Consejos de un Nobel para Catalunya

Consejos de un Nobel para Catalunya

En el 2014, Reinhard Selten, premio Nobel de Economía, fue recibido en la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras como académico correspondiente para Alemania. Unos días después de aquel acto tuve ocasión de leer una entrevista sobre sus aportaciones a la ciencia económica por las que se hizo merecedor del premio Nobel: la teoría de juegos. El periodista le preguntó si las relaciones entre Catalunya y España son un juego win-win, en el que todos ganan; un juego de suma cero, en el que lo que uno gana lo pierde el otro, o de suma negativa, en el que todos pierden. Selten respondió que, cuando se negocian emociones, lo más probable es que sea un juego de suma cero o, peor, que todos pierdan.

«Un momento –protesta el lector–. ¿Pretendes decir que la independencia es un juego de emociones?». ¡Oh!, no quiero ofender a nadie. Desde luego, muchos de los argumentos que se han dado en el debate tienen más de emociones que de evidencias, y no son una buena base para la toma de decisiones. Pero si el lector lo prefiere, diremos que es una cuestión de principios y derechos. En todo caso, esto no facilita la salida cuando, por ejemplo, se enfrentan dos principios del mismo nivel, como serían la innegociabilidad de la unidad de un país frente al derecho irrenunciable de los ciudadanos de un territorio a decidir su futuro.

El problema es que, en un enfrentamiento de este tipo, no disponemos de criterios objetivos que puedan aceptar las dos partes, como podría ser la preeminencia de uno de esos criterios, o la existencia de un principio superior o de una autoridad internacional que pueda decidir. Esto no quiere decir que la discusión sobre principios o derechos no sea necesaria, que lo es, sino que la discusión ha de bajar a la situación concreta de tiempo, lugar, personas, historias, agravios y reivindicaciones.

O sea, hemos de entrar en el terreno de los procedimientos y de la negociación, que es donde nos encontraremos después del 21-D, sea cual sea el resultado de las elecciones. Y esto me hace volver a la entrevista, en la que el premio Nobel pone un ejemplo que nos puede servir. Queremos comprar una casa y empezamos las visitas: esta está bien situada, pero es oscura; aquella es grande, pero el barrio no me gusta… Selten recomienda: «Ponga cifras a las emociones; no las deje flotar sin control en su interior. Haga una lista de lo que necesita, no de lo que quiere en un piso… Recuerde cuántas horas de trabajo le costará pagarlo… y así evitará caer en la euforia o la depresión, indeseables cuando hay que tomar una decisión cuyas consecuencias condicionarán el resto de su vida».

La negociación ha de ser sobre cobros y pagos, derechos y obligaciones, qué harás tú y qué haré yo… No sobre emociones o principios. Y esto, ya lo he dicho, vale tanto si el resultado del 21-D es uno u otro, porque, en todo caso, el conflicto ya ha puesto de manifiesto que hay muchas cosas que no funcionan. No se trata de encontrar culpables, sino soluciones, aunque ya se han dicho muchas cosas que no se podrán olvidar en la mesa de negociaciones –y en la vida diaria–. En este periódico se recogía, hace unos días, lo que se había dicho en una reunión en el Cercle d’Economia sobre la financiación autonómica: «Falta de empatía… nadie está contento, nadie habla con una visión global… no entendemos las razones de los demás… faltan enfoques globales».

El 21-D, cada ciudadano de Catalunya votará por la casa que le gustaría comprar. Como recomendaba Selten, antes debería haber hecho las cuentas, no solo económicas sino también de sentimientos heridos, de enfados que queman, de amigos perdidos… Los políticos deberían ayudarles, pero, como recordaba el periodista, no siempre son racionales, a lo que el premio Nobel respondía: «Los electores deberían serlo entonces». ¡Gracias por el consejo!

Acabo con unas cuantas recomendaciones que suelen hacer los mediadores en conflictos porque, aunque usted y yo no nos sentemos en la mesa de negociación, estaremos presentes, de algún modo, supliendo, si hace falta, la incompleta racionalidad de nuestros representantes: intente entender por qué el otro piensa de otra manera; no remueva el pasado; esfuércese por escuchar; trate de conseguir una comunicación fluida y clara, aunque el otro haga ruido y enturbie las aguas; esté dispuesto a hacer concesiones. Y no olvide que, al día siguiente, la vida seguirá: no deje heridos en su camino.

Antonio Argandoña, profesor del IESE.

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