Contento al contado y pago aplazado

He vuelto este verano a buscar la paz en Novo Sancti Petri, Chiclana; una paz perturbada por las olas de crisis, el paro, la prima de riesgo, los intereses de la deuda y los recortes, que han traído a mi memoria un artículo escrito para ABC, en este mismo lugar, hace tres años y medio, en la paz de la Epifanía de 2009, titulado « Recuerdos de Año Viejo a Reyes ( Sobre el plan de financiación de las autonomías) » . Merece la pena recordarlo.

Partía yo de una anécdota de don Ramón Carande, a quien un alumno ingenuo planteó en clase la cuestión de por qué el Estado no emitía más moneda, para repartirla entre todos los españoles y hacerlos más ricos, y la aplicaba al proceder del presidente Rodríguez Zapatero en una ronda con los presidentes de las comunidades autónomas sobre la financiación de estos entes.

Cual presidente mago ( no Rey, porque es republicano), Rodríguez Zapatero puso a cada presidente el regalo que « se había pedido» y alguna propinilla de más. Y a fin de equilibrar la financiación, creó fondos para todo y para lo contrario, para premiar a las comunidades ricas y para ayudar a las pobres; para las más pobladas, que necesitan más recursos, y para apoyar a las despobladas… Tan original política le mereció el justo título de « El señor de los fondillos » .

Pero, entre anécdota y broma, mi artículo describía el triste caos gestado por esa política de «buenismo» que era algo «malísimo»; la pobre política que conduce a la pobreza, a endeudarse en diabólica espiral para contentar a todos. «Un contento al contado comprado a plazos», ignorando que «no se puede contentar a todos, porque no hay recursos para todo», concluía. Pero mi artículo, más que conclusiones dejaba abiertas unas cuestiones a modo de preguntas «retóricas», esas que se hace uno mismo sin esperar respuesta del interpelado: «¿Cuánto nos va a costar esto? ¿Cuándo y cómo vamos a pagar los regalos a esos agentes de gasto público que son las autonomías?». Y acababa así mi artículo: «¿Cómo va a acabar esto?».

Las olas embravecidas que perturban mi paz chiclanera vienen a responder a mis cuestiones. La España endeudada, que a base de recurrir al crédito, ha perdido el suyo (crédito viene de credere , y acreedor es el que cree); que tiene que pagar altísimos tipos de interés para refinanciar una deuda contraída a otros más bajos, pero que vence, en una inexorable carrera de bola de nieve que se desliza por el plano inclinado. Paro, recesión, pobreza… o es que presuma de profeta, pero sí puedo hacerlo de crítico de una política disparada y disparatada en el despilfarro, que advertí de una situación que nos llevaba inexorablemente al caos económico, cuando éramos minoría quienes nos alzábamos frente a una mayoría de optimistas, acomodaticios e insensatos.

La situación actual me ha recordado otra anécdota del profesor Carande. Las anécdotas son huellas de la enseñanza de los maestros. Nos explicaba en clase de Hacienda Pública (curso 1948-1949) la lección de los ingresos del Estado y, en concreto, el apartado dedicado a la Lotería. Don Ramón, siempre ingenioso, se refería a la vigente prohibición de los juegos de azar y desde la cátedra lanzaba esta pregunta al ministro de Hacienda: «Si los juegos de azar están prohibidos, ¿con qué derecho, señor ministro, se convierte usted en el único tahúr de España? » . Pero lo mejor de la lección era la «naturaleza jurídica de la Lotería Nacional » : « impuesto directo que grava la ingenuidad de los españoles » . Y tras esta original calificación, el profesor ensalzaba sus ventajas: «El impuesto de más fácil gestión; no necesita inspectores; el contribuyente se persona libre y voluntariamente ante la ventanilla de recaudación, declara exactamente la medida de su ingenuidad y paga en efectivo, al contado, una y otra vez » .

Me viene a la mente la vieja lección del maestro de la historia de la Hacienda española cuando leo que para seguir inyectando dinero a las autonomías se recurre a la Lotería, el impuesto de mayor liquidez, en el que los ingenuos siguen creyendo para salir de la crisis y al que el ministro de Hacienda acude para hacer tesorería. Vacías las arcas, como también las encontró el Gobierno de José María Aznar en 1996, sólo el cajón lotero tiene fondos.

Y quienes crearon ese problema y sus acólitos culpan a quienes intentan solucionarlo, cuando éstos lo han recibido como una herencia que no puede aceptarse «a beneficio de inventario», sino haciendo frente a todo el pasivo.

No somos víctimas de los aumentos de impuestos ni de los «recortes» , que es la política correcta, aunque se trate de soluciones quirúrgicas y dolorosas; somos víctimas de la política que se negó a reconocer la crisis y la agravó con la insensata política del despilfarro, del aumento y el descontrol de gasto sin fin, del endeudamiento abusivo como sistema de obtención de recursos, de los « regalos de reyes» (o de presidente) a esos incesantes sedientos de recursos que son las administraciones autonómicas y a otros beneficiados. Estamos pagando los plazos de aquella compra de contento.

Es difícil enderezar esa situación. Al Gobierno compete adoptar decisiones; a todos, colaborar en el salvamento antes de que nos salven desde fuera.

Manuel Olivencia Ruiz, de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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