Conjurar las guerras del agua en Asia

El agravamiento de las rivalidades en Asia por los recursos energéticos, propiciadas en parte por los elevados índices de crecimiento del producto interior bruto y en parte por los intentos de controlar los suministros, han disfrazado otro peligro: la escasez de agua en gran parte de Asia se está convirtiendo en una amenaza para la rápida modernización económica y viene a añadirse a la promoción de proyectos en las cabeceras de cursos fluviales que, de hecho, afectan a jurisdicciones y competencias de orden internacional. En este sentido, si las cuestiones relacionadas con la geopolítica del agua llegan a enconar en el futuro las tensiones entre los países debido a inferiores flujos y recursos hídricos en las diversas áreas en liza, el auge económico asiático podría, indudablemente, perder fuerza y ritmo.

La cuestión del agua se ha situado en primer plano y constituye un factor de primer orden capaz de determinar si Asia se encamina hacia una cooperación recíproca y beneficiosa o si, por contra, se sumerge en una dañina rivalidad. Y en este marco ningún otro país puede influir en tanta medida como China, que controla la altiplanicie tibetana, rica en recursos hídricos y fuente de los ríos más importantes del continente asiático.

Los enormes glaciares y altas cotas de Tíbet lo han dotado de los mayores sistemas fluviales del planeta. Los cursos fluviales que allí tienen su origen abastecen y dan sustento a los dos países más poblados del mundo: China e India, así como Bangladesh, Birmania, Bután, Nepal, Camboya, Pakistán, Laos, Tailandia y Vietnam, que representan un 47% de la población mundial.

Sin embargo, Asia es un continente deficiente en agua.

Asia, aun siendo el hogar de más de la mitad de de la población mundial, posee menos agua dulce - 3.920 cúbicos por habitante- que cualquier otro continente salvo la Antártida.

La amenazadora rivalidad por los recursos hídricos en Asia se ha visto si cabe subrayada por la expansión de la agricultura de regadío, los sectores industriales de elevado consumo (siderurgia y papel, entre otros) y una creciente clase media que cada día emplea más lavadoras y lavavajillas. Según un informe de las Naciones Unidas del 2006, el consumo doméstico de agua en Asia aumenta rápidamente, pero la escasez del líquido elemento es tal, que los asiáticos en situación de aspirar al estilo de vida de los estadounidenses suman una pequeña parte; estos últimos consumen cuatrocientos litros de agua por persona, más de dos veces y media que el promedio en el caso de Asia.

El espectro de las guerras por el agua en Asia se ve reforzado igualmente por el cambio climático y la degradación medioambiental, visibles en la deforestación y la construcción de embalses que propician ciclos de inundaciones crónicas y sequías que causan la pérdida y destrucción de las reservas de agua. La cantidad de nieve fundida del Himalaya que alimenta los ríos de Asia podría aumentar por efecto del cambio climático y comportar consecuencias perjudiciales.

Aunque las disputas entre países por los recursos hídricos en general se han convertido en algo habitual en varios países asiáticos - de India y Pakistán al Sudeste Asiático y China-, el factor más preocupante sigue cifrándose en la posibilidad de un conflicto formal entre distintos estados por el acceso a las cuencas fluviales. Tal inquietud resulta patente en los esfuerzos de China por embalsar o desviar los cursos fluviales que desde la mencionada altiplanicie tibetana se dirigen hacia el sur: en particular, el Indo, el Mekong, el Yangtsé, el Salween, el Brahmaputra, el Karnali y el Sutlej. Entre los enormes ríos de Asia, sólo el Ganges nace en la vertiente india del Himalaya.

La desigual y desequilibrada disponibilidad de recursos hídricos en el interior de algunos países (abundantes en ciertas áreas y escasos en otras) han dado pie a ideas y proyectos grandiosos: desde unir los caudales de ríos en India hasta desviar el curso del Brahmaputra hacia el norte para saciar la sed de las áridas tierras del suelo patrio chino. También es cierto, por otra parte, que un conflicto serio sólo aflorará si toma cuerpo efectivamente - con todas sus consecuencias- la idea de beneficiarse a costa de un país vecino.

En tanto que las penalidades y apuros de China en pos del agua han aumentado en el norte del país debido a su agricultura intensiva no sostenible desde el punto de vista medioambiental, el país ha vuelto los ojos a las inmensas reservas de agua de la altiplanicie tibetana. Ha embalsado ríos no sólo para obtener energía eléctrica, sino también para fomentar la agricultura de regadío y para otros fines. En la actualidad también promueve proyectos de transferencia de caudales entre diversas cuencas.

Merced al control sobre las ricas reservas hídricas de la altiplanicie tibetana, China detenta la llave de los mecanismos susceptibles de conjurar y, llegado el caso, impedir guerras por el agua en Asia. Pese a tal poder y a la construcción de presas en ríos de primera importancia, China procede a construir tres embalses más en el Mekong, levantando con su proceder reacciones y sentimientos encontrados en Vietnam, Laos, Camboya y Tailandia. Varios proyectos chinos en la zona central y occidental de Tíbet repercuten inevitablemente en los cursos fluviales en dirección a India, pero Pekín se resiste a informar sobre tales proyectos y sus consecuencias.

Las diez grandes cuencas hidrográficas que tienen su origen en la zona del Himalaya y el Tíbet proporcionan agua a extensas zonas del continente asiático. El control sobre la meseta tibetana, de 2,5 millones de kilómetros cuadrados, proporciona a China una herramienta de enorme poder aparte del acceso a grandes recursos naturales. Pero China, que ha contaminado notablemente sus propios ríos a causa de una industrialización sin freno, amenaza ahora - a impulsos de su sed de agua y energía- la viabilidad ecológica de los sistemas fluviales asociados al sur y sudeste de Asia.

Tíbet, en la configuración y tamaño que tuvo hasta los años cincuenta del siglo pasado, representa aproximadamente una cuarta parte del territorio de la China continental, de modo que la población han, por primera vez en la historia, mantiene fronteras contiguas con India, Birmania, Bután y Nepal.

Tíbet, tradicionalmente, abrazó las regiones de Utsang (la meseta central), Kham y Amdo. Tras anexionarse Tíbet, China desgajó Amdo (lugar de nacimiento del actual Dalai Lama) como nueva provincia de Qinghai y convirtió a Utsang y el este de Kham en la región autónoma del Tíbet, además de fusionar las áreas restantes del Tíbet con sus provincias de Sichuan, Yunnan y Gansú.

El Tíbet tradicional no es sólo una realidad cultural propia y singular, sino también la altiplanicie natural donde el futuro de sus reservas de agua se halla vinculado innegablemente a una política ecológica y sostenible. Al compás del hambre china de productos y artículos básicos, ha ido aumentando su explotación de los recursos del Tíbet. Y a medida que se han recrudecido los problemas y dificultades de varias urbes chinas importantes para abastecerse de agua, un grupo de ex políticos y funcionarios ha defendido el desvío hacia el norte de las aguas del río Brahmaputra en un libro de título revelador: Las aguas del Tíbet salvarán China.

El impulso de magnos proyectos hídricos, combinado con la despiadada explotación de recursos minerales, amenazan los frágiles ecosistemas del Tíbet. El vertido de residuos, además, empieza a contaminar los cursos de agua. Al parecer, China se halla empeñada en promover proyectos y más proyectos utilizando el agua como arma...

La idea de un Gran Proyecto de Transferencia de recursos hídricos sur-norte - que entraña el desvío de cursos fluviales procedentes de la altiplanicie tibetana- cuenta con el respaldo del presidente Hu Jintao, un hidrólogo bien conocido por aplastar las aspiraciones de Tíbet mediante la bárbara aplicación de la ley marcial en 1989.

Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos del Centro de Investigación Política de Nueva Delhi. Autor de El monstruo asiático: el auge de China, India y Japón. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.