El Salvador es el único país latinoamericano donde un partido político, originado en varios grupos guerrilleros, gana unas elecciones presidenciales. Las elecciones del domingo recién pasado han traído dos novedades a este pequeño país centroamericano, conocido por una cruel guerra civil de 12 años y por ser la tierra de monseñor Óscar Romero y de los mártires de la Universidad Centroamericana (UCA).
Después de dos décadas de Gobierno neoliberal, aquello que parecía imposible, la alternancia en el poder ejecutivo, ha ocurrido. Y aquello que durante dos décadas parecía insólito, que el FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), la exguerrilla, llegara a la Presidencia de la República, es una realidad. De esta manera, el proceso de democratización parece consolidarse en El Salvador.
Estas novedades se explican por el profundo descontento generado por dos décadas de gobiernos neoliberales, que no cumplieron con la promesa de generar prosperidad y que menospreciaron a los movimientos sociales y su poder para cambiar el Gobierno con su voto. El vaso de la prosperidad nunca se derramó. Al contrario, la riqueza se concentró cada vez más, con lo cual creó una de las desigualdades latinoamericanas más grandes, empujó a las reducidas clases medias hacia la línea de la pobreza y desató una de las corrientes migratorias más nutridas de Centroamérica. En efecto, aproximadamente un tercio de la población salvadoreña vive hoy en el norte, sobre todo en Estados Unidos. Los gobiernos neoliberales intensificaron la expulsión de salvadoreños, al mismo tiempo que las remesas de los emigrantes experimentaron tal crecimiento que han mantenido a flote a la economía nacional durante estos años.
Mientras tanto, la inseguridad se generalizó tanto que El Salvador figura hoy en los primeros puestos de la lista de países más violentos del mundo. Uno de los fenómenos más desconcertantes de la violencia social que asuela al país lo constituyen las pandillas juveniles, conocidas como maras. La inadecuada política gubernamental permitió que estas se volvieran letales al asociarse con el narcotráfico y el crimen organizado. En buena medida, pues, la derrota del partido de gobierno, vinculado primero a los escuadrones de la muerte y luego a los escuadrones de limpieza social, al asesinato de monseñor Romero y de los jesuitas de la UCA, representa el repudio de la población a un régimen neoliberal sin concesiones.
Después de intentarlo en tres elecciones sucesivas, el triunfo del domingo coloca al FMLN en una posición de poder desde la cual, en teoría, podría introducir reformas radicales en El Salvador. De hecho, las expectativas de cambio son muy altas. Pero este FMLN no profesa el radicalismo revolucionario del FMLN que, en 1992, suscribió los acuerdos que pusieron fin a la guerra civil. En gran medida, la moderación lo ha hecho más creíble y confiable para un electorado mayoritariamente moderado. El nuevo presidente electo de El Salvador y el grupo más cercano de asesores, donde figuran profesionales, académicos y disidentes del antiguo FMLN, no participó en la guerra civil, ni ha sido militante del partido. Sin duda, introducirá cambios, pero no tantos, ni tan profundos como los sectores más extremistas quisieran; pero demasiados para el gusto de los grupos que hasta ahora han detentado el poder político y económico.
La situación crítica de las finanzas públicas y la depresión mundial obstaculizan la introducción de cambios radicales. El Gobierno neoliberal saliente deja bastante maltrecha a la hacienda pública. El próximo año, el Gobierno de El Salvador debe pagar 800 millones de dólares de los cuales no dispone. La carga fiscal es demasiado baja para financiar el presupuesto nacional actual. Los programas sociales dependen de la cooperación internacional. Salud, educación y seguridad ciudadana demandan un gasto mayor. En la práctica es imposible introducir reformas de gran calado sin recursos financieros. Por otro lado, el nuevo Gobierno no cuenta con el capital político necesario para introducir cambios profundos.
La sociedad se encuentra muy polarizada, tal como refleja el resultado de las elecciones. El FMLN ganó, según resultados preliminares, por solo unos 70.000 votos, equivalentes a menos del 3% de la votación total. Es previsible que deba lidiar con una oposición tan poco constructiva como la que él mismo ejerció durante las dos décadas que ocupó esa posición. Los partidos salvadoreños deciden de acuerdo a intereses de grupo y desconocen las políticas de Estado. Es muy probable que la extrema derecha, uno de cuyos bastiones se encuentra en las empresas mediáticas más grandes, ya esté conspirando para boicotear y, de ser posible, derrocar al nuevo Gobierno.
El triunfo electoral del FMLN forma parte de la reacción de los pueblos latinoamericanos contra los regímenes neoliberales. En particular, en El Salvador es un hecho histórico que la antigua guerrilla haya accedido al poder del Estado por la vía electoral. Contrario a las expectativas populares, los márgenes de maniobra son estrechos. Aun así ya sería bastante logro desmantelar el núcleo duro de la agenda neoliberal y recuperar el control estatal de la economía y la agenda social.
Rodolfo Cardenal, vicerrector de la UCA.