Consenso y opiniones diversas

Por Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 18/04/06):

En contra de lo que algunos afirman, las democracias pluralistas sólo funcionan correctamente cuando los grandes partidos están de acuerdo en la forma de abordar y solucionar los problemas esenciales. La mayoría se impone en ciertos asuntos importantes, en la orientación global de la acción política; pero la mayoría no debe hacer valer su poderío en la manera fundamental de ser y de convivir. Ha tenido consecuencias perniciosas, singularmente en la historia de Europa, la doctrina de Rousseau que otorgaba a la mayoría la representación de la voluntad nacional. Determinadas dictaduras se apoyaron en esa tesis.

He recordado alguna vez que, frente a las afirmaciones de Rousseau, debe considerarse al diálogo mayoría-minoría como el auténtico generador de la voluntad nacional. Me vengo apoyando en unas afirmaciones de Hans Kelsen, el inolvidable maestro cuya obra acaba de ser revalorada entre nosotros por Juan Luis Requejo: «La voluntad general -decía- formada sobre la base del principio mayoritario no debe ser una decisión dictatorial impuesta por la mayoría a la minoría, sino que ha de resultar de la influencia recíproca que los dos grupos se ejercen mutuamente, del contraste de sus orientaciones políticas antagónicas». Y agregaba Kelsen: «Esta es la verdadera significación del principio mayoritario en la democracia auténtica: por ello sería preferible llamarlo principio mayoritario-minoritario».

Este modo de entender los principios de la democracia es aplicable -pienso- al actual momento político español. Los dos grandes partidos, PSOE y PP, deben afrontar con pleno entendimiento mutuo la terrible plaga del terrorismo. Es necesario el consenso al respecto. Ahora bien, ¿qué significa alcanzar un consenso? ¿Excluye el consenso la posibilidad de que cada partido defienda sus opiniones?

Los que hemos pasado gran parte de nuestra vida en un régimen sin discrepancias oficiales, bajo un sistema autoritario que confundía a los oponentes con los enemigos, el consenso nos inquieta y preocupa: ¿sería, acaso, volver al pasado de la unanimidad, o de dar preferencia a lo que ahora se difunde como «lo políticamente correcto»? ¿Habrá otra vez que silenciar las voces críticas?

El consenso -rectamente interpretado- deja libre las opiniones. Me refiero, claro es, a lo que en sociología suele denominarse «consenso básico o genérico». Puede describirse así: hay ciertas actitudes que están enraizadas en un grupo concreto de modo duradero; actitudes que se dan por supuestas y sólo se adelantan a primer plano en aquellas situaciones en que tales sentimientos básicos resultan de alguna manera amenazados.

El antiterrorismo es un componente del consenso básico de los españoles. La eliminación de la ETA es un sentimiento generalizado.

Sobre el consenso, y apoyándonos en él, aparecen en las democracias las opiniones de los diferentes partidos. No hay por qué prestar la conformidad a todos los programas de un Gobierno. La opinión de la minoría discrepante proporciona fuerza a la voluntad general. El reconocimiento de las minorías evita la tiranía de la mayoría, tantas veces lamentada en el siglo XX europeo.

Volvamos a recordar a Kelsen: «Una dictadura de la mayoría sobre la minoría no es posible a la larga por el solo hecho de que una minoría condenada a la impotencia terminará renunciando a su participación (¡Ay de quienes últimamente venían proponiendo en España la marginación completa del PP!)... Como quiera que el conjunto de los sometidos a las normas se organizan esencialmente en dos grupos, la mayoría y la minoría, se crea la posibilidad de la transacción en la formación de la voluntad colectiva, una vez que esta última ha preparado la integración haciendo obligado el compromiso, único medio a cuyo través puede formarse tanto la mayoría como la minoría».

Son, en suma, dos niveles de concurrencia de pareceres: en la base de la convivencia y acerca de los asuntos esenciales, es necesario el consenso; sobre los asuntos no capitales -en un plano distinto- cada partido puede y debe mantener las ideas y las soluciones de su programa. El consenso no excluye la diversidad de opiniones. El consenso básico robustece la democracia.

Debemos reconocer, sin embargo, que no siempre resulta fácil trazar la línea divisoria entre las cuestiones esenciales, objeto del consenso básico, y las cuestiones que han de someterse a la libre discusión. Puede ocurrir que una ampliación improcedente de la materia del consenso paralice el funcionamiento de la democracia. Es lo que sucede ahora en Alemania si aceptamos las tesis de Thomas Darnstädt, autor del libro «La trampa del consenso», muy difundido entre los universitarios españoles gracias a la traducción y estudio introductorio de Francisco Sosa Wagner.

Según Darnstädt, nadie puede en Alemania llevar a cabo una política propia, pero hay muchos que pueden bloquear cualquier política. Alemania ha perdido su capacidad de ser gobernada con un mínimo de eficacia. Se está abusando del consenso. Y con la regla del consenso no cabe responsabilizar a nadie directamente. Tomás de la Quadra-Salcedo Janini ha recensionado con agudeza las tesis de Darnstädt.

La invasión del consenso en tierras extrañas a él nos lleva a una situación antidemocrática, como es la generada por la tiranía de la mayoría. Frente a tales extralimitaciones lo procedente es hacer que el consenso sólo opere para los asuntos inequívocamente fundamentales. En las demás cuestiones ha de imperar la libre discusión.

Los sociólogos funcionalistas precisaron acertadamente, a mi juicio, lo que es el consenso: un estado particular del sistema de creencias de una sociedad que se da cuando una proporción de sus miembros adultos (y de forma particular de aquellos que ostentan autoridad, riqueza y privilegios) están de acuerdo, básicamente, en las decisiones a tomar, con un sentimiento de unidad entre ellos y respecto a la sociedad como un todo. Uno de estos funcionalistas, Edward Shils, afirma que los tres elementos cruciales del consenso son: a) la aceptación de las leyes establecidas; b) la adhesión a las instituciones del sistema; c) un sentimiento generalizado de identidad y unidad entre los individuos que forman la sociedad.

Este consenso sobre lo políticamente esencial es, cabalmente, lo que los españoles ahora necesitamos. Lo secundario, a debate abierto.