Contra el resentimiento y la soberbia

Escribe el filósofo Josep Ferrater Mora en la obra Formes de vida catalana, publicada en el exilio, en Chile, en 1944, que los catalanes podemos exagerar nuestras virtudes (la mesura, la sensatez, la ironía, la continuidad) hasta convertirlas en vicios menos agradables. Por ejemplo, la virtud de la mesura llevada hasta el extremo nos conduce a la manía del formalismo. En cualquier caso, añade, seguiría siendo verdad que la raíz de esos vicios son virtudes y que, por tanto, «podríamos siempre, con un poco de esfuerzo, volver a nuestra fuente originaria». Pero existen dos corrientes que, una vez desatadas, puntualiza el filósofo, son mucho más difíciles de vencer. Se trata del resentimiento y de la soberbia. La soberbia tiene una sola dirección: el descenso colectivo. El resentimiento segrega unas toxinas que envenenan el espíritu de los catalanes. Una y otra se encuentran tan unidas que muchas veces son la misma cosa, concluye.

Esta modesta introducción al pensamiento de Ferrater Mora nos sirve para afirmar que hoy una parte de Catalunya corre el peligro de descolgarse por el camino del resentimiento y la soberbia. Son voces que quieren imponer un solo relato sobre la realidad del país y que quieren marcar la dirección futura del catalanismo. Hablamos, en definitiva, de la Catalunya nacionalista o soberanista. Resulta paradójico que, una vez derrotadas electoralmente en las urnas las tesis neocentralistas del PP, en el 2004 y en el 2008, ahora algunos insisten en pintarnos un escenario igualmente catastrófico, como si todo fuera lo mismo. Como si el PSOE y el PP representaran la misma política. Bien sabemos los catalanes que esto no es así.

La deriva recentralizadora que impulsó Aznar no era ninguna broma. El intento de imponer una lectura preconstitucional de la propia Constitución fue una grave amenaza. Para combatir la desmemoria recomendamos la lectura del libro del catedrático González Casanova, La derecha contra el Estado. Por ello, frente a las visiones interesadas de algunos, inopinadamente amplificadas por otros, hay que reiterar que el socialismo español que representa Rodríguez Zapatero, con sus aciertos y errores, está en las antípodas de la vieja tradición jacobina. Afirmar lo contrario, además de falso, es caer de cuatro patas en el juego de aquellos que perdieron el poder en Catalunya en el 2003 y que, tres años después, esperaban recuperarlo, en último término, mediante no se sabe muy bien qué pactos secretos precisamente con el socialismo español que ahora tanto infaman. ¿Es lo mismo apoyar el Estatut y defenderlo que intentar destruirlo? ¿Es lo mismo defender en toda España nuestro modelo lingüístico que atacarlo, expandiendo la mentira venenosa de la persecución del castellano? ¿Es lo mismo enderezar la situación anémica de las inversiones en infraestructuras del Estado en Catalunya que ser responsable de ella? La mayor parte de los catalanes, cuando tienen la oportunidad de responder a eso con su voto, afirman que no.

La tan cacareada tesis sobre la desafección de los catalanes por España no se corresponde con la realidad de los hechos. No hay duda de que una sentencia contraria del Tribunal Constitucional, un dictamen que pusiera fuera de juego partes esenciales del Estatut de autonomía de Catalunya, supondría un revés mayor. Pero la sentencia aún no se ha producido. Solo cuando la sentencia llegue habrá que hablar de ello, y tanto como sea necesario. Entretanto, avanzar escenarios de confrontación y dar por bueno que pasará lo peor es un ejercicio estéril que solo sirve para alimentar un estado psicológico colectivo de resentimiento. No hay duda de que desde el neocentralismo y el soberanismo hay interés en generar este estado crítico, pero el catalanismo positivo y constructor no puede caer en este juego infantil que hoy divierte a algunos tocando a somatén.

Lo mismo ocurre con la financiación. El compromiso político del Gobierno español es firme. La actitud del president Montilla es inequívoca en la defensa de los intereses de los catalanes. El retraso está resultando un trago muy difícil para las dos partes. Pero cuando algo se demora tanto es sin duda porque no es fácil. Porque hay que evitar que se convierta en una batalla territorial con ganadores y perdedores. Es cierto que los catalanes estamos con deseos de que esto acabe. Pero la impaciencia, y menos ahora que el acuerdo está tan cerca, no puede llevarnos a propagar estados de opinión que dan ya por malo cualquier acuerdo, incluso aquel razonablemente bueno, como hace CiU. A esto se le llama soberbia. Como dice Ferrater Mora, la soberbia es un estado de negación y rebelión.

Nosotros creemos que habrá acuerdo de financiación y que la sentencia del tribunal ratificará la constitucionalidad del Estatut. Entonces podremos afirmar con rotundidad que la España del catalanismo –a la que aspiraban tanto Campalans y Companys como Prat de la Riba y Cambó– está hoy más cerca de ser una realidad. Ernest Lluch diría que el catalanismo es un hijo tardío del pensamiento optimista ilustrado del siglo XVIII. Nosotros solo añadimos que esto es verdad a condición de que no deje nunca de proyectar una mirada optimista. Por ello, hoy en Catalunya, al igual que hacía Ferrater Mora en 1944, hay que practicar la mesura y combatir principalmente dos actitudes –el resentimiento y la soberbia– que nos alejan gravemente de nuestra mejor tradición política.

Joaquim Coll, historiador, y Daniel Fernández, diputado del PSC.