Contra el totalitarismo islámico

Por Crsitina Peri Rossi, escritora (EL MUNDO, 14/03/06):

El semanario satírico francés Charlie Hebdo, que hace un mes reprodujo las caricaturas de Mahoma aparecidas originalmente en el periódico danés Jyllands-Posten, acaba de publicar un manifiesto, firmado por 12 intelectuales de diferentes nacionalidades (de Oriente y de Occidente) titulado Contra el totalitarismo islámico. Es posible que en los próximos días el texto aparezca reproducido en varios periódicos europeos. De este modo, el conflicto de las caricaturas va adquiriendo un tono de polémica y de debate de principios mucho más saludable que las reacciones violentas y viscerales de los fanáticos. No es malo para ninguna sociedad discutir cuáles son sus principios; sólo las totalitarias (y en Europa ha habido varias) se niegan a someterse al análisis o a la crítica.

Al comienzo de la crisis, Fernando Savater se quejaba de que los intelectuales españoles no parecían muy dispuestos a opinar, y su observación no era justa: esa misma semana, EL MUNDO de Cataluña había publicado dos artículos, uno mío y otro de Nuria Ribo en abierta defensa de la libertad de opinión y contra el fanatismo religioso. Luego, aparecerían más; entre ellos, uno de Mario Vargas Llosa y otro de Juan Goytisolo que profundizaba en las causas políticas y sociales del conflicto, acusando a Estados Unidos y a algunos gobiernos occidentales de haber apoyado a los regímenes musulmanes más fanáticos, desamparando a los que tenían tendencias democráticas. Uno de los párrafos decía: «Las generalizaciones son nuestro peor enemigo. Pakistán no es Irán, ni Egipto, Arabia Saudí; ni Marruecos, Libia». Más adelante, añadía: «El respeto de los valores ajenos, en la medida en que son respetables, es el fundamento de las sociedades democráticas. Por dicha razón, ni la poligamia, ni la discriminación de la mujer, ni las prácticas aberrantes de las sociedades subsaharianas y nilóticos tocante a la ablación tienen cabida, por ejemplo, en el ámbito europeo ni pueden ser toleradas».

Sin embargo, reclamaba límites para la libertad de expresión en Occidente, y ese límite era el «respeto» a las creencias, considerando completamente irresponsable la publicación de las viñetas. Tratando de navegar entre dos aguas, ponía por ejemplo que sería un desatino publicar un titular que dijera: «Los catalanes quieren desmembrar España». No sé qué diarios lee Juan Goytisolo, ni qué radios escucha, pero no podía haber encontrado un ejemplo más revelador exactamente de lo opuesto a lo que dice: el ejercicio de la libertad de expresión en España y en los países democráticos permite esa clase de opiniones y desde hace varios meses las estamos leyendo y escuchando, sin que hasta el momento, a nadie se le haya ocurrido reaccionar quemando sedes de partidos políticos, comités o matar a nadie. Todos aquellos que reclaman un límite a la libertad de expresión olvidan que en cada país democrático ese límite ya existe y está refrendado por las leyes: aquel que se sienta vulnerado por una opinión o por una calumnia puede entablar una demanda. La libertad de expresión tiene los límites que cada sociedad ha establecido en sus leyes. Si en Dinamarca o en cualquier otro de los países donde se publicaron las viñetas algún musulmán se sintió herido, tuvo y tiene la posibilidad de entablar una demanda legal.

¿Es necesario advertir nuevamente que las religiones corresponden al orden de las creencias subjetivas y que los estados democráticos no tienen la obligación ni de defenderlas ni de protegerlas? Hay Estados confesionales y Estados no confesionales; pero aún, en los Estados confesionales democráticos, las leyes de la religión no se corresponden necesariamente con el Estado.

En cuanto a la oportunidad o no de la publicación de las caricaturas, habría que recordar que el fanatismo y la violencia siempre encuentran un pretexto cualquiera para expresar su odio y su fobia. Cuando no hay un motivo, se lo inventan. Por lo demás, las caricaturas siempre son ridiculizadoras, ésa es su característica. «Representación, copia o retrato en lo que, con intención humorística o crítica, se deforman o exageran los rasgos más característicos del modelo que se sigue», es la definición del diccionario.

El problema es que no hay ninguna religión con sentido del humor; religión y humor son excluyentes. Cuando entramos en el orden de lo sagrado, la relatividad desaparece. Y el humor es justamente libertad, provocación y desacralización. Sin embargo, quiero introducir un matiz: en España, país donde hay numerosos católicos, los chistes, las bromas, las caricaturas y la burla a los símbolos o a las creencias de esa religión son muy abundantes. En Carnaval, por ejemplo, disfrazarse de obispo, de monja o de cura y con esa indumentaria ridiculizar la jerarquía eclesiástica y sus principios es muy común. Y ningún católico se siente ofendido.Y si siente ofendido, tiene que soportar la supuesta ofensa porque vive en un estado de derecho donde las leyes dictaminan los límites de la libertad de expresión, no sus creencias subjetivas.

El manifiesto Contra el totalitarismo islámico ha buscado que sus primeros firmantes sean personalidades conocidas y de prestigio internacional, muchos de ellos nacidos en países de religión islámica y que han debido exiliarse por sus conflictos con la teocracia. El primero, Salman Rushdie. ¿Debemos recordar que necesitó protección personal durante muchos años y que sus editores y traductores también fueron amenazados de muerte y alguno asesinado por fanáticos islamistas? Lo firman, también, la ensayista francesa Carolina Fourest; el filósofo francés Bernard-Henri Levy, la iraní exiliada en Dinamarca Medí Mozaffari; la escritora Taslima Nasreen, autora de un excelente y desgarrador libro sobre sus conflictos entre religión islamista y condición de mujer, traducido al español, y el director del semanario francés Charlie Hebdo, Philippe Val.

Los firmantes rechazan el «relativismo cultural» que consiste en «aceptar que los hombres y las mujeres de cultura musulmana sean privados del derecho a la igualdad, a la libertad y a la laicidad en nombre del respeto a las culturas y tradiciones».

Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo que el concepto de relativismo cultural, en Occidente, ha provocado muchas confusiones y errores.Si bien el concepto genérico de cultura engloba las tradiciones y las costumbres de los individuos y de los pueblos, el respeto tiene un límite: los derechos humanos de hombres y mujeres. Las culturas no están por encima de los Derechos Humanos. El relativismo no puede llevar a respetar aquello que los vulnera. Muchas mujeresy muchos hombres luchamos para erradicar la ablación del clítoris, aunque ésta sea una costumbre «cultural» de ciertas sociedades y religiones, porque la integridad física está por encima de las tradiciones. Y si en el Sur de Estados Unidos era una costumbre la esclavitud y el maltrato a los negros, hubo nada menos que una guerra civil para imponer los derechos humanos sobre esa cultura blanca y sureña. Perseguir judíos fue una característica cultural de algunas religiones y de algunas culturas; pero desde el final de la Segunda Guerra Mundial, constituye un delito.

El laicismo y la libertad todavía tienen que recorrer un largo camino, y este manifiesto, firmado por algunos de quienes han sido perseguidos por el totalitarismo religioso debe encontrar el apoyo de quienes disfrutamos de ambas cosas.