Confiar en los ciudadanos

En la crisis que vivimos por el coronavirus se habla mucho de la confianza —desde la importancia de confiar en los expertos sanitarios hasta la necesidad de confiar en los Gobiernos— para frenar la epidemia.

La confianza es la argamasa que nos une, el cemento con el que se construye y desarrolla nuestra sociedad. Es un concepto que todos entendemos, pero que resulta difícil de aprehender y definir con precisión y al que tanto las humanidades como las ciencias sociales han dedicado incontables páginas. Sucede que, en situaciones de gran incertidumbre y vulnerabilidad, la confianza pasa de ser un hábito a convertirse en una elección. Cuando salimos, o somos forzados a salir, de nuestra zona de confort, tal y como ocurre en la actualidad, confiar en el prójimo, en las instituciones, incluso en el futuro, no es un automatismo, sino una apuesta consciente. Una decisión, explican los estudiosos del tema, que implica un salto de fe. El teórico social alemán Niklas Luhmann distingue entre la confianza —confidence— que ejercemos cotidianamente en situaciones de certeza y la confianza —trust— que emerge en situaciones en las que escogemos entre varios cursos posibles de acción y en las que el potencial daño de escoger uno u otro curso es mayor que la ventaja que buscamos. A diferencia de la confianza cotidiana que practicamos en un mundo que nos resulta familiar, el riesgo que asumimos cuando decidimos confiar en algo o alguien en un contexto desconocido puede ser fatal.

En un reciente artículo, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama mantenía que lo determinante para contener la epidemia provocada por el coronavirus no será tanto el tipo de régimen político de cada país —autoritario o democrático—, sino la capacidad de acción del Estado y la confianza de la población en su Gobierno. A mayor confianza en el Gobierno, se entiende, mejor seguirá la población las normas o recomendaciones diseñadas para controlar la epidemia.

Pero cabe invertir la pregunta, ¿confían los Gobiernos en los ciudadanos? A tenor de las drásticas medidas de confinamiento impuestas en numerosos países, también los democráticos, podría concluirse que la respuesta es negativa. No hay confianza en que los ciudadanos por sí mismos sean capaces de respetar las medidas de seguridad sanitaria recomendadas por los expertos, fundamentalmente, el distanciamiento físico y el autoconfinamiento en caso de síntomas de la enfermedad.

En estas circunstancias, es difícil saber en qué proporción la ciudadanía respeta el confinamiento porque teme la represión policial y las sanciones económicas y en qué proporción lo hace porque piensa que con ello contribuye a frenar la epidemia e impedir más muertes. “Cuando se impone el buen comportamiento con la amenaza del castigo aquel deja de ser moral”, escribe la catedrática de Derecho Tamar Frankel. Esto es, deja de ser una elección consciente y autónoma, producto de la confianza. Por eso, concluye Frankel, siempre será preferible la autoimposición de ese buen comportamiento.

Es tentador recuperar una conocida cita de Abraham Lincoln que dice que cuando se confía en la gente plenamente, la gente devuelve esa confianza. La confianza es, desde esta perspectiva, una relación circular virtuosa que exige del buen comportamiento de todas las partes implicadas.

Para que la población se autoimponga el respeto de las medidas de seguridad sanitaria actuales es fundamental que conozca y entienda bien las razones que las motivan.

Esto exige una intensa labor pedagógica y de comunicación por parte del Gobierno, apoyado en representantes de la sociedad civil y los medios de comunicación. No es lo mismo prohibirle a un niño que se acerque al fuego, porque es peligroso o, sencillamente, “porque lo digo yo”, que evitar que se acerque a él explicándole que, dado que el fuego es una reacción química que genera un calor intenso, nos dañará la piel y el resto del cuerpo si nos aproximamos demasiado.

Los Gobiernos que han decretado el confinamiento forzado de su población tendrán que manejar un paulatino regreso a la normalidad en el que la autoimposición de las normas de distanciación social por parte de los ciudadanos individualmente y de la sociedad civil en sus diversas manifestaciones será esencial para evitar ingresar en una espiral de sucesivos confinamientos cada vez más estrictos. Sería bueno que estos Gobiernos comenzaran a alimentar el círculo virtuoso de la confianza, emitiendo señales de que confían en la capacidad de la población de entender y adaptarse a un mundo con el virus de la Covid-19. Quiero confiar en que la población devolverá esa confianza con responsabilidad y compromiso.

Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente.

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