Conrado Blanco (1908-1998): «Solo tengo lo que he dado»

De todos los seres excepcionales que jamás pasarán a la historia, acaso deberíamos esforzarnos por rescatar a aquellos cuya misión principal fue que la humanidad pudiera deleitarse con la creación de otros. La obra de tan singulares visionarios, como el catálogo de un buen editor o la catedral comisionada por un Papa valiente, constituye una aportación que podría considerarse tan clave como la del propio artista. Posibilitar que otros den puede ser más valioso aún, y más difícil, que darse uno mismo. La influencia de Conrado Blanco, a veces sutil pero siempre penetrante, quedó en la memoria de tantos a los que ayudó y en páginas que seguramente se hubieran escrito sin él, pero que tal vez no se hubieran leído o interpretado sin su intervención.

Este poeta, promotor teatral y mecenas literario nacido el 19 de febrero de 1908 en Quintanar de la Sierra (Burgos) se marchó de casa con quince años robándoles un caballo y algo de dinero a sus padres. En Salas de los Infantes se gastó todo en un billete de tren en primera clase para Madrid y llegó a la capital sin nada en los bolsillos pero con muchos amigos que aseguraba le invitaron al Ritz. Pronto montó su primera compañía teatral itinerante y cansado de fracasos terminó leyendo poemas en solitario en actos gratuitos por los pueblos de la España del 34 y por medio mundo durante la guerra. En la posguerra se hizo con el histórico teatro Lara, entonces cerrado, donde el primer gran éxito documentado le llegó en 1946 con la obra La casa de José María Pemán. A este triunfo siguieron otros muchos que le permitieron gestionar, en diferentes momentos, el teatro Cómico, el Hermanos Álvarez Quintero (antes Fontalba), el Goya y el de la Zarzuela. De Jacinto Benavente, a quien trató mucho al final de su vida, tuvo gran éxito con Abdicación (1948) o Al amor hay mandarle al colegio (1950). También triunfó con las obras de su gran amigo Juan Ignacio Luca de Tena, director de ABC e hijo de su fundador, especialmente con Don José, Pepe y Pepito (1952) y ¿Dónde vas Alfonso XII? (1957) y con el estreno de La muralla (1954) del periodista y dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo. En sus teatros era común sobrepasar las cien representaciones en un momento en que era difícil representar la misma obra más de treinta días. Entre sus estrepitosos fracasos destacan algunas obras de Enrique Jardiel Poncela y otros autores adelantados a su tiempo ya que Blanco apostaba por el teatro de calidad, y solía arriesgarse con textos experimentales y traduciendo obras extranjeras importantes que «colaba» a la censura. Siguió al frente de la bombonera madrileña hasta los años ochenta, estrenando a autores como Alfonso Paso, Buero Vallejo o Francisco Ors, pasando por Casona, Fo, Mihura, Gala y Brecht. Desde los años cuarenta abrió el teatro Lara los domingos por la mañana para los recitales gratuitos de Alforjas para la poesía española, actos célebres tanto en la capital como en sus muchas salidas con autores importantes de todos los géneros (Manuel Machado, Pío Baroja, Gerardo Diego, Gregorio Marañón, Camilo José Cela, etc.) por los pueblos de España.

Desde finales de los cincuenta, quiso construir «la ciudad de los poetas», un barrio en Madrid en que los poetas sin recursos pudieran convivir y crear en una comunidad artística. Las calles tendrían nombres de poetas de todos los tiempos y los edificios se construirían con fondos recaudados en recitales, conferencias y publicaciones de los poetas sobre sus terrenos. Con el mismo olfato que usaba para reconocer a autores con madera, compró varios terrenos y tras muchas dificultades se construyeron edificios. Hoy en día, en el barrio madrileño de Saconia, una estación de metro lleva el nombre de Antonio Machado, una calle se llama César Manrique y un instituto se llama «Ciudad de los poetas». Conrado Blanco murió en Madrid el 30 de junio de 1998.

Una fotografía de José María Pemán (autor teatral de renombre entonces que casi nadie recuerda hoy) encontrada entre sus papeles lleva escrita a mano la siguiente dedicatoria: «A Conrado Blanco, banquero de sueños». No podría decirse mejor porque no solamente fue millonario de sueños propios, sino que sobretodo financiaba los sueños ajenos, arruinándose y recuperándose milagrosamente gracias a sus éxitos y buena suerte. Autores de todo tipo, de cualquier ideología, incluidos Cesar González Ruano, Gerardo Diego, José García Nieto o Rafael Alberti, Camilo José Cela, Antonio Gala, Francisco Umbral y José Hierro, por mencionar algunos más jóvenes, nunca le perdieron el respeto y el cariño. Todos recordaban cómo don Conrado les ayudó de una u otra manera al principio de sus carreras o en una mala racha. Siempre supo que en esta vida hay que dar para recibir y él mismo lo en uno de sus sonetos más logrados:

« Mira que quien esto escribe / tan alta limosna vive /que nunca podrá olvidar/que amparando a quien te pide / heredas cuanto has de dar » Conrado Blanco heredó todo para darlo por la poesía y el teatro de la España del tiempo que le tocó vivir. Recordarle hoy es recordar a esos autores de la postguerra censurados entonces e ignorados hoy que son parte esencial de nuestra memoria histórica.

Elena Gosálvez Blanco, nieta de Conrado Blanco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *