Contra el hambre, internet

El 16 de octubre se celebró el Día Mundial de la Alimentación. La lucha contra la plaga de la desnutrición ha contado con un largo periodo de progresos moderados, pero sostenidos. Ello no obstante, tras los espectaculares incrementos de precios de los alimentos básicos, este año se ha invertido la tendencia. Se ha producido un fuerte retroceso que nos ha situado de golpe años atrás. Según la FAO, en la actualidad son 923 millones las personas que pasan hambre en el mundo, 75 millones más que hace un año. Este retroceso evidencia la existencia de nuevas variables que dan al traste con el conformismo actual.

¿Qué hacer? Las estadísticas nos dicen algo que todos ya sabemos, que la clave de la lucha contra el hambre es el desarrollo económico y ello quiere decir formación, tecnología, infraestructuras, equipos, maquinaria. Desnutrición y subdesarrollo se retroalimentan y para romper la cadena hay que actuar sobre el eslabón del crecimiento económico. A pesar de ello, buena parte de los fondos en la lucha contra el hambre se destinan a actuaciones asistenciales; solo una parte se dirige a mejoras estructurales que modifiquen la capacidad de desarrollo del país asistido. Pero la asistencia es imprescindible. No por razones estratégicas podemos dejar de atender lo inmediato. Es más, cuando la necesidad es perentoria, lo inmediato no admite demoras ni semántica sobre prioridades.

En un símil próximo, Manuel Vázquez Montalbán decía no atreverse a fijar los límites que separaban la caridad de la solidaridad. En resumen, se dispone de unos recursos escasos para cubrir unas necesidades asistenciales urgentes y unos costosos objetivos de desarrollo económico a largo plazo.

Sin embargo, en el puzle del siglo XXI a favor de la opción del desarrollo, además de los recursos clásicos, contamos con una nueva pieza que no había sido considerada hasta ahora: se trata de internet. A veces, las cosas más evidentes aparecen invisibles a nuestros ojos. Internet y en general las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han roto todos los muros y fronteras virtuales hasta imponer la realidad actual de un mundo globalizado.

Años atrás, voces ilustres advertían de los riesgos de la sociedad dual, la conectada y la no conectada a las redes telemáticas (autopistas de la información). Hoy se está viendo que las TIC están siendo la puerta para integrar dos mundos reales, el conectado al bienestar y el desconectado de este bienestar.

¿Cuál es la puerta que abre internet para lograr este objetivo? La respuesta es el conocimiento, que internet pone a disposición de toda la humanidad a un coste, en términos relativos, muy reducido. Hoy, teóricamente, cualquier habitante del planeta puede tener acceso con cierta facilidad, vía Internet, a la información de una biblioteca con más información que cualquier otra biblioteca del mundo 15 años atrás. Este acceso, a pesar de las múltiples barreras culturales y económicas que efectivamente existen, está provocando una dinámica de contagio del conocimiento en forma de mancha de aceite. Internet se ha convertido en la más importante herramienta de intercambio cultural, de comparación, de diálogo y de información de la humanidad. Se trata de un gigantesco club de usuarios donde todos son maestros y todos, a su vez, alumnos.

Por otra parte, internet abre las puertas al intercambio de servicios. Es el llamado offshoring o outsourcing internacionales o, dicho en otras palabras, la deslocalización digital. Las relaciones comerciales entre centro y periferia son casi tan viejas como la humanidad. El comercio de mercancías ha sido la base del intercambio económico entre la metrópoli y las colonias, entre países desarrollados y el llamado tercer mundo. Sin embargo, es una relación que con excesiva facilidad pasa a ser desigual. Por el contrario, el intercambio de servicios vía internet crea relaciones casi anónimamente más igualitarias y, por tanto, favorables al desarrollo de los países de la periferia. Un ciudadano de Nueva Delhi, por ejemplo, puede competir con un profesional cualificado de Los Ángeles con unas infraestructuras mínimas de comunicación, un ordenador y conocimiento. No importa que el interlocutor esté a 9.000 kilómetros de distancia o en el despacho de al lado, el coste es parecido, solo importa el conocimiento. Hoy es Nueva Delhi, pronto puede ser Luanda. Tal como dice Thomas Friedman, la subcontratación exterior no es solo cosa de traidores, también lo es de idealistas.

De hecho, garantizar el acceso económicamente accesible a las redes telemáticas de información y comunicación es la herramienta más eficaz en términos coste-beneficio para el desarrollo autosostenido. Algo que organizaciones como la Bill and Melinda Gates Foundation deberían considerar, dada precisamente su proximidad cultural con esta herramienta tecnológica.
En otro sentido, para nuestro país, esta nueva realidad es la puerta a nuevos retos e incertidumbres. Nos acercamos a un mundo distinto, multipolar, más desarrollado y, por lo tanto, más apretado. Ello requerirá muchos reajustes, no siempre fáciles. En cualquier caso, en un mundo sin fronteras, encerrarse en un imaginario castillo local es una ilusión que puede salir muy cara dentro de unos años.

Francesc Reguant, economista.