Contigo y sin él

El Partido Popular no empezará a recuperarse hasta que su dirección no reconozca de forma explícita la verdad. El domingo pasado sufrimos una derrota devastadora. Porque ha supuesto una pérdida de poder sin precedentes a lo largo y ancho de España. Y porque ha afectado a dirigentes políticos de todas las generaciones y de todos los perfiles: vieja guardia y recién llegados, duros y blandos, los del rap desideologizado y los abanderados de las convicciones de siempre. El paisaje popular es hoy un campo arrasado en el que no quedan referentes activos a los que dirigirse en busca de consuelo o esperanza. Con los pies en la tierra baldía y una firme voluntad de reconstrucción, creo que debemos hacernos dos preguntas: ¿qué ha pasado? y ¿qué podemos hacer?

Qué ha pasado. En mi opinión, la escalada de dimisiones de dirigentes autonómicos del PP está enturbiando el análisis. La responsabilidad principal de la debacle no es de los distintos candidatos. La responsabilidad capital está en la dirección del partido y del Gobierno de la nación. Su política o, mejor dicho, su autismo político ha desembocado en una profunda desconexión no ya de la base tradicional del partido, que se ha sentido abandonada y empujada hacia otras fuerzas políticas, sino del conjunto de la sociedad española, y especialmente de las clases medias urbanas y los jóvenes. El PP ha evitado el rescate de España. Pero ha despreciado la política.

Hacer política es amparar a los millones de españoles golpeados por la crisis, y no solo difundir una avalancha de porcentajes macro mezclada con una lágrima socialdemócrata. Hacer política es combatir implacablemente la corrupción evitando la demagogia y la amenaza indiscriminada a los ciudadanos. Hacer política es atreverse a abrir complejos debates éticos sin cerrarlos luego por cálculos electoralistas. Hacer política es defender con energía la legalidad constitucional y democrática, y no favorecer el humillante repliegue del Estado. Hacer política es no confundirla con la tecnocracia. Hacer política es diseñar una comunicación eficaz y desafiar el populismo mediático y la «sharecracia», y no tratar de aprovechar la crisis atroz de los medios para convertirlos en órganos de propaganda.

Qué podemos hacer. Desde luego, no lo que estamos haciendo. Porque aún peor que la derrota ha sido la reacción ante ella. Probando que la ausencia de política ha sido la cruz de este gobierno, hemos asistido a un lánguido e irreal análisis del presidente Rajoy, que a las pocas horas de hacerlo ha tenido que desmentirse a sí mismo sobre la necesidad de no hacer cambios. Algunos dirigentes regionales han trazado la posibilidad de alianzas sorprendentes, poniendo en evidencia la falta de una instrucción política meditada y global para un escenario previsto desde hace meses. Y hasta ha habido el que ha utilizado los malos resultados globales del partido para cobrar cuentas atrasadas a un ministro. El PP no sólo ha perdido comunidades importantes y el gobierno de grandes ciudades, sino que ha empezado a preparar inmediatamente la derrota aún más terrible de las generales.

Lo más fácil es responderse que a pocos meses de las elecciones solo queda apretar los dientes. Pero el tiempo es el principal aliado de la ruina. Y el tiempo no debe ser un obstáculo cuando se actúa con determinación y claridad de ideas. La renovación del PP es una obligación política y debe centrarse en la renovación del proyecto. Porque el problema del PP no es la comunicación sino la ausencia de proyecto. España necesita con urgencia un PP fuerte y unido en torno a un proyecto político moderno, abierto, compasivo y valiente. Un proyecto que trate a los ciudadanos como adultos y les diga la verdad. Que les ampare, implique y aliente. Que actualice lo mejor del legado del PP y que haga frente con coraje y eficacia a los grandes desafíos de España: la erosión de las clases medias, la degeneración que traen los populismos y el desgaste de las instituciones. Ocho comunidades autónomas en manos de una izquierda radicalizada es un riesgo financiero y económico para todos los españoles. Tres comunidades gobernadas por partidos que promueven la ruptura de la soberanía común es un peligro para la democracia y la libertad. Si al nuevo mapa electoral se añade un Congreso fragmentado con un PP incapaz de sumar una mayoría sólida, habrá que darle la razón a los arbitristas de la resignación. Yo, de momento, me resisto: España no es diferente ni está condenada a repetir sus errores históricos. Pero para eso el PP tiene que renovar su proyecto político y debe hacerlo ya.

La imprescindible renovación del PP plantea, inevitablemente, dos preguntas difíciles sobre el presidente Rajoy. ¿Es creíble que pueda liderar la renovación? ¿Debe ser el candidato a las elecciones generales? Creo que todos los miembros del PP tenemos también la obligación de manifestar de forma abierta, leal y constructiva nuestra opinión. Desde el respeto y el aprecio personal. Desde una admiración sincera por su trayectoria en el partido y por sus determinación a la hora de impedir el rescate de España. Desde la seguridad de que el PP no está condenado a la fragmentación ni a la irrelevancia, porque tiene una impresionante estructura territorial y un inmenso potencial de consenso. Y desde la responsabilidad que todos los cargos públicos debemos asumir ante los ciudadanos, yo creo que un nuevo PP necesita un nuevo liderazgo. Porque el futuro de una España potente y moderna no es posible ni con este PP ni sin el PP.

Cayetana Álvarez de Toledo es diputada del PP.

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