¿Confinar o no confinar?

Durante los últimos tres meses esta área metropolitana donde viven casi 5 millones de personas, capital del estado australiano de Victoria, estuvo sometida a uno de los confinamientos más estrictos del mundo. Solo se puede salir de los hogares para comprar artículos esenciales, solucionar necesidades médicas, cuidar a personas, realizar hasta dos horas de ejercicio al día e ir a trabajar si no es posible hacerlo desde casa. Los viajes a más de 5 km (3,1 millas) de casa, o más allá de la frontera del área metropolitana, están prohibidos. La policía multa fuertemente a los infractores.

El gobierno de Victoria ordenó el confinamiento el 5 de julio, después de un día en el cual el estado, cuya población es de 6,7 millones, registró 191 nuevos casos de COVID-19, el máximo diario total desde que comenzó la pandemia. El brote alcanzó su punto máximo con 723 casos nuevos el 30 de julio y luego comenzó a decaer. Para el 4 de octubre, la media móvil de 14 días se había reducido a 12 casos.

Al momento de escribir este artículo, el estado lleva registrados más de 20 000 casos y 800 muertes. Todos los demás estados australianos juntos tuvieron menos de 7000 casos y 100 muertes, por lo que se llegó a esperar que Australia pudiera eliminar al virus, como casi lo hizo la vecina nueva Zelanda.

Ningún partido político mayoritario se opone al confinamiento. Las manifestaciones organizadas para protestar tuvieron poca asistencia, tal vez porque la policía advirtió a los manifestantes que podrían ser multados... y muchos lo fueron; protestar no es uno de los motivos autorizados para salir de casa.

Frente a una enfermedad muy contagiosa que ponen en riesgo a las personas vulnerables, pocos victorianos se conmueven frente a los pedidos abstractos de «libertad», en su mayor parte provenientes de jóvenes con menor riesgo. La mayoría acepta que el confinamiento es necesario porque salva vidas, y la brusca reducción en la cantidad de nuevos casos y muertes durante el confinamiento sugiere que sí evita muertes por la COVID-19.

Pero esa es solo una parte de la ecuación; el mes pasado en el Reino Unido 32 científicos firmaron una carta dirigida al primer ministro Boris Johnson en la que señalan los perjuicios significativos que causan los confinamientos (los cuales, sugieren, pueden ser mayores que sus beneficios). Los científicos citan una estimación de Cancer Research UK, según la cual los confinamientos llevaron a que se pospusieran 2 millones de estudios de detección, análisis o tratamientos contra el cáncer, que podrían costar hasta 60 000 vidas (más que las 42 000 muertes por COVID-19 en el Reino Unido hasta la fecha).

El cáncer es solo una de las causas de muerte que probablemente aumentarán debido a los confinamientos; es esperable que haya muchas otras, pero sin confinamientos, la cantidad de muertes por la COVID-19 podría terminar siendo varias veces mayor que la actual. Existen otras formas en que los confinamientos salvan vidas. En Australia, por ejemplo, parecen haber eliminado casi en su totalidad las muertes por la gripe estacional, con lo cual salvaron unas 400 vidas en el primer semestre de 2020 respecto del mismo período del año pasado.

Un grupo de investigadores liderado por Olga Yakusheva, una economista de la Universidad de Michigan, trató de estimar la cantidad de vidas netas que se salvaron (o perdieron) por las políticas de mitigación de la pandemia en EE. UU. en 2020. Según el equipo, esa medidas de salud pública salvaron entre 913 762 y 2 046 322 vidas, pero también pudieron haber generado «una pérdida colateral indirecta» de entre 84 000 y 514 800 vidas, lo que resulta en entre 398 962 y 1 962 322 vidas netas salvadas. Es un rango amplio, pero claramente se trata de un resultado positivo.

Yakusheva y el resto de los autores del estudio trataron de evitar temas éticos polémicos, tomando solo en cuenta la cantidad de vidas salvadas o perdidas. Eso evita tres cuestiones clave que debiera enfrentar una evaluación más adecuada de los costos y beneficios de los confinamientos.

En primer lugar, una evaluación adecuada no descartaría la diferencia entre morir a los 90 y a los 20, 30 o 40 años de edad. Como afirmé anteriormente, debiéramos contar los años de vida salvados o perdidos, no solo las vidas.

En segundo lugar, como sostuvimos con Michael Plant hace unos meses, el impacto de la confinamientos sobre la calidad de vida también es importante. Los confinamientos producen desempleo generalizado, por ejemplo, y eso reduce bruscamente la satisfacción en la vida. Independientemente de lo difícil que resulta medir la calidad de vida, la contabilidad de los costos y beneficios de los confinamientos no puede sencillamente dejarla de lado.

En tercer lugar, y tal vez lo más importante de todo, debemos considerar impacto de los confinamientos sobre quienes incluso en épocas normales tienen dificultades para satisfacer sus necesidades básicas y las de sus familias. Los gobiernos de los países donde muchas personas viven en la pobreza extrema o al borde de ella tienen motivos especialmente fuertes para evitar los confinamientos, pero también los gobiernos de los países desarrollados deben considerar el hecho de que una recesión en las economías avanzadas pone en peligro la propia supervivencia de personas que viven en otros países.

La pobreza extrema se fue reduciendo en forma continua durante los últimos 20 años, pero eso cambió este año: en lo que va de 2020, aumentó en 37 millones de personas. Es difícil saber qué proporción se debe a los confinamientos en vez de al virus en sí, pero la parte que depende de los confinamientos seguramente sea significativa.

Según Henrietta Fore, directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en el punto máximo de la pandemia 192 países habían cerrado sus escuelas, lo que impidió que 1600 millones de niños asistieran a clase en persona. Para muchos, el aprendizaje remoto no hubiera sido una posibilidad, se estima que al menos 24 millones de niños abandonaron la escuela en forma permanente. En el caso de muchas niñas, probablemente implique un matrimonio temprano en vez de una posible carrera. El New York Times recientemente informó que los cierres de escuelas, junto con las dificultades económicas causadas por los confinamientos, han aumentado en gran medida el trabajo infantil en los países con bajos ingresos.

Incluso si los confinamientos salvan vidas en los países que los implementan, eso no es suficiente para determinar que sea la decisión gubernamental adecuada.

Peter Singer is Professor of Bioethics at Princeton University and founder of the non-profit organization The Life You Can Save.

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