Con violencia, ¿no hay diálogo?

Hay un acuerdo generalizado, en la mayoría de las fuerzas y analistas políticos, en decir que mientras haya violencia no puede haber diálogo. También hay acuerdo en afirmar que "primero la paz y, después, la política", significando, con ello, no solamente que no deba mezclarse la cuestión política vasca con la desaparición de ETA, sino que mientras ETA no haya dejado definitivamente las armas no cabe hablar de otra política que la sanitaria, la educativa, la empresarial, etcétera. Se arguye que no hacerlo así supondría legitimar de alguna manera el terrorismo de ETA. Además, se dirá, que la violencia lo emponzoña todo y que no es posible hablar de política con libertad mientras las pistolas estén encima de la mesa.

Créanme si les digo que no tengo dificultad alguna en entender que una víctima del terrorismo y toda persona que viva amenazaba sostenga que no puede sentarse a hablar, no digo con un etarra, sino ni siquiera con quien justifique sus acciones o al menos no las rechace. Es como hablar con alguien sabiendo que, si ETA decide suprimirte, el interlocutor lo más que va a decir es que tu asesinato forma parte, aunque lamentable, del "conflicto", del que solamente los "otros" son los responsables. Es evidente que ahí no es posible el diálogo.

Sin embargo, pienso, y soy consciente de que mi posición es minoritaria, que esa no debe ser la actitud del responsable político. Yo creo que este, en primer lugar, debe distinguir entre el diálogo (en la forma de toma de contacto, conversación, encuentro, etcétera) con los grupos terroristas y con quienes, directa o indirectamente, les apoyan, en vistas a terminar con la violencia, del diálogo para llegar a un acuerdo político, superior al existente (Estatuto de Gernika), y actualizado al momento y contexto geopolítico presentes, y ello con todos los grupos políticos. En segundo lugar, ambos diálogos me parecen irrenunciables, a salvo de modalidades y contextos de oportunidad, en los que aquí no puedo entrar. Ciertamente, estos diálogos se sitúan en planos y objetivos distintos, aunque en la práctica los mezclamos constantemente.

De hecho, lo admitamos o no, nos guste o no, ETA está condicionando la agenda política. Lo lleva haciendo demasiados años. Ahora mismo ha hecho falta el atentado de Madrid, con dos muertos accidentales, para que el Gobierno, tras los balbuceos en la tarde del atentado de su presidente (a quien agradezco, muy sinceramente, que siga intentado traer la paz), dé por roto el "proceso de paz", cuando ya llevábamos desde agosto con kale borroka, quema de autobuses, robo de explosivos e incluso con atentados directos a policías, luego atentados no accidentales a personas, aunque, por suerte, sin consecuencias fatales.

¿Ahora, qué? Normalmente se contraponen, como si fueran dos alternativas opuestas, la acción policial y la vía dialogada, cuando, a mi juicio, deben ser complementarias. Todo terrorista debe ser arrestado y detenido. No puede andar en la calle quien ejerce la violencia. De ahí que de amnistías nada, al menos mientras no hayan mostrado fehaciente y duraderamente que no van a volver a las mismas. Una vez nos engañaron. Fue en el año 1977. No vamos a permitir que nos engañen una segunda vez.

Pero nunca he entendido, sentado esto, que no se hable, con inteligencia y aplicando criterios de oportunidad, con ETA o con representantes de ETA. Es precisamente porque hay violencia por lo que hay que hablar. Si no hubiera violencia, el problema estaría resuelto. Porque el problema es ETA. Solamente ETA y su mundo. El problema político es anterior a ETA y seguirá, o no seguirá, al margen de que hayamos acabado o no con ETA.

Pero no nos engañemos. La sola vía policial no acabará con ETA por la sencilla razón de que, aunque se atrape a todos sus comandos, ETA tiene una retaguardia del orden de 50.000 personas que, con mayor o menor fuerza, aprueban su forma de actuar, y un núcleo, bastante más reducido, que está dispuesto a apoyarla logísticamente y a dar el salto a la clandestinidad. ETA no es el GRAPO, ni las Brigadas Rojas, ni la banda alemana Baader Meinhof. ETA se perpetúa porque tiene una base social sólida que la legitima y la apoya.

Me alegra saber que el PSE-PSOE va a asistir a la manifestación convocada por el lendakari, a lo que parece sin el previo consenso de los partidos. Indica madurez democrática, máxime al no estar de acuerdo con el lema. Ojalá se apunte también el PP. Personalmente, estoy de acuerdo con el lema Por la paz y el diálogo, aunque no con la apelación, en el discurso de fin de año del lendakari Ibarretxe, al plan que lleva su nombre. Eso es ya historia y divide a los vascos. Como historia es también el llamado pacto antiterrorista, que divide también, y no solamente, a los vascos.

Ahora que se añora la unidad de los demócratas contra los violentos hay que recomponer el tejido democrático con nuevos materiales. Pues ya dice la sentencia evangélica que "nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos" (Marcos 2, 22).

¡Hay que recomponer tantas fracturas entre demócratas! Podemos diferir en cómo abordar el final de ETA, pero hay un criterio diferenciador muy importante a tener en cuenta: quiénes colocan en primer lugar la pacificación y quié- nes sus objetivos políticos. Porque esto segundo es también un "precio político" en el que, unos más otros, caen con demasiada frecuencia. Así nos va.

Javier Elzo, catedrático de Sociología en Deusto.