Consecuencias de la avaricia infinita

Desde el principio de su vida en la Tierra, el ser humano ha sentido respeto y hasta veneración por la casa que le acogía. Con el paso del tiempo, y según se fue afirmando en su capacidad para transformar y dominar el entorno, su manera de relacionarse con el medio ambiente ha sido, con frecuencia, la propia de un depredador, con consecuencias nefastas para todos los seres vivos y, sobre todo, para las personas que viven en condiciones de pobreza y exclusión. La voracidad de nuestro mal llamado progreso provoca el gemido de la madre tierra y de los más empobrecidos. Beneficiándose de la industrialización, los países económicamente desarrollados agotaron primero sus propios recursos naturales y energéticos para, después, consumir los de los países empobrecidos.

El próximo lunes, 5 de junio, se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente al tiempo que seguimos ejerciendo una fuerte presión sobre el planeta mediante la explotación indiscriminada de los recursos hídricos y forestales, la contaminación de la tierra, el agua y el aire, el uso de energías sucias y la emisión cada vez mayor de gases de efecto invernadero. El cambio climático es la consecuencia más grave de esta avaricia infinita y de una determinada manera de entender el desarrollo. Las modificaciones en el clima global y el aumento de la temperatura provocan desertificación, pérdida de diversidad biológica, cambios en los sistemas hidrológicos y en las reservas de agua dulce, degradación de la tierra, incremento de fenómenos meteorológicos extremos y subida del nivel del mar. Todos estos problemas complican la supervivencia de millones de personas y están presentes en la agenda internacional: desde la Declaración de París sobre Cambio Climático hasta los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pasando por la encíclica Laudato Si' del Papa Francisco.

Este año, Naciones Unidas conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente con el lema Conectar a las personas con la naturaleza, y en su texto de presentación nos invita a que "salgamos al aire libre y nos adentremos en la naturaleza para apreciar su belleza y reflexionar acerca de lo mucho que de ella dependemos", así como a "descubrir maneras divertidas y apasionantes de experimentar y promover esa interrelación".

Pero "conectar a las personas con la naturaleza" debería ir más allá de ciertos planteamientos estéticos y hedonistas, sobre todo si tenemos en cuenta que, según el Banco Mundial, el 78% de los pobres viven en áreas rurales, donde pasan su día a día en una "conexión con la naturaleza" que, sin embargo, ya no les resulta dignificante. Estos millones de personas que dependen de la diversidad biológica y la salud de las aguas y los suelos, son quienes sufren primero las amenazas que afrontan los ecosistemas, ya sea en forma de contaminación, cambio climático o sobreexplotación. Este es el caso, entre otros, de los pescadores artesanales frente al agotamiento de ríos y mares, los campesinos pobres en entornos con agua y tierra contaminada y las comunidades costeras pobres ante la subida del nivel del mar.

Los datos de Naciones Unidas nos dicen que una de cada cuatro muertes en el mundo se debe a factores medioambientales y que las muertes anuales por vivir o trabajar en entornos insalubres se estiman en 12,6 millones. La agricultura comercial, basada en la explotación industrial a gran escala, provoca casi el 70% de la deforestación en América Latina y un tercio de la deforestación en África y no contribuye de manera significativa a cubrir las necesidades locales de alimentos ya que se concibe principalmente para las exportaciones. A su vez, la desertificación, que afecta a casi una cuarta parte del total de tierras del mundo, provocaría que en 2050, si no cambia la tendencia, hubiera entre 150 y 200 millones de personas desplazadas. Los datos señalan, asimismo, que en el último siglo hemos perdido el 75% de la diversidad genética de plantas cultivables, en un mundo en el que más de 30.000 especies de animales y plantas se encuentran en peligro de extinción.

Para Manos Unidas, la cuestión del medio ambiente no debe desvincularse del hambre, la pobreza y la exclusión, ya que constituyen dos caras de una misma realidad marcada por la injusticia y la desigualdad. La lucha contra el hambre y la pobreza será baldía si no se atacan las causas estructurales que las provocan y, entre ellas, están la sobreexplotación del medioambiente y el abuso y acaparamiento por parte de unos pocos de lo que es de todos; bienes comunes destinados a la vida digna de todas las personas que pueblan el planeta.

Nuestro actual modelo de desarrollo, dependiente de la energía derivada de los combustibles fósiles y cegado por la idea del crecimiento económico sin límites, está esquilmando los recursos naturales, agotando las energías y deteriorando el medio ambiente hasta poner en riesgo la propia reproducción de la vida. Sin límites y sin principios éticos, los intereses económicos y la tecnología pueden alimentar la ley del más fuerte y condenar a muchas personas a una pobreza cada vez más irreversible, generando enormes desigualdades sociales al interior de los países y entre el Norte y el Sur.

Somos conscientes de la necesidad de un cambio radical en nuestra manera de relacionarnos y usar los bienes de la tierra. Frente a un modelo social y económico que pretende convertirnos en depredadores, nuestra responsabilidad y compromiso es ser cuidadores de la casa común que nos acoge y que compartimos con todos los seres vivos. Es imprescindible transformar nuestro modelo de producción y consumo para caminar hacia un desarrollo humano sostenible, y que nuestra "conexión con la naturaleza" hunda sus raíces en la justicia y la solidaridad.

Fidele Podga Dikam es coordinador de Estudios de Manos Unidas.

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