Conducir hacia el cambio en Arabia Saudí

A finales del pasado mes de octubre, decenas de mujeres saudíes se pusieron al volante para desafiar la prohibición de conducir en Arabia Saudí, único país del mundo con tal restricción. La protesta no solo ha vuelto a recalcar ante la comunidad internacional la condición extraordinariamente retrógrada del reino saudí, sino que también ha puesto de manifiesto las tímidas chispas de descontento de su sociedad.

Los derechos de la mujer en el reino de Arabia Saudí se encuentran entre los más atrasados del mundo. Este país ostenta, de hecho, el dudoso honor de ocupar el puesto 131, de un total de 135 países considerados, en el Gender Gap Index 2012. Un dato cuanto menos curioso, dada la condición de Arabia Saudí de país signatario de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW).

No existe ninguna ley en la Sharia que niegue a las mujeres el derecho a conducir, ni reglamento de tráfico que expresamente se lo prohíba. Sin embargo, no pueden adquirir una licencia de conducción, ni son reconocidos los permisos extranjeros. En caso de ser sorprendidas al volante, serían arrestadas al carecer de dicho documento. Por ello, las mujeres están excluidas de facto de la conducción, convirtiéndose este en un privilegio masculino. En consecuencia, las mujeres dependen de un varón para los desplazamientos.

El hecho de no poder asumir la conducción de un vehículo no es tan solo un gran inconveniente a la hora de gozar de libertad en la movilidad, sino que supone además un enorme gasto económico: contratar a un chófer puede costar una suma equivalente hasta a 570 dólares al mes. Puede llegar a ser incluso peligroso, en caso de que se produzca un percance y no haya ningún familiar varón disponible para poder efectuar el desplazamiento necesario, dado, además, que Arabia Saudí carece de transporte público.

Los argumentos que las autoridades o la población masculina alegan se basan en la “poca” habilidad de la mujer como conductora. Pero la justificación que se lleva la palma es la realizada recientemente por el jeque Saleh bin Saad al-Luhaydan, alegando que la conducción femenina “daña seriamente los ovarios” y puede llevar a motivar “desórdenes de salud” en los hijos de madres conductoras.

Pero la prohibición de conducir es tan solo la punta del iceberg en cuanto a la negación de derechos civiles de la mujer. Estas necesitan el permiso de su tutor varón para viajar, para casarse, para cursar una educación superior y para trabajar. Y el hecho de no ser capaces de conducir no facilita precisamente el normal desempeño de estas tareas. La mujer es, de hecho, tratada como un menor de edad.

Sin embargo, el incipiente despertar que la sociedad saudí expresa últimamente está obligando al Gobierno a hacer unas tímidas concesiones, como la incorporación de 30 mujeres al máximo órgano consultivo del reino, el Consejo de la Shura, en 2013.

Las autoridades están inquietas respecto a cualquier tipo de protesta civil, muy especialmente tras la erupción de las masivas revueltas árabes en 2011 que acabaron derivando en lo que denominamos primavera árabe. La media de edad en Arabia Saudí es de 26 años, lo cual contrasta con la mucho más elevada edad de los miembros del Gobierno. A ello se le suma una tasa de desempleo juvenil del 28,2%, un bajo nivel de educación y una escasa formación técnica, necesaria para el empleo en el sector privado.

Esta composición demográfica es, por razones obvias, un motivo de gran preocupación para un régimen paternalista y gerontocrático como es el saudí, con una gran alergia a cualquier tipo de voz que ponga en cuestión el orden establecido (no existen de hecho líderes ni partidos políticos, tan solo grupos de presión de compañías energéticas y grupos religiosos). El malestar social es creciente y los choques generacionales son considerables, gracias especialmente al uso de Internet y las redes sociales. Así, en un país donde las protestas y la acción política están prohibidas, el ciberactivismo se ha erigido como la alternativa más viable para la comunicación, la organización y la demanda, ya no solo desde el ámbito feminista, sino también desde otro amplio abanico de grupos, liberales o islamistas.

Por ello, el rey Abdalá intenta apaciguar los ánimos cada vez más caldeados a través de ciertas concesiones a las mujeres y, desde el ámbito económico, a través de paquetes de ayudas, subvenciones e incremento de salarios y empleo público, con un valor estimado de 130.000 millones de dólares para los próximos cinco años.

No es el momento más cómodo para Arabia Saudí. A nivel internacional, ve su situación cada vez más delicada al constatar que Estados Unidos avanza en el diálogo con Irán, en la negociación con Asad, y en sus reticencias hacia el régimen militar egipcio (las tres políticas contrarias a los intereses saudíes).

Si a eso le sumamos la composición demográfica del país, la convulsión que supusieron las primaveras árabes en el Magreb y la creciente pérdida del miedo a alzar la voz en otros países del Golfo como Bahrein y Kuwait, encontramos razones de sobra para que Arabia Saudí quiera evitar, más que nunca, cualquier tipo de desestabilización interna, por pequeña que sea.

Diana Barrantes Olías de Lima es colaboradora en el Real Instituto Elcano. Nigel Townson es profesor de la Universidad Complutense.

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