Con Vox hay que hacerlo sin cordón

El gran éxito de Vox el 10-N está multiplicando las llamadas a implantarle un cordón sanitario. Izquierda, nacionalistas y periodistas, cada cual lo teje a su modo y lo extiende a más o menos ámbitos de la vida pública. En su versión más gruesa, el cordón sanitario sería una maroma de barco que impediría a Vox participar en cualquier gobierno y hasta aparecer en televisión. Se trataría de hacerlo invisible y políticamente irrelevante con la esperanza de que la marginación le restara apoyo social.

La idea de aislar a los partidos de extrema derecha sigue vigente en países como Alemania, Francia u Holanda, mientras en Italia, Dinamarca y Austria han gobernado en coalición recientemente. Por tanto, no es cierto que los cordones sanitarios sean la norma en Europa. Tampoco está demostrada su eficacia: con cordón, Marine Le Pen ganó las elecciones europeas en mayo y Alternativa para Alemania es ya la tercera fuerza del país, segunda en muchos Länder.

En una sociedad conectada al móvil, los canales de difusión son masivos y gratuitos. Pretender neutralizar una opinión ocultándola es como ponerle puertas al mar. Además, es habitual que las ideas prohibidas se difundan mejor y adquieran ese halo de lo políticamente incorrecto, “lo que no te cuentan los medios, lo que no quieren que sepas”.

La exclusión de la extrema derecha de cualquier gobierno parece más justificada que el veto mediático, pero habría que ir caso a caso porque es un mundo más plural de lo que parece. Pocos dudan de la necesidad de aislar a partidos neonazis pero la decisión no es tan sencilla con nacional-populistas no violentos. ¿Dónde está Vox? Al menos en el Parlamento Europeo ha optado por la moderación,aliándose con los conservadores británicos en lugar de hacerlo con Le Pen y Salvini.

Es paradójico que hoy se aplique sólo a la extrema derecha, cuando la expresión “cordón sanitario” nació en la guerra fría para aislar al comunismo, esa armónica combinación de buenas intenciones y exterminio del disidente. Nos topamos aquí con un problema de coherencia. ¿Hasta dónde ha de llegar el cordón?

Alberto Garzón luce orgulloso una sudadera de la RDA, el régimen que ejecutaba a sus compatriotas cuando intentaban escapar. El concejal de derechos humanos de Carmena presumía de tener un póster de Lenin en el despacho por ser un “referente fundamental”. El vicepresidente Pablo Iglesias tiene una extensa videoteca de su juventud comunista flirteando con la violencia. La izquierda abertzale nunca ha condenado el terrorismo etarra, de raíz marxista, y sigue homenajeando a sus asesinos. El PNV fue fundado por un racista y misógino declarado como Sabino Arana. El nacionalismo catalán tiene un fuerte componente iliberal y xenófobo, sazonado ahora con la pimienta de la violencia. Si les tuviéramos que aplicar el cordón sanitario a todos, la política española se convertiría en una tela de araña profiláctica.

¿Cómo competir con Vox si el cordón sanitario no es útil ni viable? Pues exactamente igual que con cualquier otro partido: argumentando contra sus incoherencias y falsedades, proponiendo ideas mejores y, en definitiva, elevando el nivel del debate político, que falta hace.

Refutar al nacional-populismo es tarea difícil porque apela a los instintos primitivos del ser humano y, como bien explica Haidt, nuestras intuiciones van por delante de los razonamientos. La preocupación por el bienestar futuro, la desconfianza ante el extranjero o el apego a las tradiciones nos atraen en cierta medida a todos y son fáciles de manipular. Pero siempre será mejor contraponer argumentos que mirar para otro lado como hicieron todos cuando Abascal habló de inmigración en el debate.

La inmigración es una de las grandes preocupaciones en Occidente, también entre los españoles. Como Vox es el único partido que habla de inmigración, muchos encuentran algo interesante en su amplio surtido de mensajes. Se ha hablado mucho de la criminalización indecente de los menores no acompañados, pero Abascal también dice obviedades como que las fronteras son necesarias y nadie muestra acuerdo ni desacuerdo.

Hablemos de las cifras de la inmigración, los tipos, las condiciones, lo que hacen otros países y qué retos éticos y legales plantea el fenómeno. Si los partidos no rebaten a Vox, si nadie ofrece otra visión de la inmigración, si ni siquiera se habla del fenómeno, el ciudadano sólo puede elegir entre el statu quo y la dureza. ¿De verdad sorprende el éxito creciente de Vox?

El feminismo es otra mina par Vox. En este caso los demás partidos sí hablan del feminismo pero la izquierda se ha apropiado altivamente del movimiento e impone su modelo como único posible. “El feminismo nos lo hemos currado nosotras”, Carmen Calvo dixit. Si usted quiere entrar en la fiesta, firme un manifiesto excluyente, siéntese en un rincón y no moleste; hable como nosotras y ni se le ocurra matizar las bondades de la ley contra la violencia de género.

Si no hay debate sobre el feminismo, si no se visualiza la pluralidad del movimiento, si ni siquiera se pueden analizar los aspectos mejorables de una ley, el ciudadano acaba eligiendo entre un feminismo anticapitalista intolerante y el machismo desacomplejado. ¿De verdad sorprende el éxito creciente de Vox?

Nuestro modelo territorial copa informativos, artículos y tuits de manera abrumadora. Sin embargo, también aquí Vox ha encontrado un ángulo en el que nadie le ofrece resistencia dialéctica: la abolición de las autonomías. Sabemos lo que piensa cada partido de la crisis catalana pero no hemos escuchado una explicación mínimamente atractiva de las ventajas que suponen las autonomías para el ciudadano en la prestación de servicios públicos y en el acercamiento de la toma de decisiones a sus beneficiarios.

Tampoco hemos encontrado respuestas contundentes a las falacias de Vox cuando habla del ahorro de suprimir las autonomías ni se le ha preguntado por el coste monumental en recursos y estabilidad política que tendría su reversión. Si los partidos no dan la batalla argumental por uno de los pilares de la Constitución, si no proponen maneras de reformarlo, el ciudadano percibe que los fallos del sistema se solucionarán cargándose las autonomías. ¿De verdad sorprende el éxito creciente de Vox?

Vox es Abascal, Ortega Smith y Monasterio, pero también la panadera de Lavapiés y el padre de mi amigo ecologista, la señora de misa de doce y el obrero de la construcción. Para que esos tres millones y medio de españoles dejen de votar a Vox, habrá que hablar de sus temas con valentía y lucidez, con pasión y pedagogía, aceptando la pluralidad, sin demagogia, pero con mensajes claros y contundentes. No tenemos garantías de éxito, pero la alternativa es dejar que crezca mientras tejemos un fuerte cordón sanitario que le llevará en tirolina hasta la Moncloa.

Josep Verdejo es periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *