Contaminación peronista del PSOE

Al jefe de Podemos se le queda pequeña España. Pablo Iglesias aprovechó una misión de Estado en Bolivia para ejercer de líder mundial de la Internacional del populismo con retórica izquierdista. Llevaba escrito un manifiesto –reciclado de otro firmado días antes por todo Frankestein, PSOE incluido, contra la «extrema derecha y la derecha extrema»– que pasó a la firma de los populistas latinoamericanos y de la sección europea, con el francés Jean-Luc Mélenchon y el griego Alexis Tsipras. La firma de José Luis Rodríguez Zapatero sumaba a los socialistas españoles.

Entre los firmantes, Alberto Fernández, presidente de Argentina. En los datos de víctimas de la Covid-19, España y Argentina destacan en el top ten mundial, solo superados por cinco o seis países mucho más poblados. Él y Pedro Sánchez se comportan en la gestión de la pandemia como si fueran simples Altos Comisionados de las Naciones Unidas, como si no formara parte de sus obligaciones indelegables. No son las únicas similitudes.

Durante los últimos 75 años, el peronismo ha dominado la vida política argentina, y se ha convertido en el populismo más longevo. Sus resultados para 45 millones de argentinos no pueden ser más desastrosos: de estar entre los diez países más ricos del mundo, cuando llega el presidente Juan Domingo Perón, a aproximarse ahora a un nivel de pobreza del 50% de la población. Una fábrica de pobres.

Es un populismo tan paradigmático que, en Por qué fracasan los países, Daron Acemoglu y James Robinson lo utilizan como modelo de sociedad extractiva, en la que un grupo político coloniza las instituciones para ejercer el pillaje. El propio Perón, que amasó una fortuna, empezó su andadura con un golpe al Tribunal Supremo para poner jueces serviles y meter en la cárcel al jefe de la oposición. «Perón podía gobernar de facto como un dictador», señalan en su estudio. Ahora, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la jefa de los K, como se les conoce allá, intenta hacer lo mismo con los jueces que la tienen procesada por corrupción manifiesta.

Jorge Fernández Díaz es un reconocido escritor argentino que define el peronismo como una «santa alianza» entre pobristas eclesiásticos –seguidores del Papa Francisco–; setentistas reciclados –militantes de los 70 por una dictadura popular castrista–; y progresistas corruptos –rendidos a la bolsa vitamínica del Estado–. Les une una retórica izquierdista al servicio de una lógica de poder. Los ataques al pluralismo político y la siembra de fanatismo son lugares comunes en su hoja de ruta. Como la manipulación de la historia para fabricarse una mitología en la que se borra lo que no interesa y se falsea a conveniencia, ignorando miles de crímenes del peronismo y las guerrillas comunistas de los 70, por ejemplo.

Su versión de una política económica de corte populista es su principal seña de identidad. El símbolo del desastre es el sistema bimonetario argentino, con dólares y pesos en convivencia mortal, que empobrece cada día a la población. Ni reformas estructurales imprescindibles ni políticas contra desequilibrios fiscales insostenibles, y todo enmascarado detrás de un Keynes peronista ridículo construido por los ignorantes de la Cámpora kirchnerista, colegas de los de Podemos. El resumen doctrinal es simple: tratar al Estado como una vaca nodriza inagotable. Y hacerse ricos creando pobres, y declarándose sus paladines contra «la oligarquía».

Sobre los riesgos de esta deriva en la política española nos advirtió antes de fallecer el historiador Santos Juliá en Transición: Historia de una política española (1937-2017). En un apartado que titula ¡Abajo el régimen! (del 78), analiza la generación de un populismo con verborrea izquierdista –no muy diferente a la que usan los K argentinos– destinado a dividir a los españoles de forma similar a lo que se conoce en Argentina como «la grieta», creada intencionadamente por los peronistas como base de su supervivencia política.

Juliá retrata a nuestros K locales y destaca la diáfana definición de populismo que hace Pablo Iglesias, procedente de las Juventudes Comunistas, cuando explica la necesidad de mitos que «para la izquierda tienen que ver con la defensa del bando antifascista en la Guerra Civil, que vincula a la democracia con la izquierda». Desde entonces no ha hecho otra cosa que, con palabras de Juliá, «relatos de usar y tirar» para rentabilizar una ideología de museo. Ahora ya como vicepresidente gracias a un PSOE asimilado y diluido en un movimiento que reproduce prácticas peronistas.

Nuestro historiador se habría interesado por Gabriel Rufián, que habla de «los falangistas». Él, de la ERC deudora de los «camisas verdes» de Estat Català y del Capità Collons, asesino en masa de adversarios políticos en los años 30, y al que Oriol Junqueras quiere dedicar una calle. En la mencionada obra de Santos Juliá se anticipan los daños para nuestra democracia de la «coalición negativa» que sostiene al Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

El populismo económico provocará consecuencias demoledoras. Ni reformas estructurales ni políticas de equilibrio fiscal, y a la productividad ni se la nombra. Tirar del Estado hasta que aguante. Lo cierto es que no estaríamos en situación muy diferente a la debacle argentina si no formáramos parte de Europa, si no tuviéramos el paraguas de los frugales socialdemócratas del norte, que empiezan a estar hartos de los K que gobiernan en España.

¿Hay algo más peronista que ese «nunca volveréis a gobernar» del líder de Podemos? ¿O la propuesta de ponerle fin a la independencia judicial que compromete al PSOE? Nuestra santa alianza local lleva al país al desastre de una polarización que necesita como oxígeno para respirar, engrasada con una ideología impostada y usada como fármaco destinado a evitar que los ciudadanos tengan que pensar. El plan es que el país esté permanentemente al rojo vivo.

La trampa consiste en escenificar un falso debate izquierda-derecha para ocultar el auténtico dilema, entre democracia liberal y populismos. Cuentan con una gran ayuda cuando, desde la oposición, se les sigue en ese juego de anacronismos, cuando se confunde sanchismo con votantes socialistas. Una estrategia política que les desenmascare es hoy lo más urgente.

Jesús Cuadrado es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.

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