Concordia del Guadiana

Cuánto he sentido que el nuevo topónimo Concordia del Guadiana no les haya gustado a los vecinos de Don Benito y de Villanueva de la Serena como nombre de la ciudad que ha de resultar de la fusión de ambos municipios. Por supuesto, es a ellos y sólo a ellos a quienes les tiene que gustar. Pero permítame el lector que escriba un elogio del topónimo, aunque sólo sea para agradecer el buen trabajo de los miembros de la comisión que lo han propuesto y, de paso, para manifestar mi modesto apoyo a esa gran iniciativa de fusión que han sabido sacar adelante los dos municipios extremeños.

Concordia del Guadiana: qué raro es que la política, la historia y la literatura estén presentes a la vez, y además, con acierto.

Se diría que esas cosas sólo ocurren en Francia y con poca frecuencia. Pero es cierto que en Concordia del Guadiana los efectos políticos, históricos y literarios se confabulan para hacernos imaginar; y quizá esa es la mejor cualidad de un nombre, su poder evocador.

La historia nos hace pensar en otra gran concordia firmada en Extremadura, la Concordia de Guadalupe, una de las obras maestras del genio político de Fernando el Católico, que puso fin a casi un siglo de conflictos e injusticias feudales en Cataluña. Yendo más atrás en el tiempo, no podrá sorprender que, en tierra tan romanizada como la extremeña, se le llame ‘concordia’ a la fusión de dos ciudades de las que el escritor Pedro de Lorenzo dijo que eran «los dos corazones de la Serena». Pues precisamente ‘unión de corazones’ es lo que originalmente quería decir concordia, esa vieja palabra que es igual en castellano que en latín.

En el orden literario, Concordia del Guadiana es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando la geografía ayuda a la toponimia. Cuando los ríos y las montañas entran en los nombres de lugares, inmediatamente aumentan su fuerza evocadora. Al carecer de esa ayuda, la toponimia provincial española tiene un punto de sequedad urbana. En cambio, los nombres de los departamentos franceses están llenos del agua que brilla y no suena de los grandes ríos de Francia. ¿Y habrá algún verso que capture mejor el enigma de Portugal que el nombre de una de sus provincias históricas, Trás-os-Montes e Alto Douro?

Ciertamente, hay en España bonitos topónimos fluviales (Herrera de Pisuerga, Miranda de Ebro, Peñaranda de Duero, Arcos de Jalón…) y el propuesto se habría unido a ellos. Por lo demás, como la asociación de ideas no tiene reglas, les contaré que Concordia del Guadiana me ha recordado al Abrazo de Tardienta, gran obra pública aragonesa que mi padre inauguró hace cuarenta años y que hizo confluir las aguas de los canales del Cinca y del Gállego, afluentes del Ebro por su margen izquierda…

Bien están la historia y la literatura, pero en este asunto decide la política y ello quiere decir que Concordia del Guadiana no figurará en el papel de cartas del nuevo municipio. Pero es un nombre que resulta de un noble intento, con un resultado más que decoroso. Sin embargo, la referencia a la política no puede quedarse aquí. Quizá no llegue a las alturas del Rey Católico, pero es mucho el talento político empleado en la fusión municipal de que se trata, que ha supuesto toda una reivindicación de la política local en España.

Hay que recordar que el debate sobre el régimen local fue el más importante en la España del primer cuarto del siglo XX. El conservador Antonio Maura y el regionalista catalán Francisco Cambó, quizá las dos figuras más destacadas de ese período, estaban de acuerdo en que la regeneración de la política española sólo podía venir a través de la revitalización y la democratización de su vida local. El mérito del Estatuto Municipal de Calvo Sotelo fue recoger y desarrollar las ideas de Maura, aunque entonces ya era tarde para salvar a la Monarquía alfonsina. Muchos años después, al volver la democracia a España bajo la Constitución de 1978, el protagonismo territorial correspondió a las Comunidades Autónomas, y seguramente era justo que así fuera. Pero, desde las primeras elecciones locales de 1979, la vida local ha continuado siendo un pilar indispensable de nuestro sistema constitucional, como vivero de ciudadanos activos y laboratorio de políticas públicas en muchos ámbitos.

En política local, como en toda política, lo más importante, y probablemente lo más difícil, es llevarse bien. De ahí la relevancia del ejemplo que Don Benito y Villanueva de la Serena han dado a toda España, al escribir un auténtico libro de buen amor, tan distinto de los relatos de arraigadas malquerencias que se encontraban a veces en los antiguos expedientes administrativos de incorporación forzosa de un municipio a otro.

La buena voluntad que, con carácter general, ha imperado en este procedimiento de fusión, es la garantía de que la solución de los problemas económicos, jurídicos y organizativos que puedan plantearse vendrá por añadidura. Y esta lección de optimismo no se circunscribe a otras posibles fusiones, sino que es válida para todas las relaciones intermunicipales y aun para la política autonómica y nacional.

El proyecto sigue adelante con muy buenos augurios. Queda, sin duda, la cuestión del nombre del nuevo municipio, y es una pena no poder contar ya para orientarla con el recordado Santiago Castelo, poeta y periodista extremeño, mi primer contacto en ABC, hijo adoptivo de Villanueva de la Serena y cuyo nombre es hoy el de un premio literario que concede precisamente el Ayuntamiento de Don Benito. En todo caso, los litigios ante la pila bautismal son tradicionales en España y se acaban resolviendo. Como esta es una historia que merece la pena ser seguida hasta el final, esperaremos a la próxima noticia, que seguro que será buena. Hasta entonces, deseamos a sus protagonistas, alcaldes, concejales y vecinos, mucha suerte y mucho acierto en una tarea que es de auténtico interés nacional.

Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín es jurista.

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