Contra la barbarie

José M. de Areilza, profesor del Instituto de Empresa (ABC, 26/07/05).

Los atentados de Londres y de Sharm el-Sheij han vuelto a poner de relieve que el terrorismo islamista no conoce fronteras y que está cada vez más presente en el escenario de la globalización. Se trata de una lucha de fanáticos totalitarios contra moderados dentro del Islam y un desafío a la libertad en los países occidentales. Es urgente acertar con las medidas y no será sencillo, puesto que muchas de éstas deben ser europeas o fruto de la cooperación internacional entre democracias. Por otra parte, no valen las respuestas que desprecian los límites éticos y legales, ni tampoco las que se apoyan en el discurso relativista sobre la validez de los valores occidentales.

Vayamos por partes. El terrorismo ataca las raíces mismas de la democracia y es lógico responder en primer lugar desde los gobiernos, celosos a la hora de proteger a sus ciudadanos. Sin embargo, no pocas medidas necesarias en la lucha antiterrorista superan el nivel nacional, que se queda corto en este terreno. La Europa de veinticinco estados tiene algo de avanzadilla de la globalización y sus altas cotas de libertad la hacen estar muy expuesta los ataques. Las oportunidades para el terror son mayores en un espacio económico muy unificado con libre circulación de personas, que recibe cada vez más inmigrantes de países musulmanes en el seno de sociedades multiculturales y abiertas. El problema es que los esfuerzos de los países europeos por combatir mejor al terrorismo, además de coordinación y asistencia mutua, requieren un mayor grado de integración política, justo en el momento en el que la Unión atraviesa una crisis de confianza ciudadana profunda, apenas hay líderes y predominan las lógicas nacionales sobre las visiones europeas.

La buena noticia es que la presidencia británica de la UE va a concentrar sus esfuerzos en llevar a cabo políticas concretas. Este giro tal vez presagie la vuelta a la clásica legitimidad europea basada en resultados, siguiendo la mentalidad de pequeños pasos y el objetivo de la solidaridad de hecho propuesto en los orígenes del proceso integrador. La idea inicial británica era dar prioridad en la agenda semestral a las reformas económicas y sociales pero, a la vista de la ofensiva terrorista global, las cuestiones de seguridad y la cooperación policial y judicial deben ocupar ahora toda la atención europea.

Un problema patente es que Bruselas aún no tiene los procedimientos ni los instrumentos adecuados para responder con eficacia al terrorismo, como estamos viendo en la difícil aplicación dela orden europea de detención y entrega. En el llamado «tercer pilar» apenas participan la Comisión, el Parlamento y el Tribunal de Justicia, no se puede legislar por mayoría en el Consejo y todavía los jueces nacionales no actúan como jueces europeos en esta materia. Aun así, en estos últimos años se han dado pasos importantes en la lucha antiterrorista desde la Unión y se puede hacer más con voluntad política y esfuerzo sostenido. La ironía es que el verdadero salto cualitativo lo daba la Constitución europea, que consagraba las ideas españolas sobre creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia de carácter federal.

Por otra parte, en cuestiones de inteligencia todos los occidentales, y no sólo los europeos, caminamos a tientas. Es necesario generar y compartir nueva inteligencia sobre el terrorismo islamista. Hace años un informe del Congreso de EE.UU. sobre las amenazas a la seguridad mundial tras la guerra fría alarmaba sobre aquello que «no sabemos que no sabemos». La falta de información y análisis sobre el terrorismo islamista de origen europeo parece confirmada por los atentados de Londres del 7 de julio, realizados por ciudadanos británicos suicidas bien integrados en su país.

En un plano más general, ha llegado el momento de superar las absurdas divisiones entre europeos y entre ambas orillas del Atlántico que merman la eficacia de la cooperación en este terreno. En el interés de todos los países occidentales está ganar la paz en Irak, hacer avanzar al proceso palestino-israelí y promover reformas democráticas en los sistemas de gobierno de los países musulmanes, también mediante la influencia sin complejos para que los medios de comunicación y los sistemas educativos promuevan un modelo de sociedad compuesta por individuos iguales y libres.

Finalmente, cualquier medida debe afirmar valores occidentales en su planteamiento y no sólo en su justificación. El terrorismo es un ataque a la dignidad humana, a la libertad y la tolerancia y a los derechos fundamentales. La respuesta europea debe simbolizar todo este mundo axiológico. Joseph Weiler ha sugerido que la esencia ética del proceso de integración europeo es el tratamiento respetuoso del otro, desde la no discriminación hasta el rechazo de la xenofobia y el odio colectivo.Los europeos hemos aprendido que contra el terrorismo no sirven los atajos. Imponer un estado policial sería dar la razón a los terroristas, más aún cuando se trata de una lucha en la que la victoria completa sólo aparecerá a largo plazo, los resultados positivos son poco vistosos y las buenas noticias con frecuencia no son noticia.

Al mismo tiempo, el enemigo está en casa no sólo bajo la forma de minorías fanáticas. En Europa debemos combatir la barbarie por la que se deconstruye en clave postmoderna cualquier visión sustantiva de los valores democráticos. No hay justificación posible de ningún terrorismo. Parte del problema para vencer esta forma de crimen organizado son el relativismo de nuestras sociedades y la falta de creencia en los valores ilustrados que deberían cohesionarlas. Como ha explicado Alain Finkielkraut, este relativismo lleva a igualar de modo adolescente y peligroso a las civilizaciones y culturas y desemboca en el elogio de la servidumbre y la prevalencia del grupo arcaico sobre el individuo.

Volvamos al principio. La actual crisis de la Unión en buena medida es una crisis de identidad, relacionada con el crecimiento imparable de competencias y de número de estados en los últimos veinte años. Se critica a Bruselas porque hace demasiadas cosas, pero también por sus omisiones. La falta de eficacia en la lucha contra el terrorismo del nivel europeo dañaría aún más su aceptación social, mientras que el acierto en este terreno sería su mejor justificación. Permitiría a medio plazo dar el paso de una Unión concebida como un conjunto de políticas a una Europa imaginada como una comunidad política atractiva.