba de nada y ambas opciones deberían inhabilitarle a perpetuidad.

Sólo en una sociedad presa del alucinógeno del nacionalismo es concebible que un grupo de extrema izquierda como la CUP lleve meses considerando la posibilidad de investir presidente a un individuo que representa cuanto dice combatir. Es cierto que una de las intervenciones más celebradas de la esperpéntica asamblea del pasado fin de semana dio el argumento definitivo que permite colegir el nivel de los congregados: también Mao Tse Tung se alió con los burgueses del Kuomintang cuando hubo que defender a China de la invasión japonesa. O sea que Artur Mas es Chiang Kai Shek y España, el Imperio del Sol Naciente. Vale, tío; fúmate otro de esos.

Lo que no es para tomarse a broma es el programa de gobierno que Mas se ha comprometido a aplicar en el caso de que finalmente la CUP de este domingo su brazo a torcer y le invista presidente en calidad de muerto viviente. Tal y como queda reflejado en el documento asumido por Junts pel Sí, estamos ante un catálogo de ilegalidades que desarrolla la resolución del Parlament para "desconectar" con España, anulada por el Tribunal Constitucional. Incluye la creación de un banco central, un servicio de inteligencia, un ministerio de Asuntos Exteriores, quince nuevas embajadas, un poder judicial propio, un pasaporte catalán o un sistema aduanero. Todo ello desembocará en la elección de una Asamblea Constituyente que "asumirá las atribuciones que hoy ejercen las Cortes españolas".

Es evidente que ante cualquiera de estos pasos unilaterales no cabría otra salida, incluso si el Gobierno de España estuviera en funciones, que proceder a aplicar el artículo 155 de la Constitución y suspender total o parcialmente la autonomía catalana. PP, PSOE y Ciudadanos respaldarían la medida, sentando las bases de la gran coalición que en esas circunstancias se haría poco menos que ineludible, y sólo Podemos quedaría en orsay, pues pesarían más sus alianzas con grupos separatistas que su cacareado patriotismo de nuevo cuño.

La responsabilidad de haber llegado a ese callejón sin salida sería en todo caso del mesiánico Mas, un espécimen cuya necropsia pasa por la famosa anécdota de la dama de buen ver que propuso a Shaw concebir un hijo "con su inteligencia y mi belleza". El dramaturgo rezongó que el problema sería si ambos dones se adjudicaran al revés.

Ese es el caso del aún presidente de la Generalitat, concebido como el Prometeo de la patria catalana pero abortado cual zombie destructor: reúne la belleza de los Pujol y la inteligencia de la CUP. O sea la integridad de una banda de gánsteres y la sensatez de una pandilla de zumbados. Sólo al doctor Frankenstein le salió una criatura así. "Las estrellas brillaban en el cielo, como burlándose", escribió Mary Shelley cuando al visionario se le escapó el monstruo. Una de ellas cayó encima de la senyera.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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