Con un Gobierno así no hay democracia que resista

Con un Gobierno así no hay democracia que resista

Cuenta la leyenda que la ciudad griega de Argos, fiada a la palabra de su sitiador Cleómenes con quien había ajustado un armisticio de siete días, fue invadida la tercera noche por el ejército espartano esgrimiendo el tirano que no se había estipulado nada sobre la caída de la tarde, si bien luego los dioses vengarían la perfidia de quien entendía, como en los versos de Virgilio, que «valor o engaño, si es con el enemigo, todo es uno». Es lo que ha acaecido en la Comunidad de Madrid tras lo que apalabraron el 21 de septiembre, con alarde de banderas y timbales, el jefe del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, y al que el primero ha puesto fin este viernes a cañonazos. Emulando a Cleómenes, Sánchez ha desatado el estado de alarma y finiquitado una tregua de 18 días sin cumplir un solo compromiso adquirido en un simulacro de cumbre que, desde primera hora, tuvo los visos de andar a la caza de su anfitriona con la añagaza de que acudía para colaborar cuando con no estorbar habría sido de mejor ayuda.

Desde aquel lunes septembrino en el que Sánchez arribó más chulo que un ocho a la Presidencia de Madrid entre un carrusel de banderas traídas de La Moncloa, era evidente que las galletas o sombreretes metálicos que coronaban las astas de esas 24 enseñas 24 se tornarían en lanzas en cuanto el ceremonioso saliera por las puertas de la antigua Real Casa de Correos demostrando, tras otra de sus inacabables peroratas, ser tan largo en palabras como corto en verdades. Es lo que sustenta a quien, llevado por su endiosamiento, sus «cinco sentidos le dicen continuamente que él es todo y que los demás no son nada», siguiendo la descripción de Montesquieu sobre los déspotas. Ello hace que se guíe casi siempre por la cólera o por la venganza.

A ese cese en las hostilidades llegó Ayuso en un intento por cargarse de razones frente a tirios y troyanos. De un lado, correligionarios pendientes de evitar rifirrafes que les afloje el nudo de la corbata o arrugue el terno de crecidos niños de Primera Comunión; de otro, un vicepresidente de Ciudadanos como Ignacio Aguado que se desliza por la pista política con los pasos de baile de Michael Jackson y al que algunos ponen cara del Vellido Dolfos del romancero castellano –«Rey don Sancho, rey don Sancho!, / no digas que no te aviso, / que de dentro de Zamora / un alevoso ha salido; / llámase Vellido Dolfos, / hijo de Dolfos Vellido, / cuatro traiciones ha hecho, /y con esta serán cinco»– por su aparente disposición a franquear el portillo de la traición de la moción de censura que rumia Sánchez, sin que ponga interés en no parecerse al servidor de doña Urraca ni a descolgarse del todo de una celada a la que el portavoz del PSOE, Ángel Gabilondo, se resiste viendo a los hurones de su partido moviéndole el escaño.

Es de suponer que la sorpresa de Ayuso no haya sido del calibre de aquella mujer que se apiadó tanto de una pitón que, al notar que había dejado de comer, trató de confortarla metiéndola en su cama. Ni por esas. Compungida, acudió al veterinario, al que transmitió su sensación de que el ofidio parecía pedirle algo que no atinaba a discernir. «Señora –le previno–, su serpiente cuando la abraza está midiéndola para averiguar si usted cabe dentro y ha dejado de comer para hacer sitio y tragársela de un bocado». La incauta dama salió horrorizada. Había creído que el áspid la miraba con los mismos ojos que ella cuando el reptil sólo apreciaba en su benefactora una suculenta presa.

Con máscara risueña y con esa amabilidad tan poco natural en un político, Sánchez aprovechó su cita en la Puerta del Sol para plantar en su patio central su caballo de La Moncloa, al modo del histórico de Troya, en cuyo vientre alojar a un puñado de fieles que, una vez dentro, abrieran la puerta simulada en la panza del equino de madera para que los sitiadores se convirtieran mediante este ardid en dueños de la fortaleza tan ambicionada.

Así, después de entretenerla con falsas esperanzas y promesas vanas, Ayuso se ha topado con que su huésped reemprende las hostilidades para poner el foco del Covid-19 en esta comunidad dirigida por el centroderecha e instrumentalizar la pandemia para asaltar una autonomía que simboliza un modelo alternativo de éxito. Todo ello tras erigirse en locomotora económica de la España de las Autonomías frente a los que entendían que había sido la gran beneficiaria del centralismo donde la imperante –¡oh paradojas!– fue una Cataluña que, a medida que avanzaba en descentralización y perseguía alejarse del resto de España, se ha ido hundiendo en cenagosas arenas movedizas que algunos exhibieron como fértil oasis.

Sin cumplirse tres semanas de aquella aparición estelar en la que se valió de palabras de dos caras como los rostros contrapuestos del dios Jano, Sánchez no ha podido resistir más. Como tampoco el escorpión con la cándida rana a la que persuadió con verbo dulce de que no la envenenaría con su aguijón para luego argüir «es mi naturaleza». Después de meses haciéndole luz de gas a Ayuso, no en sentido figurado, sino en los términos de la obra teatral de ese título (Gaslighting) de Patrick Hamilton en la que se relata la historia del marido que trata de persuadir a su esposa de que está loca desestabilizándola con las luces de gas, Sánchez estallaba de puro coraje al enterarse en Argel, donde se hallaba, de que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid había revertido el confinamiento perimetral impuesto manu militari por el Ministerio y que recurrió la Comunidad. Al parecer, fue tal su ataque de ira que, atendiendo al clásico, se diría que «partía las palabras con los dientes de puro coraje, no acertando a pronunciarlas ni a hablar con claridad».

Hecho un basilisco, su entripado fue tal que Sánchez –él que presume de acatar las sentencias– ordenó convocar un Consejo de Ministros para darle la vuelta al varapalo de un Alto Tribunal que, de paso, le había sacado los colores al recordar que garantizó en mayo «una reforma del marco normativo más acorde con las confesadas necesidades de combatir eficazmente la pandemia», dado que la regulación actual es «deficiente y necesitada de clarificación».

Demasiado para Sánchez, quien desfogó su ira contra Ayuso como si fuera la niña de los palos. Encorajinado, le planteó un ultimátum de horas con un trío de supuestas alternativas que eran, en la práctica, menú de plato único de lentejas: o le pedía a Su Alteradísima el estado de alarma o ésta se lo imponía por su voluntad non sancta. Todo ello sin atender a que las medidas adoptadas por Madrid estaban dando fruto situando la estadística por debajo de los niveles instaurados por el Ministerio para los confinamientos. Al parecer, Sánchez sólo sabe gobernar de manera autoritaria luciéndose fuerte con los que cree débiles y débiles con los que sabe fuertes. Como si quisiera poner del revés los versos lorquianos: ¡Qué blando con las espigas! / ¡Qué duro con las espuelas!

Así, se toma la licencia de decretar la alarma en Madrid, mientras claudica obscenamente con quienes es tributario y ante los que se agacha exhibiendo unas vergüenzas que disimula alzando el mentón de ególatra contra los no levantiscos frente al Estado de Derecho. Humilla a Ayuso y deserta ante Torra como en Pedralbes –donde no acudió con el camión de las banderas– aceptando la Mesa de la Autodeterminación que aparcó por la protesta constitucionalista de la Plaza de Colón, pero que anda presto a desplegar.

No extrañará que, cuando un periodista le inquirió el viernes sobre si se comportaría igual con las autonomías timoneadas por sus aliados parlamentarios, el ministro Illa callara con su cara de empleado de funeraria. Fue un silencio ensordecedor de quien integra esa singular Santísima Trinidad, junto a Sánchez y Simón, con la peor gestión de la pandemia en Europa. No en vano arribó al Gobierno como introductor de embajadores del independentismo –por si no bastara con Iglesias– para poder reemplazar, si fuera menéster, a Iceta como cabeza de lista del PSC en los comicios autonómicos de cara a forjar un tripartito con ERC y con los neocomunistas de Colau. Cuando Sánchez ofreció a este licenciado en Filosofía la cartera de Sanidad, le explicitó que se concentrara en cuidar a los secesionistas, pues le bastaría con un par de tardes para los trámites ministeriales.

De esta guisa, se entenderá que las cosas no pasan por casualidad. Aun así, osan presentarse como salvadores con la peor gestión de la pandemia tras abanicarse con las alertas de la Seguridad Nacional para preservar la marcha del 8-M propagando una pandemia que España lideró en muertos e infectados en la primera ola en Europa y lo reitera en la segunda. Tal incompetencia mueve a la perplejidad en las cancillerías de la UE sin que se abra una evaluación interna, lo investigue el Parlamento y lo esclarezca una Fiscalía General del Estado que torpedea cualquier pesquisa judicial.

Esgrimían que no se podía saber lo que conocían de primera mano y sobre lo que mentían con chanzas sobre el capitán A Posteriori o «después de visto, todo el mundo es listo», como canturreaba la ministra Celaá como si jugara al corro en el patio del colegio. Ante tales iniquidades, hay que concluir lo que el abatido personaje de Claudio Magris que se profesaba «un optimista porque las cosas siempre acaban peor que sus oscuras previsiones».

El atropello a Madrid entraña la expresión nítida de cómo la concentración de poder con la excusa de situaciones de emergencia tiende a ser permanente, como alerta el politólogo británico John Keane, autor de un interesante estudio sobre la Vida y muerte de la democracia. Si no se presenta resistencia, «el poder que cedes es poder que concedes y el poder que se entrega se reclama con dificultad». El estado de alarma acostumbra a la gente a la subordinación, que es la madre del despotismo.

Por eso, hay que tomarse bien en serio a un Gobierno socialcomunista que, al socaire de la desgracia, debilita la democracia al anular la división de poderes y desproteger a jueces a los que se acosa sin remilgos. Como al juez García-Castellón por elevar al Tribunal Supremo la imputación de Iglesias en el caso Dina al fingirse víctima de «un hecho que sabía inexistente» en vísperas de las elecciones de abril de 2019 para remontar su caída en picado en las encuestas. Este numen de la nueva casta de los intocables es ahora como el alguacil alguacilado.

Con tamaña degradación, no hay país que pueda convivir ni democracia que resista. Sánchez e Iglesias, tanto monta, monta tanto, ameritan que se les espete la cita de Cromwell con la que el diputado Leopold Amery forzó la marcha de Chamberlain por su ineptitud ante el expansionismo nazi: «Lleváis sentados demasiado tiempo para el bien que hacéis últimamente… Marchaos, os digo, y dejadnos que lo hagamos por vosotros. Por Dios, ¡marchaos ya!».

Francisco Rosell

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