Con permiso de Federico, un pan y un libro

Dijo Federico García Lorca, en 1931, en la inauguración de la Biblioteca de Fuente Vaqueros en Granada: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”.

Algo así ha pasado en la crisis de la covid-19, la sociedad ha echado mano, no de medio libro, sino de un libro entero, ante el dolor, la impotencia, el miedo, las ausencias y las incertidumbres.

Hemos buscado como sociedad un cierto antídoto, en el arte, en la palabra, en las imágenes, y en los sonidos; en definitiva, en las voces de la cultura que son el fruto del talento y que algunos sinsabores, tristezas y soledades nos han quitado.

Pero para que la semilla del talento pueda crecer debe ser cuidada y respetada, y de ello son garantes los derechos de propiedad intelectual en todas sus manifestaciones y vertientes, sean estas tradicionales, digitales o interactivas. Los derechos intelectuales son hoy la mayor red glocal social, científica, educativa cultural, tecnológica y del saber a la que tiene acceso la ciudadanía y la comunidad. Son derechos cimiento, horizonte y semilla, vasos comunicantes del talento con el duende y el deleite.

Los derechos intelectuales redundan en el patrimonio común y son riqueza para la emoción del alma y del espíritu. Es un derecho de la convergencia del continente con el contenido y viceversa. Derecho al que en todos los siglos nada le ha sido ajeno: ni lo fue la imprenta, ni la edición, ni la prensa, el cine, la radio, o la televisión; ni el deporte, el software, o los videojuegos; ni los enlaces ni el streaming. Hoy los derechos crecen y se transforman en las plataformas, en las redes sociales o en el podcast; y están presentes en la robótica, la inteligencia artificial o la biotecnología, y lo estarán siempre en toda nueva vanguardia creativa, tecnológica o científica.

Tienen estos derechos una dimensión y una arquitectura, desde su origen y evolución, ligadas a la libertad de expresión, a la comunicación, las humanidades y la tecnología. La propiedad intelectual no es un derecho líquido. Son derechos que tienen carácter material e inmaterial, con un espíritu moral, económico, participativo y de protección universal.

Pero se debe acrecentar la defensa y la protección de los derechos de las explotaciones digitales, sin zonas grises y sin miedos, desde el ámbito público y privado, con un pacto social, por encima del vocerío y del griterío. No se debe quedar en anécdota ni elevar a categoría la piratería ni el fraude de derechos de autor, más bien son una agresión a los bienes y al patrimonio común de la sociedad

Por eso nos debemos ocupar de la gobernanza de la propiedad intelectual en el ámbito digital e interactivo. Sus pilares deben estar basados en la armonización internacional de las diferentes legislaciones, con una dimensión ética y estratégica, que fomenten el libre acceso al conocimiento atendiendo a la diversidad cultural, así como a la promoción del dominio público. Deben tener por parte del conjunto de la sociedad y de los poderes públicos valor, precio y aprecio.

La creatividad está en el ADN de la humanidad y por ende su protección a través de la propiedad intelectual, su evolución y desarrollo, no será nunca prescindible. Los derechos de propiedad intelectual siempre serán un derecho del porvenir, y estarán donde esté un acto de nueva creación, un nuevo formato de comunicación, un descubrimiento científico, una nueva invención o un nuevo manual pedagógico y educativo. Estarán en toda nueva forma, soporte o medio de divulgación, transformación y transmisión.

Para concluir, ¿qué tiene en común en esta era del algoritmo, en esta época de crisis —y no solo de la covid-19— lo que nos han regalado a través de las redes telemáticas los músicos, los artesanos, los cómicos, los escritores, los cineastas, los actores, los bailarines, los cantantes, los dibujantes, los inventores, los escultores, los autores, los letristas, los periodistas, los profesores, los editores, las voces de una radio, los creadores de un videojuego los museos online que han venido a la sala de estar, con Goya, Picasso o con una serie que nos trae a Lorca y a Camarón fundidos en la leyenda y los misterios del tiempo? Tienen en común, además de la esperanza y del consuelo que nos han dado, que todos ellos son actos y manifestaciones cuidadas por la propiedad intelectual; que son semilla y tienen como fruto futuro el dominio público digital, que es de un yo colectivo, de un nosotros, y, como nos diría Aute a las cuatro y diez: “Más cine, por favor…”.

José Manuel Gómez Bravo es doctor en Derecho por Universidad de Alcalá de Henares y abogado experto en Derechos de Propiedad Intelectual, Industrias Culturales y de la Comunicación.

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