Consejo Europeo: avance histórico

Alo largo de los últimos diez años he asistido a más de cuarenta reuniones del Consejo Europeo. Pocos encuentros tendrán probablemente tanta importancia como el recientemente celebrado en cuyo curso se abordó la adopción de un acuerdo vital para afrontar la cuestión del cambio climático. Los acuerdos alcanzados significan que no es exagerado afirmar que Europa lleva en este momento la delantera en la batalla contra el calentamiento global. El año pasado, la UE ya adoptó una serie de importantes medidas: limitar las emisiones de CO del transporte aéreo, diseñar vehículos 2 de baja emisión de gases en el futuro, mejorar los niveles de emisiones para la televisión y productos eléctricos en el futuro. La cumbre recientemente celebrada acordó otra medida decisiva. Hemos adoptado un acuerdo vinculante para reducir las emisiones de efecto invernadero en Europa en un 20% para el año 2020 respecto del año 1990. Se trata de un ambicioso objetivo. Sin embargo, debo añadir que también hemos acordado que Europa progresará hacia una reducción del 30% si Estados Unidos, China e India se suman a nuestra postura en el marco de un acuerdo internacional.

Otras medidas aprobadas por el Consejo se refieren a diversos objetivos ambiciosos en materia de energías renovables, eficiencia energética, compromiso de centrales eléctricas menos contaminantes incluyendo el empleo de tecnología de captura y secuestro de carbono en todas las nuevas centrales de combustibles fósiles para el año 2020 y nuevas medidas para fomentar el uso de biocombustibles. Se trata, pues, de un auténtico avance de dimensiones históricas, el acuerdo internacional más significativo sobre el cambio climático desde el protocolo de Kioto de 1997. Y ha situado a la UE en la vía adecuada para convertirse en la primera economía mundial en emisiones más bajas de carbono. Hemos trabajado estrechamente con los países miembros de la UE, sobre todo con Angela Merkel, cuyo país, Alemania, preside actualmente la Unión, y con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, para alcanzar el acuerdo.

El liderazgo europeo aporta ahora el fundamento para un marco internacional más amplio que incluye a China, India y Estados Unidos. Alcanzar este acuerdo constituye una preferencia destacada para este año... y para mí personalmente. Debe incluir el objetivo de la estabilización global, la creación de un mercado para fijar el precio de las emisiones de carbono, la inversión en tecnologías no contaminantes y las medidas necesarias para ayudar a adaptarse a los países pobres.

A medida que nos aproximamos al 50. º aniversario de la fundación de la Comunidad Europea, constato que cuanto acabo de mencionar constituye un útil aviso relativo a los motivos por los que la Unión Europea sigue siendo una realidad tan necesaria, oportuna e importante en la actualidad como ha sido siempre. Naturalmente, cada país debe efectuar su aportación individual a la tarea de afrontar adecuadamente el cambio climático. Sin embargo, únicamente una actuación colectiva es susceptible de encarar la enorme magnitud y dimensión del desafío que afrontamos. Necesitamos a la UE, y no sólo como un bloque económico, sino también como una alianza política. El área de libre comercio en sentido amplio por la que aún abogan los euroescépticos nunca podría desempeñar la misma función. Necesitamos que las instituciones políticas de la UE adopten decisiones. Necesitamos su ordenamiento común a fin de garantizar que cada país miembro cumpla sus promesas y compromisos. Y necesitamos que su peso específico influya positivamente en la marcha de los asuntos del planeta.

Los objetivos fundamentales que inspiraron la creación de la Comunidad Económica Europea - la seguridad y la prosperidad- siguen siendo válidos. Y los recursos que la organización ha puesto en marcha - la actuación colectiva, las instituciones democráticas de referencia que han funcionado mediante el consenso, respaldadas por un ordenamiento común- siguen siendo tan necesarios como al principio. Así pues, el éxito de la UE a lo largo de estos últimos cincuenta años debería insuflarnos el optimismo correspondiente para situarnos a la altura del desafío planteado por el cambio climático.

Por último, quiero referirme a una lección aplicable también a Gran Bretaña. Buena parte del trabajo efectuado para alcanzar los acuerdos de esta semana cabe encontrarla en las cumbres de Gleneagles y Hampton Court bajo las presidencias británicas del G-8 y la UE. El hecho de que actualmente Gran Bretaña trabaje en tan estrecha cooperación con otros países miembros de la UE no es algo casual. Como tampoco lo es el hecho de que cuestiones como el cambio climático, la seguridad, la inmigración y las reformas económicas se hallen entre las cuestiones preferentes de la agenda actual de la UE. Tales son los resultados del propósito sostenido a lo largo de diez años relativo a un compromiso previamente adoptado.

Nadie puede decir que defiende los intereses británicos si al propio tiempo permanece en una posición marginal en Europa. Nadie puede aspirar a influir en el rumbo de Europa sin tender alianzas sólidas en su mismo núcleo. Ningún político británico apegado a sus complejos ideológicos de los años ochenta sobre la cuestión de la soberanía compartida puede siquiera aspirar a ser un líder en Europa.

La tarea de la generación actual no consiste en limitarse a desentrañar la complejidad de la UE, sino en aprovechar sus instituciones, atribuciones e influencia diplomática para liderar una iniciativa internacional sobre el cambio climático y otras cuestiones. Europa puede representar la opción única y singular. Pero sólo a condición de que logremos que Europa se centre en los problemas en lugar de afirmar que el problema estriba en Europa.

Tony Blair, primer ministro británico. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.