Contra ETA y contra ti

Victoria Prego, periodista (EL MUNDO, 18/09/05).

Nos estamos acercando peligrosamente al punto de no retorno en el desencuentro entre el PSOE y el PP sobre las cuestiones de Estado en las que el acuerdo básico debería estar asegurado.Una de esas cuestiones es la relativa al modelo territorial.Pero el otro gran asunto, del que cuelgan como de una percha muchos otros compromisos y riesgos, es el relativo a la derrota de la banda terrorista. Y nos estamos acercando peligrosamente a ese punto de no retorno porque se aproxima el momento de preparar las elecciones municipales y autonómicas y ahí, de nuevo, socialistas y populares van a jugar a cara de perro para alzarse con la victoria.Cuanto más tiempo pase, más se afianzarán las estrategias de uno y otro. Estrategias de confrontación, claro. Y en esa confrontación todo parece estar preparado para colocar en los platillo de la balanza dos ideas distintas de España, dos modelos irreconciliables de pacificación, dos apuestas opuestas sobre el futuro de este país y de sus ciudadanos.

Por eso, porque el tiempo corre en nuestra contra y porque han pasado las elecciones europeas, han pasado las vascas, han pasado las gallegas, y no se ha producido ni un mínimo avance en el acercamiento entre Zapatero y Rajoy, lo que hay que temer es que ese radical disenso acabe trasladando a la ciudadanía la responsabilidad de optar entre una vía y otra, sabiendo que ambas son incompatibles.

Una elección dramática, que seguramente tiene sumida en el estupor a buena parte de unos electores que no votan a los partidos para que les echen sobre la mesa sin resolver dilemas de semejante trascendencia sino, precisamente, para que sean los líderes políticos quienes hagan el esfuerzo conjunto de abordarlos y luego pedir el apoyo o, por lo menos, la comprensión de sus votantes para las posible soluciones que hayan sido capaces de pergeñar.

La cuestión de ETA, envuelta en estos momentos en una bruma densísima, en la que no sabemos qué está pasando aunque no tenemos la menor duda de que algo pasa, nos va a llegar cruda a las manos. En este instante el Gobierno lleva ya meses administrando con frialdad y precisión de artesano antiguo, el arte de la sugerencia, de la afirmación, del desmentido, del sí pero no, del hoy por hoy, del ya veremos, del falta mucho pero estamos cerca, del estamos trabajando en ello pero no hay nada. Lo único concreto de que disponemos son las informaciones que los medios de comunicación van arrancando trabajosamente de sus fuentes y que el Gobierno tarda demasiado tiempo en desmentir como para que no se note que duda entre dejar correr la verdad o atajarla antes de que le pase por encima la avalancha de la opinión pública.

¿Qué espera ahora mismo el Gobierno? Que ETA anuncie una tregua.No cualquier tregua, claro. No una tregua que sea una copia de aquella «tregua incondicional e indefinida» que resultó ser una estafa monumental amparada por un acuerdo secreto de secesión firmado con los nacionalistas. Eso no valdría ya porque los ciudadanos tienen memoria y no se dejarían estafar dos veces. Espera una tregua distinta, más amplia, más comprometida, más profunda, menos arriesgada para el Gobierno. Y la espera porque previamente han adoptado dos decisiones de enorme calado político destinadas a enviar el mensaje a ETA de que si deja las armas podrá entrar en la vía política. El hecho de que quiera disfrazarlas de otra cosa, o pretenda que la gente no se fije demasiado en ellas, no las hace desaparecer: ha permitido que los Comunistas de las Tierras Vascas estén el parlamento de Vitoria, y permite todos los días que Batasuna se comporte como un grupo político en plena legalidad, escriba a sus militantes que en «la ofensiva política que hemos puesto en marcha hemos avanzado y vamos en la buena dirección», celebre actos y ruedas de prensa y se sienta lo bastante seguro como para preparar incluso su campaña para las municipales.

Eso, así dicho, parece poco, pero supone la ruptura de los pactos vigentes y, sobre todo, la grave y trascendental decisión de no aplicar la ley en un Estado de Derecho como es el nuestro.

Mientras ETA no dé el paso de anunciar esa tregua distinta y más segura, el Gobierno no hará nada más. Seguirá esperando.Simultáneamente, un pequeñísimo grupo de dirigentes socialistas, con el presidente a la cabeza y la muy significativa compañía del fiscal general del Estado, está repitiendo la estrategia puesta a punto por Felipe González cuando el traumático referéndum de la OTAN en 1986: la administración calculada de la ambigüedad con el objetivo preparar a la opinión pública para lo que haya de venir, que no se sabe qué va a ser.

La tregua llegará. Pero después de la tregua llegará también el momento de la verdad porque los etarras no van a abandonar su posición de extorsión de la vida política vasca a cambio de nada. Y si el Gobierno piensa que por una paz garantizada los españoles van a estar dispuestos a ofrecer lo que se les pida, no está en lo cierto. Porque deberá tener muy presente que, a la ventaja de haber estado creando en parte de los electores una opinión a favor de lo que se haga, deberá sumar el riesgo de haber estado excitando durante meses una desconfianza y un rechazo crecientes en esa parte de los votantes que respaldan al Partido Popular, y que son muchos millones. Que Rajoy jure en público, jure, que no sabe nada de nada de qué está haciendo el Gobierno no es que sea grave. Es que es peligrosísimo para Zapatero, que se puede encontrar un día con que, para garantizarnos la paz, tiene que pisar una raya que sólo con la comprensión y la generosidad de todos, podrá pisar sin romperse la crisma.Y todos son todos, no sólo los suyos. Ese es precisamente el tiempo político que corre ahora en su contra y en la nuestra.