Consecuencias del golpe a la mafia china

Seguramente ni en sus peores pesadillas la comunidad china en España habría imaginado un suceso tan negativo para su imagen como la Operación Cheqian-Emperador. Para un grupo que hace de la discreción el elemento fundamental de su modo de vida —y una de sus fortalezas—, la información que ha llegado a la opinión pública no puede ser peor: historias rocambolescas de cómo los grupos criminales habrían defraudado a la Hacienda española hasta 35.000 millones de euros, violencia ejercida por el clan del cabecilla Gao Ping para extorsionar, corrupción y negocios vinculados con la prostitución y la venta de droga.

Una realidad que sorprenderá a muchos españoles, acostumbrados a percibir una imagen de los chinos de grupo trabajador, emprendedor y místico capaz de rentabilizar negocios condenados a la quiebra. En este sentido, resuenan todavía las palabras del presidente de Mercadona, Juan Roig, instando a los españoles a “trabajar como chinos” por el bien de nuestra economía. Pero lo cierto es que, aunque no hay que tomar la parte por el todo y no se puede ni se debe juzgar por igual a todos los 170.000 chinos que viven en nuestro país, la expansión de los negocios chinos en España y en otras regiones del planeta presenta componentes que invitan cuanto menos a la reflexión.

Como todo emigrante, el chino emigra sin otro fin que el ánimo de lucro. Una nueva vida en Europa o Estados Unidos es muchas veces el camino más corto —aunque tortuoso— para hacer realidad sus sueños de prosperidad. Pero este proceso migratorio, vertiginoso en su evolución en lugares como Francia, Italia o España, no ha ido acompañado de una integración social completa, sino que se ha limitado demasiadas ocasiones al contacto económico y comercial. Y ha sido precisamente esta falta de integración y apego a las sociedades receptoras —expresada urbanísticamente con el concepto del barrio chino— lo que ha contribuido a crear “Estados dentro del Estado”, en palabras de varios comisarios, en una especie de extraterritorialidad china en la que la justicia o las condiciones laborales, por ejemplo, siguen patrones marcados por la comunidad, y no por el Estado.

La Operación Cheqian-Emperador ha destapado una trama de blanqueo de dinero y evasión fiscal de proporciones gigantes. Pero no hay que olvidar que en otras intervenciones policiales, como la Operación Wei llevada a cabo por los Mossos d'Esquadra en 2009, los delitos han sido el tráfico de personas y la explotación laboral. En total, más de 450 chinos eran explotados en jornadas laborales de hasta 15 y 17 horas diarias en los 72 talleres textiles chinos intervenidos sólo en Mataró. La operación —que recibió la atención del canal estadounidense CNN— también destapó el fraude al fisco que se llevaba a cabo con salidas masivas de dinero en efectivo por carretera y barco a otros destinos europeos menos estrictos en sus salidas de capitales, con el objetivo de enviarlos desde allí a China.

Dos elementos destacan de estas operaciones. El primero es la extensión de las redes criminales intrachinas en nuestro territorio, que se organizan de forma piramidal y —en base a entrevistas con los investigadores— proliferan paralelamente en varios sectores. El sector del import-export es el único evocado por ahora en la operación en curso, pero probablemente las reverberaciones también afecten a otros sectores tradicionales de los inmigrantes chinos (restauración, venta al por menor de textil, gestorías, inmobiliarias, bares).

Es complejo explicarlo en pocas líneas, pero el sistema —que hemos investigado igualmente en otros países— funciona más o menos así: el empresario chino “importa” a través de sus redes y “cabezas de serpiente” mano de obra ilegal, a la que explota durante años en sus negocios (restaurantes, talleres, tiendas), hasta que ésta completa el pago de la deuda. La precariedad y las condiciones de vida y laborales que se les impone es en ocasiones brutal, pese al gusto de nuestros académicos por relativizar esta situación al compararla con lo que se vive en las fábricas chinas, como si los derechos de una persona tuvieran que ser distintos por ser de una u otra procedencia. El nuevo inmigrante, tras el pago de la deuda por ser llevado a la tierra prometida, debe abonar posteriormente la legalización y obtención de papeles (en la que intervienen, como por arte de magia, gestorías chinas controladas o participadas por los mismos capos).

Por último, el inmigrante contrae una última deuda con la red en forma de crédito informal para poder montar su propio negocio y, de esta forma, pasar de explotado a explotar. Exprimido el margen de la venta del pincho de tortilla o de la camiseta terminada de confeccionar, el nuevo empresario tiene que ingeniárselas para pagar, y recurre a traer más inmigrantes a través de su negocio, a los que endeuda y explota. Si los sectores tradicionales están ya muy saturados por otros chinos y no se tiene miedo ni escrúpulos, se exploran sectores completamente ilegales, como el de la prostitución, el juego o el tráfico de drogas. Una empresaria china del sector textil en Egipto justificaba con este argumento que estuviera montando un burdel de meretrices chinas en la capital de este país de mayoría musulmana.

El segundo elemento que hace esta trama aún más compleja es la internacionalización de unas redes que, en su lugar de origen, están curiosamente muy concentradas. En el caso de Europa, la mayoría de inmigrantes chinos provienen de Zhejiang, donde se encuentra la localidad de Qingtian, epicentro de la emigración china a España e Italia, y región que gracias a las remesas se ha desarrollado aceleradamente. Estos emigrantes, que llegaron primero a Holanda y Francia, y posteriormente al área del Mediterráneo, presentan una movilidad y organización excepcional. Van allá donde hay trabajo o negocios, donde se pueda dar un pelotazo que permita retirarse pronto y volver a China, donde más fácil sea repatriar el dinero a coste fiscal cero. Muchos de los entrevistados en Cobo Calleja y Usera hace unos meses declaraban que tienen familiares o incluso que han vivido en Milán, París o Amsterdam.

España, al ser uno de los últimos países de Europa occidental en recibir inmigrantes chinos, debería mirar a sus vecinos para evitar males mayores, fomentar la integración y evitar situaciones como las que se viven en Prato. En esta localidad de la Toscana situada a una treintena de kilómetros de Florencia la tensión es constante entre chinos y toscanos.

Cuna tradicional del textil más preciado de Europa, los chinos empezaron a llegar en los años 1980, empleados por las empresas familiares italianas que exportaban sus tejidos a toda Europa. En menos de una década, nació la primera generación de empresarios textiles chinos y, hoy, controlan el 60% de la actividad, con más de 4.800 empresas y una población oficial de unos 25.000 chinos de un total de 200.000. El hampa ha proliferado al mismo ritmo y es así que la localidad es un epicentro de las actividades delictivas y blanqueo de dinero de las mafias chinas de toda Europa. “La proliferación del crimen chino en la región es la más alta de todos los grupos inmigrantes”, explica un subinspector con más de 10 años siguiendo el fenómeno.

En la ciudad, unos viven de espaldas a los otros, en una especie de apartheid entre locales y chinos. Los italianos viven mal el enriquecimiento chino y les acusan de evasión fiscal y de no aportar valor añadido a la región: la tela, la maquinaria, los trabajadores y los distribuidores son todos chinos. Sólo es italiano el cliente final. ¿Cómo se beneficia entonces la región? Los chinos condenan que se juzgue a todos con el mismo patrón. Por si fuera poco, el poder político no ha hecho más que dificultar las cosas: en 2009 fue elegido el populista antichino Roberto Cenni como alcalde, y las comunidades parecen ahora más alejadas que nunca. Un caldo de cultivo nada óptimo para la solución de un problema que —en Italia como en España— exige más adaptación por el lado chino, incrementando por ejemplo el derrame de riqueza entre los locales con contratación de personal local, y mayor tolerancia por parte nuestra hacia un grupo cuya presencia ha ganado merecidamente peso y prestigio en nuestras sociedades.

Heriberto Araújo y Juan Pablo Cardenal, periodistas en China y autores del libro La Silenciosa Conquista China, trabajan en un nuevo libro sobre la presencia de China en Europa y Estados Unidos.

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