Conciertos, ambigüedad y elecciones

Después de repetir varias veces las mismas elecciones, Catalunya tiene en el 2010 una convocatoria diferente. En las elecciones catalanas hasta ahora se trataba de escoger entre dos polos autonomistas distintos pero bastante similares: Jordi Pujol y los socialistas del PSC. Propagandas aparte, un centroderecha con barretina y un centroizquierda nada anticatalán, con diferencias menores sobre el modelo económico. Estaba en juego quién iba a gobernar y dirigir el autonomismo. Se dilucidaban simplemente el estilo, la fanfarria y los empleos de la Generalitat, aunque al ir a votar todos sabíamos que si CiU no obtenía mayoría absoluta compraría en Catalunya una complicidad algo distante pero efectiva del PP, partido siempre dispuesto a impedir que gobierne la izquierda. En paralelo, si quien ocupaba la Moncloa -fuese quien fuese- necesitaba apoyo parlamentario periférico, CiU tenía una legislatura con mucho peso y capacidad de negociación en la política española.

Las cosas no van esta vez por ahí. No compiten dos polos esencialmente autonomistas porque solo queda uno. El 28 de noviembre se medirán esos autonomistas supervivientes, los del PSC, lastrados por lo poco que le interesa al resto de España su planteamiento federal, y tendrán delante un soberanismo, el de Convergència, que pese a todas sus cautelas se delata continuamente en público como soñador de una independencia futura. No es lo mismo que antes.

Los papeles de las otras formaciones también son distintos y más importantes después de que en las dos últimas legislaturas ERC e Iniciativa-Verds han pesado mucho al decidir el signo del Govern y formar parte de él. Los independentistas frontales están fragmentados por los personalismos pero tienen una formación, Esquerra, con experiencia directa de gobierno y que ya conoce desde dentro las instituciones y las teclas -dinero, puestos clave, empleos secundarios, influencia decisiva en medios de comunicación- del poder. Que nadie la ningunee. Iniciativa también ha dirigido conselleries, aunque con mucho desgaste, de modo que sabe de la necesidad del realismo en la gestión y ha efectuado relevos trascendentes en su cúpula para perfilar con más solidez sus deseos de ser la izquierda real y el ecologismo moderno. Por lo que se refiere al nostre PP, representa en Catalunya al españolismo que considera que la descentralización ha ido demasiado lejos, y tiene su primera comparecencia tras lograr el recorte del Tribunal Constitucional a las competencias estatutarias. El conjunto del panorama es más nuevo de lo que parece, y la previsible presencia en el Parlament de otras formaciones minoritarias contribuirá a resaltarlo.

CiU, favorita en las encuestas, ahora que deja de defender el autonomismo moderniza su ambigüedad. Ha hecho un hallazgo semántico: sublimar la expresión derecho a decidir. Ningún demócrata puede rechazarla, pero en el contexto soberanista que nos envuelve ese derecho a decidir se considera sinónimo de independencia, por mucho que buena parte de los que lo defienden no sean independentistas. Insisto: un hallazgo. Otra genialidad ha sido apropiarse de la reclamación de que, de momento, mientras no llegue la independencia, tengamos por lo menos un concierto económico similar al de los vascos. Jordi Pujol sabía perfectamente -igual que lo sabe el equipo de Artur Mas- que el modelo económico español es rotundamente inviable si se extiende el concierto económico a Catalunya. Yo siempre he pensado que Catalunya tiene más probabilidades de acceder a la independencia que de conseguir un concierto como el vasco, ya que lo primero equivaldría únicamente a salirse de España, cuando lo segundo conllevaría desmontarla.

Ante estas estrategias, los socialistas probablemente aciertan cara al futuro, ganen ahora o no, al plantear por primera vez al conjunto de los electores catalanes si quieren un futuro dentro o fuera de España. Porque es su verdadero valor diferencial. Desde que Convergència ya no está para el autonomismo, ellos encarnan el pensamiento tradicional del catalanismo político: trabajar para plasmar una España descentralizada y plurinacional. En este sentido tienen razón quienes dicen que la antorcha de Jordi Pujol de hecho la han recogido Pasqual Maragall y José Montilla en vez de Artur Mas. Con todo, el PSC tiene el problema de que los dos tripartitos junto a ERC han difuminado su propio mensaje identitario ante buena parte de sus electores. Porque la gente únicamente llega a conocer a los partidos cuando gobiernan solos y con manos libres. Lo aprendimos cuando José María Aznar pasó de la mayoría relativa del PP a la absoluta y se convirtió en inaceptable. Pero ahora el PSC dispone tan solo del tiempo estricto de la campaña electoral para convencer al espectro central del electorado de lo que es y lo que propone, y de su diagnóstico sobre la Catalunya que tenemos por delante.

Antonio Franco, periodista.